Seguro al enterarse, igual que usted, nadie lo podía creer. La sangrienta guerra emprendida sin causa justificable por Israel contra Irán terminó con un repentino «se acabó, se acabó».
Trump, el presidente, el socio de «Bibi» (como él le dice a Netanyahu, el primer ministro israelí), le dijo «déjame eso a mí», lanzó sus súperbombas y cohetes Tomahawk contra los tres centros nucleares iraníes y después lo llamó y le dijo: se acabó. No quiero que tires ni un bombazo más. Unas horas más tarde después que los iraníes lanzaron su cohete hipersónico de seis cabezas y volaron en pedazos de un tiro edificios en Tel Aviv y otras cinco posiciones más, y de paso lanzaron otros 12 misiles más a la mayor base yanqui en Catar y todo el Medio Oriente, Trump se metió en el medio y le dijo a los dos: «se acabó».
Primero a Israel: no quiero que tires un bombazo más. Mientras, a su lado, su segundo, J. D. Vance, le decía a Irán: le ofrecemos un trato: «Netanyahu no dispara un bombazo más si tú haces lo mismo». Y ahí Trump entró en su red social y escribió: Israel e Irán aceptan un alto al fuego. Se acabó «la guerra de los 12 días». Ese es el título. Fin de la película. Avisen a Hollywood.
Así, con esa visión aventurera de videojuego de la vida y la muerte, del destino de la humanidad, incluso de una hecatombe nuclear, Donald Trump anuncia «voy a dormir. Hasta mañana». Se escurre por otra puerta, ingresa al Salón de Operaciones o de Crisis, reúne a su pandilla y da la orden de ataque. Todos ven los aviones sacados de La Guerra de las Galaxias soltar las bombas de 16 000 kilos de TNT sobre un lejano paraje en Irán. Leen los reportes de muertos y heridos. Se recrean con la vista de los incendios. Y, bueno, muchachos, a descansar, que ahorita volvemos a escena.
Así, con la magia del cine, del espectáculo televisivo de medianoche, Trump protagoniza su Juego de Tronos.
Claro, la realidad es mucho más dura. En Moscú, Vladímir Putin está reunido con el canciller de Irán, Abás Araghchi, le ha ratificado la amistad y el respaldo de Rusia —que libra otras batallas en su propia frontera— y le asegura que juntos encontrarán una salida positiva y pacífica a la delicada situación. Aquí se juega, como dicen los peloteros, «al duro y sin guante». Irán, el país vecino cercano, con el que hay firmado un tratado de cooperación estratégica, cuenta con el firme respaldo de Moscú.
Así lo hace saber el embajador Nebenza en el Consejo de Seguridad de la ONU. A él se suman China y Pakistán, que también son potencias nucleares. El canciller ruso Serguéi Lavrov reafirma que serán necesarias algo más que palabras, compromisos claros y fehacientes.
En Washington, Trump sigue hablando a su prensa, para su gente, a sabiendas que en unas horas se levantó de un extremo a otro de la Unión una poderosa ola de repudio al inicio de otra larga y costosa guerra, para volver a hacer el papelazo de Vietnam, con los últimos huyendo colgados de un helicóptero, o como en Afganistán, corriendo en el mayor desorden, mientras los talibanes volvían más fuertes.
Entonces... ¿Quién ganó y quién perdió? Bueno, saque usted sus propias conclusiones. Irán, el agredido, víctima de un pérfido ataque terrorista sorpresivo que atentó contra científicos y jefes militares, se repuso del golpe en pocas horas, los nuevos mandos ripostaron en profundidad, al interior de Israel, como nunca antes, perforaron la famosa Cúpula de Hierro, dejaron una huella imborrable y sacaron a la luz los límites de una intervención de Estados Unidos, que según un razonable Donald Trump los insta a quedarse quietos y respetar a su adversario. Bueno, los regañó con fuerza, como pueden ver en su Truth Social, y los está exhortando a concluir un cese del fuego, que restablezca la paz.
¿Con los palestinos? ¿Con Hamás? Al parecer, sí. Al menos, autoridades de Catar retomaron su gestión mediadora para procurar un acuerdo que ponga fin a la guerra genocida en Gaza, donde ya se cuentan más de 56 000 muertos y más de 120 000 heridos, lesionados, mutilados, en su mayoría niños y mujeres en ambas categorías de víctimas, a los que se suman cerca de dos millones de desplazados, al borde de la hambruna, que sufren a diario tiroteos y abusos de todo tipo. Ahora esa es la cuenta pendiente de Israel. La que pone al desnudo su costosa derrota militar, su fracaso moral, el genocidio que debe pagar.