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Mediterráneo: donde mueren sueños africanos

Autor:

Juventud Rebelde

Uno de los peores dramas de la emigración africana tuvo lugar a inicios de este mes, cuando cientos de africanos salieron de Libia con destino a Europa en busca de sus sueños: un buen empleo, un país donde no se sienta, ni de cerca, la guerra, y la posibilidad de enviarles a sus familias unos euros que les garanticen la supervivencia. Pero como sucede casi siempre, estas historias no tienen finales felices, y esta vez, a muchos les tocó hundirse con sus sueños en las aguas del Mediterráneo.

El primer día de abril, las autoridades libias buscaban los cuerpos de quienes días antes se habían aventurado a un largo viaje sin tan siquiera vislumbrar que la suerte no estaría a su favor. Un centenar de cadáveres eran devueltos por las corrientes marinas, luego de que se ahogaran frente a las costas de Libia, y otros no aparecieron. La embarcación en la que iban somalíes, nigerianos, eritreos, kurdos, argelinos, marroquíes, palestinos y tunecinos, tenía solo capacidad para 75 personas, por lo que no pudo aguantar el enorme peso de otros 290. Era una de las tres que partieron de Libia entre el sábado 28 y el domingo 29 de marzo en busca de la península itálica o sus islas cercanas, que les abrieran las puertas a Europa.

Un policía libio distribuye alimentos en el puerto de Trípoli a inmigrantes rescatados. Foto: Reuters Unas 350 personas, muchas de ellas mujeres y niños, fueron rescatadas por la guardia costera libia después que su embarcación se averiara cerca de una plataforma petrolífera nacional. Y el tercero de los barcos había sido visto cerca de la isla de Malta.

Estos reportes no son los primeros, ni serán los últimos. Libia, ubicada en el norte de África, se ha convertido en el trampolín preferido de los «sin papeles» que tratan de llegar a Europa, sobre todo desde que se ha reforzado el control en el Estrecho de Gibraltar y en el oeste del Magreb, obstaculizando el camino a quienes tomaban el Atlántico con destino a las Canarias.

Por tanto, a Libia llegan miles de emigrantes de diversos puntos del continente, incluso algunos tras cruzar con éxito el desierto del Sahara, aunque otros mueren deshidratados en el camino. Durante ese largo periplo por tierra, muchos dejan sus ahorros y tienen que irse empleando como mano de obra barata para llegar a las ciudades costeras libias. Allí, si quieren continuar su ¿sueño? deberán agarrar cualquier trabajo para reunir el dinero que piden las mafias y las redes de contrabando humano por gestionar el cruce del Mediterráneo.

Se estima que en la nación africana se encuentran entre uno y 1,5 millones de inmigrantes irregulares: unos solo de paso para impulsarse a brincar el mar, otros atraídos por las ofertas de empleo, de ese Estado petrolero.

Las salidas a Europa de cientos de africanos desesperados por sobrevivir, aunque para ello tengan que poner en riesgo sus vidas al embarcarse en naves abarrotadas y sin seguridad, pudieran convertirse en prácticas muy cotidianas. Tanto los emigrantes como las mafias involucradas en el ilegal negocio del tráfico de personas se sienten presionados por la velocidad del almanaque, pues el próximo 15 de mayo debe entrar en práctica un tratado firmado entre Roma y Trípoli, en el cual ambos se comprometen en la lucha contra la inmigración ilegal.

Italia, junto con España, es uno de los países más temerosos de las oleadas migratorias ilegales, sobre todo las provenientes de África, por su cercanía a este continente. En 2008 llegaron a las costas italianas cerca de 37 000 personas, un 75 por ciento más que en 2007, mientras un reporte de Naciones Unidas asegura que el país europeo se convertirá en el quinto estado que recibirá más inmigrantes entre 2010 y 2050.

Por ello, Italia —con políticas migratorias muy restrictivas—ha convertido el tema en un problema de seguridad nacional, y el convenio con Libia es uno de los pasos de Roma para frenar la llegada de «turbas» de indocumentados, como mismo lo fue la creación del centro de identificación y expulsión de ilegales en la isla de Lampedusa, la principal entrada de los indocumentados.

Roberto Maroni, ministro italiano del Interior, confía en que cuando comiencen los patrullajes en mayo, los flujos migratorios desde el norte de África hacia su país disminuirán. Sin embargo, dudo que el titular europeo tenga razón y los hechos son un aldabonazo a sus esperanzas.

Apenas seis días después del fatídico 1ro. de abril, otros 239 inmigrantes indocumentados, a quienes al parecer la historia de ahogados y desaparecidos contada por las cadenas de televisión les entró por un oído y les salió por otro, se expusieron a ser los muertos de las próximas noticias, cuando en cuatro embarcaciones, también inseguras, se lanzaron tras el sol de Europa. Afortunadamente, fueron interceptados por la guardia italiana cerca de Lampedusa. Sin embargo, este miércoles los reportes fueron más amargos: las aguas del Mediterráneo se tragaron a tres indocumentados, luego que su barcaza —cargada de 70 personas, entre ellas 17 mujeres—, se volcara. La otra parte de los tripulantes fue rescatada por un pesquero que los transportó a la isla italiana.

De esta forma, la política de militarizar y externalizar las fronteras no será la cura del mal. Si las muertes no frenan a los inmigrantes, mucho menos lo harán las patrullas. Al contrario, Roma —como mismo lo hace Madrid— contribuye a que se exploren rutas más peligrosas y a que las mafias involucradas en el negocio eleven cada vez más sus tarifas. Y muchos sueños africanos seguirán muriendo en el Mediterráneo, en el Atlántico y quién sabe en cuántos lugares más...

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