Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Justos y pecadores

Autor:

Luis Sexto

Quizá algún lector deje a medias esta nota. Pensará que me demoro demasiado para llegar a la semilla. Desde luego, digo que no: que no me tardo, porque desde las primeras líneas empiezo a hablar de lo que me he propuesto. Alcanzar la semilla de un mango pulposo, de una o dos libras, demora, pero mientras el diente consigue tocarla usted está comiendo mango. ¿No? Por ello a veces me considero un justo que paga por pecados ajenos. Y ello, me parece, es tendencia nacional.

Esa frase, pagar justos por pecadores, tiene en nuestra cultura del vivir común un doble en esta otra: botar el sofá. Claro, también es proverbial nuestra tendencia al facilismo. Lo que molesta, ¡zaz! Un tajo y abajo. Como el famoso cuento callejero que no reproduzco para no enturbiar estas líneas. Pero cuesta menos esfuerzo botar el sofá que a la pecadora. Y exige menos, también, culpar a todos que individualizar al culpable.

Nuestro concepto de la justicia, de la justicia de todos los días, no la de los tribunales, está bastante distorsionado. Con lo cual afirmo que entre nosotros son unas cuantas las esferas que deben ser corregidas y deshollinadas. Habitualmente todos empezamos siendo culpables, hasta tanto no demostremos lo contrario. Y así la gente honrada paga a veces el plato roto, aunque sea en parte, junto con los únicos culpables. Si en el salón de baile, se armó la gorda, pues a cerrar el salón de baile. No se baila más. Imaginemos qué pasaría si para evitar que cierta gente estropeada por los desvalores hurte las ruedas de los contenedores de basura, se suprimieran esos utensilios de la higiene. O les quitaran las ruedas. Pobres, pues, los trabajadores de Comunales.

No exagero. ¿Quién no ha tomado café en tazas sin asas? Mongo Rives, el del sucu suco, sabe de eso y lo cuenta en una de sus piezas: «La taza no tiene asa/ y no la puedo agarrar, / si sigo con esta taza/ al fin me voy a quemar...». Alguien para evitar que algún cliente se las llevara, porque quizá en su casa carecía de ellas, les rompió el asa. Y sanseacabó. Así nadie las quiere.

Uno comprende ciertas manifestaciones de irrespeto, de inmoralidad, ilegalidad. Hemos sufrido carencias. Aún incluso las sufrimos. Esa situación explica algo. Obviamente, las circunstancias materiales influyen en la conducta humana. Pero uno no justifica que el egoísmo se desmande en alguna gente malagradecida, enfrentada a las leyes, las normas morales y a sus compatriotas, siempre atenta para coger los mangos bajitos. Son los mutilados morales del período especial, o hijos de familias descompuestas o alumnos de alguna escuela deficiente.

Lo que cuesta más trabajo comprender es la demora, no de esta nota en llegar al fondo, sino la de desatar los nudos de tantas soluciones. En nombre de lo justo y de lo legal, se impide a veces la eliminación de ciertas necesidades. Me parece que es más recomendable políticamente, aunque más difícil, determinar a los fraudulentos, que mantener durante meses a la gente asumiendo faltas ajenas.

¿Ejemplo? Muchos. Usted los conoce. Está claro: nos ha marcado la mentalidad del «todo o nada; todos o nadie». Yo solo pregunto: ¿Quién no acepta que la condición de revolucionario incluye la visión equilibrada de las cosas y la gente? ¿Quién se niega a aceptar la razón como la suprema palanca de la justicia? Lo justo, lo legal no pueden ser como esos hitos que anuncian los kilómetros en las carreteras: dura piedra. La ley es dura, pero es la ley, dice un apotegma latino. Pero el refrán está claro: No pueden pagar justos y pecadores... a la vez. O lo mismo: botar el sofá y no pedir cuentas.

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