La política de sanciones recrudecida por Trump se tradujo en manifestaciones de repudio de los iraníes. Autor: EFE Publicado: 11/02/2021 | 07:00 pm
Apenas ingresó en la Casa Blanca, Joe Biden sintió el alarmante tic tac de la bomba de tiempo que Donald Trump dejó instalada al cancelar el acuerdo nuclear con Irán.
El documento, cuyo nombre oficial es Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) de 2015, fue concertado por el presidente demócrata Barack Obama, a fin de atajar la amenaza israelí de emprender una guerra contra la nación persa, con el pretexto de impedir que fabricara una bomba atómica.
En realidad, todo aquello sirvió para que la administración Obama mantuviera en pie severas sanciones económicas contra Irán y elevara a niveles sin precedentes la ayuda económica y militar a Israel.
Sin embargo, el acuerdo fue concertado tras dos años de arduas negociaciones, junto con Francia, Inglaterra, Rusia y China (los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU) más Alemania, el llamado grupo 5+1.
Irán se comprometía a limitar su actividad nuclear con fines pacíficos, bajo estricto control internacional, y Washington suspendería de modo paulatino las sanciones económicas que se remontaban a 1979.
La decisión de Trump de salirse del Acuerdo reinstaló el clima de hostilidad de Washington hacia Teherán prevaleciente por más de cuatro décadas.
Trump se convirtió en el séptimo presidente de Estados Unidos que fracasó en la confrontación con la revolución popular iraní que proclamó la República Islámica, el 11 de febrero de 1979.
Biden tiene ahora la oportunidad de enderezar el rumbo frente a Teherán, del mismo modo que regresó al Acuerdo sobre el cambio climático y a la Organización Mundial de la Salud.
Más aún porque el acuerdo nuclear de Irán fue concertado durante su ejercicio de ocho años como vicepresidente de Obama.
Sin embargo, apenas el nuevo mandatario demócrata comenzó a estructurar su equipo negociador para los asuntos de Irán, los sectores más belicistas de Israel comenzaron a protestar.
Lo cierto es que Washington no tiene otra salida que admitir el fracaso de las «políticas de sanciones económicas y máxima presión» ejercidas contra Irán, su pueblo y su Gobierno.
La otra conclusión evidente es que si Estados Unidos —bajo la presidencia de Trump— abandonó el Acuerdo, le toca a Biden retomar el compromiso roto y levantar las sanciones políticas, económicas, financieras y legales.
Solo así se podrá establecer un clima positivo y reclamar a Irán que regrese a los niveles acordados de enriquecimiento de uranio para su uso pacífico.
El dilema de Biden, sin embargo, es el riesgo de parecer «blando con Irán» si regresa al trato sin obtener más concesiones de Teherán.
Pero a simple vista, lo cierto es que al mandatario demócrata le tocó recoger el fruto de un gobernante derrotado, que además le dejó un país envuelto en una grave crisis sanitaria, con una situación económica muy comprometida.
Curiosamente, fue a otro flamante presidente demócrata, el exgobernador de Georgia, James Carter, a quien sorprendió el vendaval de la Revolución Iraní que arrasó en enero de 1979 con el poder despótico y dictatorial del Shah Reza Pahlevi, entronizado en el poder en 1953, tras un golpe de Estado, organizado por la CIA y la inteligencia británica, la llamada Operación Ajax contra el primer Gobierno electo democráticamente en Irán.
El depuesto primer ministro iraní Mohamed Mossadeq se había atrevido a nacionalizar los yacimientos petroleros del país, hasta entonces explotados por la British Petroleum.
Como revelaron infinidad de documentos oficiales desclasificados, los manuales de tortura utilizados por el servicio de inteligencia y seguridad interior de Irán entre 1957 y 1979, durante el reinado de Mohammed Reza Pahlevi, el brutal Savak, fueron escritos por la CIA y el Mossad, el servicio de inteligencia israelí.
La entronización del Shah permitió a Estados Unidos 26 años de una útil colaboración del monarca a sus planes hegemónicos en Oriente Medio, hasta entonces dominado por Inglaterra y Francia.
En las protestas del pueblo iraní que terminaron derrocando al Shah hace 42 años, también estaba el rechazo al apoyo de Washington al régimen despótico. Foto: AP
Tres presidentes estadounidenses visitaron Irán bajo el mandato del Shah: Dwight Eisenhower, Richard Nixon y Jimmy Carter, quien celebró junto a él la llegada del año 1978 con una cena de gala en la que desbordaron el lujo y el champán.
«Nuestras conversaciones han sido inestimables, nuestra amistad es insustituible (...). Y no hay ningún otro líder por el que sienta una mayor gratitud y amistad personal», dijo Carter refiriéndose al Shah Mohamed Reza Pahlevi en el brindis durante la cena ofrecida en su honor.
Entonces no podía imaginar que apenas un año después, ocurrirían las masivas manifestaciones populares de repudio al régimen despótico del fiel aliado, quien sería barrido por las multitudes que retaban en las calles a los represores entrenados por los asesores norteamericanos.
El monarca abandonó Irán el 16 de enero de 1979, incapaz de contener las protestas.
El 31 de enero, el ayatolah Ruhola Jomeini regresaba al país tras 15 años de un exilio desde el que se convirtió en el principal líder opositor al régimen monárquico. Diez días después, el 11 de febrero, era proclamado el Día de la Victoria de la Revolución. Tras un referéndum, el 1ro. de abril de 1979 se declaró la República Islámica de Irán.
Carter rompió las relaciones diplomáticas, que se mantienen congeladas hasta hoy, e impuso el primer paquete de sanciones económicas, que fueron sucesivamente incrementadas por todas las administraciones siguientes.
La mejoría registrada en el ambiente entre los gobiernos de Irán y Estados Unidos a partir de la firma del Acuerdo Nuclear se esfumó con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y la posterior ruptura del compromiso, un gesto violatorio de la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU, que Washington debería cumplir, al igual que el resto de los firmantes.
El nuevo secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, dijo esta semana que el presidente Joe Biden tiene la voluntad de regresar al acuerdo nuclear con Irán, pero rechazó la postura de Teherán de que Estados Unidos actúe primero, levantando las sanciones impuestas por su predecesor.
Siete administraciones previas fracasaron en sus diferentes intentos por doblegar al pueblo iraní y provocar un cambio de régimen.
El presidente Biden debería meditar sobre el significado de ser el octavo y asumir que ha llegado «el momento de la verdad».
Entre las curiosidades relacionadas con el número ocho se dice que significa el comienzo y escrito horizontalmente, representa el infinito. Está considerado como el número de la justicia y de la equidad.
Tal vez la historia le ha puesto en sus manos la posibilidad de consagrarse como iniciador de una nueva era de convivencia civilizada con la legendaria nación persa