Sonso, esa es mi impresión del primer y único encuentro que tuvieron y tendrán los candidatos a vice, la parpadeante republicana Sarah Palin y el demócrata —«¿puedo llamarlo Joe?»— Biden, por ser esas las primeras palabras que le dirigió la gobernadora de Alaska al senador de Delaware, cuando ambos se dieron la mano antes de la refriega amistosa.
Una puesta en escena multiplicada. Foto: AP Respuestas evasivas y aderezadas con superficialidad recorrieron el panorama económico, energético, social y bélico que se intentó fuera el nódulo del debate en la Universidad Washington de Saint Louis, Missouri.
En el caso de la Palin, entre guiños y anécdotas populistas de buena ama de casa de la clase media, parecía leer de algunas notas que de seguro le preparó el equipo de campaña de John McCain para que no cayera en trampa alguna tendida a su ignorancia en asuntos nacionales e internacionales, esos que supuestamente debe manejar y dominar quien aspira a ser vicepresidenta del imperio. Eso sí, a ultranza, como corresponde a su condición conservadora, defendió al jefe de la boleta para las elecciones del 4 de noviembre, aunque la pillaran una y otra vez en las mentirillas.
Biden, por su parte, cuidándose muy bien de no presentarse con aires de superioridad, destinó sus proyectiles a McCain, haciendo ver que nada de «independiente» tiene el republicano, quien en su carrera senatorial ha coincidido en el 90 por ciento de sus votaciones con las políticas del George W. Bush, al que echa a un lado porque sencillamente tiene ya el repudio a su gestión del 70 por ciento de los estadounidenses.
Según decía una encuesta de medianoche de la cadena televisiva CNN, la mayoría de quienes habían visto el debate consideraban ganador a Biden, y también lo estimaban así los consultados por CBS entre los votantes indecisos. Presagio malo, malísimo, en el mismo día en que el hombre del partido del elefante había decidido recoger sus bártulos en el estado de Michigan porque ya lo daba por perdido —y son nada menos que 17 votos electorales—, y dedicar los esfuerzos a otros puntos de la geografía estadounidense, como Indiana, New Hampshire, Pennsylvania, Wisconsin y Minnesota.
Y es que justo a un mes de la cita con las urnas, la situación económica de Estados Unidos está empedrando el camino de McCain y facilitándole a Barack Obama la carrera hacia la Casa Blanca, aun con el handicap del término impronunciable: la raza.
Pero con Palin-Biden se cumplió el segundo acto de la obra de teatro Debate Presidencial, una caracterización dedicada al público votante, pura propaganda electoral que nada aporta al conocimiento de qué hará realmente el binomio que llegue a la mansión ejecutiva de Washington D.C. a finales de enero de 2009, fecha de la toma de posesión en el gustado papel de amos de los destinos del mundo.
Mientras tanto, la vida sigue su curso inexorable. Tal y como anunciábamos hace pocos días, tras la decisión senatorial de darle el visto bueno al plan Bush-Paulson de financiar a las financieras de Wall Street, la Cámara de Representantes hizo otro tanto. Ya pueden respirar tranquilos los multimillonarios, pues muy a su pesar los contribuyentes norteamericanos están obligados por los legisladores a entregarles a los parásitos bancarios la partida de 700 000 millones de dólares.
El engaño prosigue, nada de proyectos alternativos, solo vale el mismo plan que se presentó como HR 1424, Ley de Emergencia para la Estabilización de la Economía... Como dijo el congresista Dennis Kucinich, tras repetir —infructuosamente— su voto en contra: «La gente no tiene dinero para pagar sus hipotecas. Luego de esta aprobación, ellos todavía no tienen dinero para pagar sus hipotecas. El pueblo sigue perdiendo sus casas mientras Wall Street obtuvo su fianza».
Y el agregado de Kucinich fue lapidario: «Hace unos años, en un vecindario de Cleveland, vi un cartel escrito a mano sobre una caja registradora en una dulcería. Decía: Confiamos en Dios. Todos los demás deben pagar al contado. En el cartel arriba del rostro del Speaker (Nota de la redacción: Speaker o presidente de la Cámara de Representantes) se lee: Confiamos en Dios, pero le estamos pagando a Wall Street al contado».
Madre mía, ¿salvará Dios a América?