Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Al totí solo lo que es del totí

Autor:

Luis Sexto

Las malas acciones de ayer hallan su explicación o su justificación, al menos en la esfera de los individuos, alegando que si actué así o «asao» fue porque las circunstancias me obligaron. Y a veces es cierto. ¿Por qué dudar de tan razonable excusa? Pero si recurriéramos sistemáticamente a tal escudo para protegernos del juicio de la posteridad, nos suscribiríamos a una especie de determinismo y la responsabilidad individual se disolvería. Quién responde, preguntaríamos. Nadie, diría el eco.

Partiendo pues de este presupuesto general, que suele ser la técnica que guía mis reflexiones, me parece que no tenemos porqué esperar a que nuestras cosas públicas mejoren para empezar a rectificar ciertas conductas y actitudes.

Claro, las estructuras burocratizadas generan actitudes y actos burocratizados que estiman que la gente es solo un número, no miran hacia los lados y uniforman, en una sola ojeada, a cosas y personas. Pero empecemos a desbloquearnos, a pesar del exceso de verticalismo que nos limita el paso. ¿Necesariamente hemos de proceder del modo en que nos fuerzan nuestras estructuras un tanto rígidas? No lo creo. Porque ello equivaldría a admitir que nuestra calidad de ciudadanos, de revolucionarios haya dejado de ser. ¿Y cómo dejaría de ser si nuestra doctrina, nuestras aspiraciones plantean y nos conminan a potenciar la persona humana en libertad, educación, cultura?

A veces me inquieta que algunos no nos percatemos de esas contradicciones teóricas y, lamentablemente, prácticas. Porque resulta que ciertos procederes irrespetan los derechos de las personas. Hemos hablado bastante de la quiebra de la norma jurídica, de la falta de convivencia, de lo desarmados que a veces nos hallamos ante la pasividad de algunas instituciones, que se hacen las indiferentes, las atareadas, para no intervenir, ni responder a litigios, problemas y dificultades de este o de aquel ciudadano.

No dudo que cuantos así actúan alegarán que fueron obligados... por las circunstancias. Las disculpas se ubican generalmente a mano. Pero dónde estaban tu razón, tu voluntad, tus convicciones, tu militancia, tu vocación de servir. No; nadie te salvará de que, algún día, te recrimines que, pudiendo modificar lo torcido, seguiste el facilista desvío burocrático. Por comodidad, digamos benevolentemente.

Reparemos en que la persona es lo fundamental de la vida y en par-ticular del socialismo. Hace poco —y me baso en mi experiencia, que es similar a las de mis vecinos— tocaron a la puerta un domingo a las nueve de la mañana. Abrí, en ropa de dormir —me había acostado tarde— y me dijeron: Vamos a fumigar. ¿A fumigar? Sí, a fumigar... Pero a esta hora, hoy domingo, comenté asombrado. Y pregunté: ¿Por qué no avisaron ayer para estar preparados?, Bueno, yo solo cumplo órdenes, respondió. ¿Y yo también?, dije y añadí: Reconozco lo importante del saneamiento, de la preservación de la salud. Pero y qué de mi derecho, digo, a dormir si quiero, el domingo, un poco más. O mi derecho a saber previamente que al-guien va a entrar en mi casa... Cuánto cuesta avisar, organizar anticipadamente.

Quienes deciden esas labores, las preparan: movilizan a los operarios, garantizan los medios... Pero se olvidan de avisar a quienes tienen que abrir la puerta y alterar, al menos por una hora, su rutina doméstica.

El compañero me dio la razón. Se excusó. Comprendía y se avergonzaba. Pero qué podía hacer si lo habían mandado. Bueno, dije: decir lo que acabo de decirle: Hay que respetar a las personas, aun para hacerles el bien. Y sea dicho, de paso, todos hemos de colaborar conscientemente con la campaña de saneamiento. Pocos pueblos en el mundo cuentan con un servicio higiénico y de salud de tanto alcance. Pero si esa ha de ser la mejor conducta de los ciudadanos, el comportamiento de cuantos dirigen y ejecutan ha de promover la colaboración de los vecinos, más que con palabras, con actos que respeten el derecho y la dignidad de nuestros compatriotas.

Para ello, no habrá que esperar por las anunciadas transformaciones o readecuaciones económicas. Empecemos a ejercer las modificaciones dentro de nosotros: convirtámoslas en obras, en acción creadora que coadyuve a enaltecer y depurar nuestro ambiente social. ¿O acaso vamos a permitir que la política socialista derive en una gestión de administradores?

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