Manifestaciones en febrero advertían a Biden de evitar la guerra en Ucrania. Autor: AFP Publicado: 26/03/2022 | 10:19 pm
Más tropas de Estados Unidos, y en más países, se estaban estacionando en Europa, fundamentalmente en el flanco este de la alianza y con mayor cercanía a las fronteras rusas, antes de que la OTAN diera comienzo el 24 de marzo a una reunión cumbre extraordinaria en su cuartel general en Bruselas, un encuentro presencial al que asistió el presidente Joe Biden para garantizar su propia guerra, enfocado en el conflicto ruso-ucraniano.
En la reunión de emergencia, la coalición bélica se comprometió a ser más agresiva aún con Rusia: doblar sus tropas en las proximidades de las fronteras rusas y enviar más armas, incluidos sistemas de misiles balísticos. Está claro que en lugar de propiciar una desescalada del conflicto, lo empuja hacia el abismo, utilizando como campo de batalla inmediato a un país que no es miembro de la OTAN.
El pacto bélico que transgredió acuerdos de seguridad con Moscú tras el fin de la llamada Guerra Fría es el meollo de la actual crisis. Una fuente conocedora y de primera mano, como Stars and Stripes, ha dicho que los combates en Ucrania pueden llevar a un replanteamiento de la postura militar de Estados Unidos en Europa y, por ende, conducir a una acumulación de fuerzas estadounidenses en la región no vista desde el final de la Guerra Fría, y así está sucediendo.
Ya se está dando la predicción, hay 100 000 soldados del Pentágono operando en el Viejo Continente, la mayor cantidad desde el año 2005 —cuando garantizaba desde allí un rápido despliegue en las zonas de guerra de Irak y Afganistán. El emplazamiento sigue lo ordenado por Biden, supera los 80 000 de enero y también mucho más que los permanentes: 65 000 soldados, según el Comando Europeo de Estados Unidos/Eucom, aunque cada año se le agregan otros en rotación mediante ejercicios militares de entrenamiento.
Y seguirán sumando… Dicen que para detener a Rusia.
La Europa que alberga bases militares de EE. UU. en 19 países, incluidas seis instalaciones para las armas nucleares del Pentágono, es invadida por nuevas tropas desde allende el Atlántico, dirigidas especialmente a Polonia, Rumanía y los Estados del Báltico (Letonia, Estonia y Lituania).
Como se aprecia, la expansión ha tomado rumbo a exmiembros del finiquito Pacto de Varsovia, lo que constituye una reconstrucción del mapa de la OTAN, llevado a cabo de manera gradual desde 2014, aunque el mayor posicionamiento se mantiene por ahora en Alemania con 38 500 uniformados, en Italia con 12 000, y tienen 10 000 en Polonia y otro número igual en el Reino Unido.
Ahora mismo, varios miles de infantes de Marina, entre ellos de la 2da. División de ese cuerpo militar, participan en Cold Response en Setermoen, Noruega, como parte de aproximadamente 30 000 soldados de 27 países de la OTAN y otros socios (como Suecia y Finlandia), el mayor ejercicio militar de Noruega desde que finalizó la Guerra Fría.
Dicen que esta edición de Cold Response estaba planificada con ese número récord de tropas desde antes del 24 de febrero, pero no parece preocuparles mucho que Respuesta Fría caliente más las tensiones cuando en esta muestra del poderío militar otaniano forman parte alrededor de 220 aviones y más de 50 barcos, desplegados en una zona relativamente cerca de la línea que comparten Noruega y Rusia: 195,7 kilómetros de frontera terrestre entre Sør-Varanger, en Finnmark (Noruega), y el distrito de Petsamo, Múrmansk (Rusia), y 23,2 kilómetros de frontera marítima en el Varangerfjord.
También a la sombra se lucra
Se afirma, con muchísima razón, que en una guerra todo el mundo pierde, incluso, quienes puedan ser los vencedores en los campos de batalla. Pero no es tan así. Toda guerra constituye ganancia para los contratistas militares, para la llamada industria de la muerte, para las grandes empresas que ven llegar a corto plazo a sus caudales decenas de miles de millones de dólares…
Los conflictos bélicos vigentes —que no son pocos, aunque ahora estén opacadas por los ejércitos mediáticos que solo estiman noticioso el enfrentamiento ruso-ucraniano, y dejan los otros en sordina para velar su permanencia en el tiempo, intensidad y brutalidad—, han visto crecer los capitales de esos consorcios, con cifras anuales de beneficios cada vez más lucrativos desde aquel fatídico 11 de septiembre en que Bush, el hijo, declaró la guerra infinita al terrorismo, y para ello estableció su propio terror.
El viernes 11 de marzo, el presidente Joe Biden firmó la ley del presupuesto de Estados Unidos. Un total de 1,5 billones de dólares que incluyen el mayor gasto militar aprobado hasta ahora por esa nación imperial, 782 000 millones de dólares (seis por ciento más que en el año fiscal anterior) y casi 30 000 millones de dólares por encima de la solicitud inicial de la Casa Blanca.
También la astronómica partida contiene 6,5 mil millones en ayuda militar a las naciones de Europa del Este, que encierra a su vez 3,5 mil millones en armas adicionales para Ucrania, a la que han estado apertrechando desde mucho antes de la marcha guerrera rusa.
Alertas, ahí no acaba la espiral de esa cornucopia que lleva junto a los dólares enorme cantidad de dolor y destrucción, pues la financiación adicional para el Gobierno de Kiev «se suma a los más de mil millones que Estados Unidos ya ha gastado en el último año para dotar a los soldados ucranianos con armas modernas, incluidos los misiles antitanque Javelin, fabricados por Lockheed Martin y Raytheon Technologies, y los misiles antiaéreos Stinger de Raytheon», publicaba The Hill.
Ese medio, especializado en la política, mostraba desde Washington y mencionaba por sus nombres a dos de los grandes aprovechados de esta guerra, como lo han sido de las otras, pasadas, presentes o hasta las por venir.
Imagino la cara de satisfacción que puso un cabildero de la industria armamentista cuando le comentó a The Hill el efecto inmediato de los acontecimientos ruso-ucranianos: «Vamos a tener que rellenar parte de eso nosotros mismos, por lo que obligará al Pentágono a comprar más a algunas de las empresas de defensa» y completó su beneplácito con un augurio casi seguro de que el presupuesto militar del próximo año será aún mayor e «inyectará más dinero en adquisiciones e [investigación y desarrollo]».
Hace unos pocos días, la propia publicación de Washington D.C. titulaba «El conflicto de Ucrania es una bendición para la industria de defensa» y comentaba que los aliados de EE. UU. en Europa se comprometieron a aumentar drásticamente su gasto en defensa para contrarrestar la amenaza rusa, «medidas que traerán nuevos contratos lucrativos a la industria armamentística».
Citaba The Hill a William Hartung, investigador principal del Quincy Institute for Responsible Statecraft: «Hay muchas posibilidades de que los contratistas se beneficien, y a corto plazo podríamos estar hablando de decenas de miles de millones de dólares, lo cual no es poca cosa, incluso, para estas grandes compañías».
En realidad, mientras Estados Unidos y la OTAN le buscaron las cosquillas al Kremlin, anunciando día a día y durante meses una posible invasión rusa a Ucrania, fueron apertrechando a ese país y al mismo tiempo presionando el aumento de los gastos bélicos de los europeos, de manera que en lo que va de este 2022, las acciones de Lockheed Martin han aumentado en más del 25 por ciento, las de Raytheon un 12 por ciento, en 14 por ciento las de General Dynamics y en 16 por ciento las acciones de Northrop Grumman.
También el historiador Jonathan Ng, en un ensayo publicado en Truthout bajo el título La industria armamentística ve el conflicto de Ucrania como una oportunidad, no como una crisis, explicó que «El conflicto en espiral sobre Ucrania dramatiza el poder del militarismo y la influencia de los contratistas de defensa. Un impulso despiadado por los mercados, entrelazado con el imperialismo, que ha impulsado la expansión de la OTAN, al tiempo que inflama las guerras desde Europa del Este hasta Yemen.
«En realidad, la expansión de la OTAN fue un incitador clave de la crisis. Y la conflagración fue un regalo para la industria armamentística», afirma, al tiempo que advierte de una cultura corrosiva: «los intelectuales de la OTAN ahora hablan abiertamente sobre la perspectiva de una “guerra infinita”», y hace referencia a las cifras que muestra las Naciones Unidas: al menos 14 000 personas han muerto en la guerra ruso-ucraniana desde 2014, y más de 377 000 han perecido en Yemen.
Por eso define con mucha razón cómo debe enfrentarse a esos buitres de la guerra, con lo que más temen: «la amenaza de la paz».