Zarpar fue siempre difícil. Porque la muerte, que no conoce rostros ni temperaturas de alma, corta al final todas las travesías. Izar velas «a vencer o a morir», como lo hiciste, ha sido y será asunto de gigantes. Tú llegaste a muchos puertos. Abriste muchas trochas. Desbrozaste tantos imposibles…
Juan del barrio con tus 11 hermanos. Juan del pueblo para el Día-Asalto. Juan del tiempo en los versos perdurables. Dejaste a La Lupe para entonar La Bayamesa y enamorar, definitivamente, a las cubanas.
Sonrisa y silencio. Pasar casi sin que te vieran, pero que cuando te vieran, los mezquinos no pudieran pasar. Cuchara de albañil y asombro de artista. Fusil de los que truenan y mano suave para tocar esencias.
Cómo le explicamos a nuestro corazón que saliste de nuevo. Que fue otra batalla, con el rostro más amargo… Cómo, si Granma y Moncada y Sierra y Enero son palabras que en tu voz amanecían distintas. Cómo, si no diciéndoles a los que vienen que las horas de fundación llevan el verbo Almeida.
Y cuando este domingo, de 8 de la mañana a 8 de la noche —saludo y despedida a los recuerdos vividos—, en el Monumento a Martí de la Capital y en el de Maceo en Santiago, y en el de toda Cuba repartida en sus provincias, vayamos a verte en la ausencia… de qué forma negar que Es soledad lo que nos duele.
Ay, hombre bueno, negro Juan, Comandante, cualquier lugar —hasta siempre— será tu tierra.