Se ha desatado la avalancha mediática con la aparición este martes del Mensaje del Comandante en Jefe. Como clonados, diversos titulares hablan del término de Fidel en el poder. Analistas se esmeran en desmenuzar y proyectar el rumbo de la sociedad cubana hacia el futuro; y se repite la idea de que el suceso es el portón que conducirá al pueblo cubano hacia una «transición democrática». Algunos afirman que solo se trata de «un cambio cosmético», el cual no entraña transformaciones sustanciales hacia el interior de la Isla.
Pasa lo de siempre: cuando algo conmueve a este pedacito del mundo, ni navegando en los océanos de internet con un trasatlántico podemos hallar fácilmente un filón cálido, una expresión familiar, una palabra que suene parecida al ritmo marcado por quienes vivimos de este lado de las aguas.
Lo que se desata con abundancia es la frialdad del extraño que nos desconoce. Es ahí donde se ensancha el misterio —arma poderosa y salvadora— de quiénes somos. Y el ajeno es más lejano: se le hace más recóndita la tranquilidad con que muchos sabemos amanecer, las emociones que no suelen ser dramáticas sino pudorosas, por aquello que tiene el cubano de ser aplomado cuando las circunstancias de la vida lo piden.
Hablo de las emociones que han sacudido la fibra de millones de nosotros al leer en silencio o en alta voz que Fidel, electo diputado al Parlamento, no aspirará ni aceptará el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe cuando en unos días llegue el momento de postular y elegir al Consejo de Estado, su Presidente, Vicepresidentes y Secretario.
Es un asunto de mucho peso, anclado a la memoria afectiva más profunda. Porque Fidel no es un presidente clásico, no es una «figura» de la que una pueda desentenderse así como así. En los de mi generación, los nacidos en la década de los 70 del siglo pasado, él se fue haciendo palpable a través de comparecencias que duraban horas, que nuestros padres escuchaban atentamente mientras nosotros jugábamos y el éter se llenaba de la voz del hombre que, según los adultos, sabía muy bien lo que hacía, tenía luz larga, conocía bien a los yanquis.
Nuestra conciencia abrió sus ojos en ese ambiente, creció y pudimos llegar a muchas verdades por nuestros propios caminos. Ahora entendemos muy bien lo que significa esa idea de Fidel en su mensaje de que «el adversario es sumamente fuerte, pero lo hemos mantenido a raya durante medio siglo». Hemos sido partícipes de esa virtud que el jefe de la Revolución ha sabido guiar muy bien. Y está claro que esa suerte no es definitiva, que dependerá de lo que sigamos haciendo en los días por venir.
Otra expresión que invita a pensar son las referencias de Fidel, en su mensaje, a una carta escrita por él en el año 2007, en la cual comparte su más profunda convicción de que «las respuestas a los problemas actuales de la sociedad cubana (...) requieren más variantes de respuesta para cada problema concreto que las contenidas en un tablero de ajedrez» por aquello de que somos un pueblo con altas posibilidades de instrucción. Igualmente me estremece el concepto según el cual «organizar y dirigir una revolución» es un «complejo y casi inaccesible arte».
Todo esto significa que quienes hemos preferido una sociedad donde prime la inteligencia y no la barbarie, la destrucción; quienes deseamos construir y por eso nos llenamos muchas veces de paciencia y cautela, debemos —de una vez y por todas— afinar la puntería, brillar como el sol dondequiera que estemos, ser eficientes en eso de zafar los nudos que atoran nuestra creatividad, imaginación, laboriosidad, capacidad de asombro, entrega, valentía y hondura.
«Tal vez mi voz se escuche. Seré cuidadoso», ha dicho Fidel en su mensaje. Su excepcional experiencia seguirá siendo clave en este camino tan difícil que es hacer posible la Revolución en pos del ser humano. Será un privilegio poder seguir contando con el pensamiento de tan especial compañero de luchas. Y será una gran responsabilidad de todos, especialmente de quienes deben tomar decisiones, que ideas oportunas, de largo alcance, no caigan en saco roto.
En esas disposiciones siempre estaremos acompañados por las cualidades de ese timonel que nos conduce a una expedición infinita.