Fue hace 20 años, con la operación Tributo, que recibimos los restos de nuestros mártires en las misiones internacionalistas en África. Recordaré siempre el silencio y la hondura con que velamos ese tesoro de la siempre generosa Cuba. Era la veneración de esta Isla hacia sus ancestros, la vindicación genética a nuestros antecesores mandingas o bantú, ante tanta crueldad de los seculares usufructuarios del sufrido continente.
Entonces, con una crónica sobre una madre que nunca pudo besar de nuevo al hijo y se aferraba con flores a su retrato, intenté mostrar el drama de lo que nunca viví, y sí estremeció a unos 300 mil cubanos, en una gesta libertaria por las sabanas y los hondones africanos.
Lo recuerda este reportero de la paz, que no le ha tirado un hollejo ni a un chino, como se dice acá. Lo precisa un hombre que resume en fantasías y dispensas los combates que estallarán siempre en la memoria de quienes expusieron la carne, la sangre y la entereza. No hay pueblo en el mundo que haya vindicado a sus febriles antecesores como el cubano a su África.
De quienes cayeron por nosotros, de quienes abrieron el camino de la libertad africana, la gran mayoría eran jóvenes, muchachos que dejaron acá proyectos truncos, orgasmos por sentir, novias e intentos de reemprender la alegría y la esperanza. Son Juanes, Pedros, Migueles y tantos que ahora estarían afrontando nuestros desafíos, si el destino, Dios, la Historia o la dialéctica no les hubieran deparado la frontera de la gloria, entre la vida y la muerte.
Lo menos que puedo hacer ahora es inclinarme ante la memoria de esos guerreros, y pedirles que nos iluminen en estos combates de hoy, tan sutiles y engañosos, por vencer tantos acechos en la era global, para levantar la bandera cubana y el socialismo sin retóricas consignas de los burócratas y simuladores.
Si alguna deuda tenemos con esos precoces héroes, es enfilar nuestra artillería e infantería socio política, nuestros misiles sociológicos, para liberar esta tierra de todos los espectros del pasado y el presente, de todas las rémoras que nos obstruyen el camino de la plenitud del socialismo.
Ellos continuarán alimentando el genoma de la audacia y el valor, innatos del cubano, para que podamos salir airosos de tantas batallas contra nuestros propios estorbos y los que se ciernen desde obcecados bloqueadores de una Revolución obligada a renovarse: Por revolución.
El tributo de hace 20 años a nuestros combatientes, permanece inquietante y vívido ante las preguntas del presente. Es un tributo a este país insólito, que se muere en una cuarta de tierra por sus hijos y por lejanos parientes, en una nación que se vindica y defiende con el valor de sus audacias, con el sueño de sus utopías.
África mía, sí podemos decir con toda autoridad. La autoridad de la sangre derramada. La sangre sudorosa de los ancestros que levantaron los cimientos de esas cuatro letras: Cuba.