En los últimos tiempos, desde las páginas de El Nuevo Herald de Miami están tratando de ensalzar la figura de Fulgencio Batista y hasta han aseverado que los asesinatos cometidos por el sargento devenido vertiginosamente general desde su arribo al poder, en 1933, son una «leyenda». Cuentan que un Batista casi «poeta» escribió en 1965: «desde el fondo de mi alma grita la voz de la historia». Nos quieren estafar y, para ello, apuestan al olvido que suponen provocaron los 50 años transcurridos desde su fuga y el surgimiento en Cuba de varias generaciones. Es lógico que los «nuevos eruditos» se sumen a esa campaña, porque en Miami aún mandan los batistianos y su mafia.
La mafia de Miami comenzó a desarrollarse desde mediados del siglo XX, cuando a la consumación del Estado neocolonial se sumaron los avances tecnológicos en transporte. En 1945 la Pan American World Airways volaba diez veces al día entre La Habana y esa ciudad. Varios sectores de la sociedad cubana pasaban entonces sus vacaciones y compraban allí, y enviaban a sus hijos a estudiar a universidades estadounidenses. A fines de 1955 las inversiones de cubanos en EE.UU. ascendían a 150 millones de dólares, sin incluir las cifras millonarias robadas a las arcas de la nación en los días previos al 1ro. de enero de 1959 o en los primeros meses posteriores a esa fecha.
Después de 1959, EE.UU. continuó siendo el principal receptor de la emigración cubana; pero, a su vez, su gobierno instituyó una política migratoria para desacreditar a la Revolución. En la primera oleada (1959-1962), más de 274 000 cubanos vinculados a la dictadura y al capital norteamericano arribaron a ese país, donde fueron recibidos con todas las facilidades.
Fundamentalmente se concentraron en Miami y se asociaron a las administraciones que implementaron las medidas más extremas contra Cuba, lo que les facilitó una inserción en condiciones especialmente ventajosas.
El año 1979 fue decisivo: el candidato republicano Ronald Reagan se alió con la mafia de Miami para ganar el voto de la Florida y en 1981 apoyó la creación de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Los fondos federales millonarios que recibió esa organización abrieron el camino del Congreso a descendientes de familias batistianas y de la burguesía anexionista. El propio Lincoln Díaz-Balart, el 14 de mayo de 1995, ante el Canal 17 de la televisión de Miami, declaró haber conocido a Batista desde la niñez y confesó que continuaba admirándole «muchísimo».
En la actualidad la labor de los seis congresistas cubanoamericanos tiene un alcance significativo en el legislativo estadounidense con respecto al tema Cuba, y desempeñan un rol protagónico en la escalada anticubana. En el 2001, con el arribo a la Casa Blanca de George W. Bush, la mafia de Miami se fortaleció aun más. Fueron nombrados 42 cubanoamericanos en cargos claves para implementar las acciones contra Cuba, principalmente en los departamentos de Justicia, Estado, Defensa y Seguridad Interna. En el segundo mandato la mayoría fueron ratificados y algunos, como el secretario de Comercio, Carlos Gutiérrez, engrosaron la lista.
Hay quienes conceden un peso importante al incremento en Miami de los nacidos en EE.UU., llamados cubanos de segunda y tercera generación, que tienen posiciones políticas ciertamente menos irracionales; pero una parte de ellos apoya el bloqueo como medida de presión y aspiran a derrocar a la Revolución.
En el 2005, durante la creación de Consenso Cubano, una concertación de organizaciones que procuran el «cambio no violento», Jorge Mas Santos, directivo de la FNCA, elogió a la brigada mercenaria 2506 y reconoció que optaban por esta vía porque, después del 11 de septiembre del 2001, no podían elegir métodos que pudieran ser calificados de terroristas.
Por otra parte, aunque la mayoría de quienes emigraron después de 1980, a pesar de las diferencias ideológicas con Cuba, tiene como prioridad normalizar sus vínculos con ella por estar más alejados del conflicto clasista de 1959 y haber sido educados en la Revolución, aún no tienen una influencia decisiva en el escenario político de Miami, donde en la práctica prevalece la ideología de la generación de Batista y de la burguesía anexionista que arribó a EE.UU. en la primera oleada migratoria.
Los «nuevos eruditos» pretenden cambiar la historia; pero a estas alturas resulta tarea ímproba. Basta hurgar en la prensa republicana para encontrar testimonios de periodistas y políticos, nada sospechosos de revolucionarios, sobre la desorbitada corrupción del sargento devenido millonario; basta repasar aquellas revistas Bohemia de 1959 para sumergirse en el horror de imágenes escalofriantes como la del hijo de un esbirro jugando con calaveras de las víctimas de su padre, o las del arsenal de instrumentos de tortura aún manchados de sangre.
Apuestan al olvido; pero ellos mismos parecen olvidar que aún viven y enseñan entre nosotros compañeros de lucha, hermanos, huérfanos y hasta ancianos padres de los mártires de aquellos crímenes bárbaros que tanto luto causaron a la nación. Los nuevos cubanos y esos de siempre, juntos, seguiremos construyendo la utopía.