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Un comienzo festinado de Biden en la Convención Demócrata

Razón tenían los demócratas que clamaron y presionaron para que se bajara del carro de campaña presidencial

 

Autor:

Juana Carrasco Martín

 

Ilusiones vanas, como las avellanas, diría mi abuela. Con ese dicho puede clasificarse el discurso pronunciado el lunes en la noche, en el United Center de Chicago, por el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, durante la sesión inaugural de la Convención Nacional Demócrata, que ratifica a Kamala Harris y a Tim Waltz como el binomio en la boleta electoral del 5 de noviembre.

Estas frases del mandatario dan la medida de su delirio: «Nómbrame un país en el mundo que no piense que somos la nación líder en el mundo. […] ¿Quién puede liderar el mundo si no es Estados Unidos de América?». Y remató la entelequia asegurando que su país «está ganando y el mundo está mejor por ello».

Razón tenían los demócratas que clamaron y presionaron para que se bajara del carro de campaña presidencial, aunque en el fondo, la mayoría de ellos piensan y actúan en consonancia con esa prepotencia.

Biden respondía así al mensaje reiterado del rival republicano, Donald Trump, por lo que añadió: «Habla [Trump] de que EE. UU. es una nación en decadencia. Dice que estamos perdiendo. Él es el perdedor, está totalmente equivocado».

Por supuesto, Trump tampoco se cree lo suyo, aunque sí es verdad que Estados Unidos es una nación en decadencia, sus muchos males y problemas lo demuestran, pero no son producto de las administraciones demócratas, más bien hay que verlos como preludios del fin de una era donde el poder omnipresente y hegemónico será sustituido definitivamente por la multipolaridad, más justo y de igualdad.

A su vez, el republicano también muestra su desvarío, cuando propaga que él puede arreglar el problema con su MAGA, la de hacer nuevamente grande a Estados Unidos.

Todo esto es el dime y diré de dientes para afuera que caracteriza a las campañas electoreras, donde a golpe de altisonancias se desbordan discursos, spots televisivos, mensajes en las redes digitales y en los medios, a favor de uno o del otro contendiente, con un solo propósito: llegar a la Casa Blanca, para ser el administrador del imperio. Pueden variar los métodos, pero no el propósito y objetivos.

Hubo otros despropósitos de Biden, es especial cuando se refirió a uno de los aconteceres que han marcado negativamente su presidencia.  Aunque reconoció su presencia en las calles de Chicago, no escucha los reclamos y denuncias que miles de manifestantes de más de 250 organizaciones están expresando por estos días, en la ciudad de la Convención, en rechazo a la complicidad de Estados Unidos en el genocidio que perpetra Israel contra el pueblo palestino, dándole armas e intenso apoyo político. Y esa sí es una carga criminal sobre los hombros de Biden.

De burla cruel al criterio del 55 por ciento de los ciudadanos de EE. UU., que rechazan el apoyo a la guerra israelí, puede definirse lo dicho por el presidente a la audiencia demócrata: «Seguiremos trabajando para traer a los rehenes a casa, poner fin a la guerra en Gaza y traer paz y seguridad a Medio Oriente». «Como saben, escribí un tratado de paz para Gaza. Hace unos días presenté una propuesta que nos acercó más a lograrlo que desde el 7 de octubre».

Por supuesto no se refirió a la aprobación, el martes de la pasada semana, de ventas de armas a Israel por más de 20 000 millones de dólares, un buen empujón o espaldarazo a la continuidad de la masacre.

Lo mismo con lo mismo. El espectáculo obtendrá buenos espacios y titulares en los medios estadounidenses y de otras partes del planeta, un papel de entretenimiento para que no se mire hacia la realidad, la sufrida Palestina, y otros conflictos y problemas de gran gravedad, bélicos o de puro injerencismo a lo «americano» que, poco a poco, van deteriorando la credibilidad y los sostenes reales del país que se comporta no como líder, sino como juez, policía y dueño.

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