No son pocos los malos pasos dados por la administración de Joseph Biden respecto a las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. El mesianismo que les permea traza el camino a una diplomacia pública en la cual se autodesignan como la nación modelo de democracia, libertad, cultura y desarrollo. Todos debemos ser como ellos, pero por debajo y rindiendo pleitesía, una interferencia que se pone en práctica por cualquier medio, incluso a plomo y fuego, para imponer la hegemonía y los «valores» estadounidenses.
La Casa Blanca de Joseph Biden llegó ahora al paroxismo nominando a Elliot Abrams para la Comisión Asesora de Estados Unidos sobre Diplomacia Pública.
Dicho en palabras más cercanas a la realidad, se trata de dar una imagen aséptica de Estados Unidos; de su política y sus intereses de influir, captar y movilizar a los otros desde la preponderancia cultural para ponerlos en función de sus pretensiones en todo el mundo.
La justificación del nombramiento de Elliot Abrams reside en que por estatuto o práctica de larga data, esa y otras juntas y comisiones deben incluir membresía bipartidista. Pero cualquiera puede preguntarse «¿No había otros republicanos para este caso?».
El prontuario de este representante del conservadurismo extremo y de una actuación halcónica respecto al mundo, que ha servido bajo administraciones republicanas (Reagan, Bush y Trump), garantiza que llevará al organismo integrado por siete personas una visión obnubilada por la mayor sordidez.
Sin embargo, no hay valoraciones ni detalles comprometedores en la propuesta de Biden, un currículo extenso en el servicio público, en el cual destaca que se unió a la Administración Reagan en 1981, donde se desempeñó como Secretario de Estado Adjunto para Asuntos de Organizaciones Internacionales, Derechos Humanos y América Latina. En la Administración Bush-Cheney, Abrams se desempeñó como Director Principal del Consejo de Seguridad Nacional y luego como Asistente Adjunto del Presidente y Asesor Adjunto de Seguridad Nacional. Más recientemente, Abrams asumió el Departamento de Estado como Representante Especial para Irán y Representante Especial para Venezuela durante la Administración Trump-Pence, y entre otras instituciones de las que ha sido miembro destaca su membrecía en la Junta de National Endowment for Democracy de 2011 a 2023.
Hasta la gran prensa del imperio aireó los trapos más sucios del personaje, imposibles de ocultar o lavar.
Elliot Abrams es el hombre de los escuadrones de la muerte que ensangrentaron El Salvador, siguiendo la política del Gobierno de Reagan, y que tiene como mayor exponente de la crueldad, la masacre de El Mozote, practicada por el infame Batallón Atlácatl, creado en la Escuela de las Américas donde Estados Unidos preparó a las más criminales fuerzas latinoamericanas.
No fue ese el único crimen bajo la asesoría de nominado. El Irán-contra fue otra de las perlas, el escandaloso asunto cuando abrieron secretamente la puerta de venta de armas a Irán, contra el cual pesaba un embargo armamentístico decretado por los propios EE. UU., así como la utilización del narcotráfico para financiar a los grupos armados creados y organizados por los estadounidenses, conocidos como «Contras» para derrotar mediante acciones armadas al Gobierno Sandinista en Nicaragua.
A Abrams se le conoció como el «el subsecretario de Estado para las guerras sucias», y sus huellas dactilares estaban tan impresas que cuando se juzgó aquella política tuvo que declararse culpable de dos cargos de ocultación de información al Congreso, y hasta el Distrito de Columbia le impidió seguir ejerciendo la abogacía.
Bajo Bush-Cheney trabajó en el Consejo Nacional de Seguridad sobre
cuestiones relativas a Israel y Palestina y se considera su mayor logro el impedir que las elecciones de 2006 desembocaran en un Gobierno de coalición entre Hamás y Al Fatah en Cisjordania y Gaza, y que la división entre esos dos movimientos haya impedido un frente fuerte para negociar y enfrentar a Israel.
Por supuesto, las guerras contra el «terrorismo», la barbarie contra Irak y Afganistán están en su expediente, y según el diario británico The Guardian, también Abrams estuvo en el aliento al golpe de 2002 contra Hugo Chávez en Venezuela.
Probablemente esa experiencia le valió para que Trump lo nombrara enviado especial para Irán y Venezuela. El apócrifo «presidente encargado» Juan Guaidó fue parte de su puesta en escena.
Aunque estas son apenas muestras en el expediente de Abrams, se debe mencionar su participación en la NED, la National Endowment for Democracy, supuestamente una organización no gubernamental, que tiene entre sus objetivos proveer de financiamiento a quienes «luchan por la democracia en el exterior», fondos que obtiene de la Casa Blanca, del Departamento de Estado, del Congreso de Estados Unidos para subvertir en todo el mundo.
En pocas palabras, con Elliot Abrams de consejero, ha regresado uno de los diablos al infierno.