José Cabañas (derecha), embajador de Cuba en Estados Unidos, y una mujer de la sede diplomática muestran los daños causados a la instalación. Autor: AP Publicado: 03/05/2020 | 01:05 am
Más leña al fuego de la impunidad y nuevas agresiones podrían provocar la ausencia de respuesta del Gobierno de Estados Unidos a Cuba, luego del ataque armado infligido a nuestra embajada en Washington a pesar de la demanda de la Cancillería para que, de acuerdo con las normas diplomáticas establecidas, se investigue el hecho terrorista formalmente y se comuniquen los resultados.
La actitud de la Casa Blanca no sorprende pues, como denunció nuestro ministro del Exterior, Bruno Rodríguez Parrilla, los disparos efectuados contra el inmueble —en horas de la madrugada del jueves— resultan una evidente consecuencia del discurso y de las acciones de odio implementadas por el presidente Donald Trump contra Cuba, y también por sus principales personeros.
El hecho de que, de modo extraoficial, el supuesto autor atrapado sea identificado como un hombre de origen cubano, desequilibrado emocionalmente, contrarrevolucionario y cocainómano —según se desprende de un despacho de la agencia Asociated Press (AP) porque, reitero, el ejecutivo estadounidense sigue callado— alimenta dudas en cuanto a la veracidad de su autoría.
Pero, en última instancia, esa falta de oficialidad por parte de Estados Unidos en torno a un suceso de tanta gravedad, augura no solo carencia de rigor en lo que debería ocurrir después —o ¿no será enjuiciado?—, y explica la falta de credibilidad en relación con este proclamado culpable. Además, y lo más peligroso, alienta a que acciones de tal naturaleza descabellada se repitan.
De lo fatal que pudo ser el acontecimiento no solo dan cuenta las fotos y un video que la propia agencia AP realizó en la embajada, y divulgó en las redes sociales.
En la grabación se observa que los disparos —el diámetro de las perforaciones por el impacto de las balas permitía introducir el dedo índice— habrían arrasado con una buena parte de nuestros funcionarios, de haber ocurrido el ataque cuando la mayor parte de ellos se encontraban laborando allí.
Se ven perforaciones cerca de mesas y en cristales de puertas, y quién sabe dónde más, pues los investigadores, señaló AP, hallaron un total de 32 casquillos en la calle, desde donde el autor habría disparado.
¿Se repite la ejecutoria criminal sufrida por Cuba, dentro y fuera de la Isla, en la segunda mitad de la década de 1970, en los años 80 y en los 90 del siglo pasado, y que fueron a su vez saga de los ataques terroristas contra la economía nacional y la vida de los cubanos del decenio de 1960?
La de la Casa Blanca contra Cuba ha sido una política de terrorismo de Estado que se estrenó recién triunfante la Revolución, y se insertó después en la terrible y transnacional Operación Cóndor, que instauró dictaduras militares en otras naciones latinoamericanas, y asoló el progresismo y las nuevas generaciones en sociedades enteras mediante la represión camuflada y silenciosa, y la desaparición.
Se incluye en ese tenebroso listado todo el rosario de agresiones infligidas a los cubanos desde la explosión del vapor francés La Coubre, en 1960, hasta los atentados contra nuestros hoteles en el año 1997, pasando después por el frustrado intento de asesinato de Fidel, con el explosivo C-4, en la Cumbre Iberoamericana de noviembre de 2000 en Panamá, comandada por el terrorista confeso Luis Posada Carriles.
Podría intentar alguien «cazar el gazapo» de que Posada era de origen cubano. Pero a ello habría que recordar que él y sus secuaces de la contrarrevolución terrorista en Florida fueron prohijados, promovidos y protegidos por la CIA. Y Posada, como sabemos, murió impune en Miami varias décadas después de haber confesado desfachatadamente sus crímenes, entre los cuales el más doloroso y conocido es la explosión en pleno vuelo del avión de Cubana en que viajaban 73 pasajeros, todos muertos ese fatídico 6 de octubre de 1976.
Cuando, en mayo de 1999, Cuba decidió acusar a Estados Unidos por la promoción y amparo que sucesivas administraciones estadounidenses dieron al terrorismo de Estado contra la Isla, se contabilizaban sus víctimas fatales en 3 478 cubanos fallecidos y en 2 099 incapacitados.
Al dictar sentencia, la sala de lo Civil y de lo Administrativo del Tribunal Provincial Popular de Ciudad de La Habana —que había recibido la Demanda del Pueblo de Cuba al Gobierno de los Estados Unidos por Daños Humanos, de manos de nuestras organizaciones sociales y masas— explicó que la vida es invaluable, así como el sufrimiento ocasionado, pero logró promediar los daños en 40 millones de dólares.
La vista, escenificada en sucesivas sesiones que se transmitieron, resumidas, por televisión y la prensa plana y radial, resultó totalmente inédita y aleccionadora para el orbe. Y aunque Estados Unidos solo estuvo sentado moralmente en el banquillo —como esta vez, no respondió— el proceso constituyó un juicio inédito que permitió a sobrevivientes y familiares testimoniar, de primera mano, tanto crimen impune.
Esos alegatos de voces entrecortadas o frases interrumpidas por algún sollozo escapado, constituyen capítulo inolvidable e imprescriptible de las «relaciones» entre Estados Unidos y Cuba, y del propio devenir en la Isla después de 1959.
Con toda razón, el Embajador cubano en Estados Unidos, José Ramón Cabañas, habla en las declaraciones que dio a la AP de lo impensado de un suceso de esta naturaleza en el año 2020, cuando —considera una— se supone que la humanidad habría traspasado con creces el umbral de los 2000, que se esperaba que nos adentrase en una nueva era… y mejor.
Para más indignación y por añadidura, podría agregarse que la agresión impune acontece ahora, otra vez, en un país que confecciona lista de naciones supuestamente promotoras del terrorismo, que por eso las excluye y ataca y que, con la excusa del mal que el propio imperio promueve, arma guerras por el mundo y agrede impunemente.
El silencio tras el ametrallamiento de nuestra embajada en Washington, y las reiteradas y falsas acusaciones con que EE. UU. intenta satanizar la colaboración internacionalista del personal cubano de la salud —hablo del reincidente secretario de Estado, Mike Pompeo— buscan seguir enturbiando el ambiente en torno a Cuba y amenazan la frágil paz regional, porque esa paz ya está herida, por responsabilidad de tales políticas, en otros lugares del planeta.
Si no condena este y otros atropellos cometidos por una administración más centrada en su relección que en la paz mundial, la observancia del Derecho e, incluso, más que en el bienestar de sus propios ciudadanos, el concierto internacional de naciones perdería una buena oportunidad de reclamar cordura, respeto y justicia: tres ingredientes imprescindibles para asegurar la estabilidad mundial.
Antecedentes, solo en territorio de EE. UU.
Entre otros atentados contra el personal diplomático y comercial cubano en 25 naciones, Estados Unidos es responsable de más de una veintena cometidos en su propio suelo.
De esos últimos descuellan el atentado contra el consulado cubano en Nueva York, en abril de 1959, y el de junio de ese propio año en Miami, que dejó herido de gravedad a nuestro cónsul. Unos meses después otra agresión sufrió el secretario del consulado de Cuba en Nueva York.
Recordemos que también en diciembre de 1964, un comando del grupo terrorista Movimiento Nacionalista Cubano (MNC), auspiciado por la CIA, disparó una bazooka contra la fachada del Consejo de Seguridad, mientras el Comandante Ernesto Che Guevara pronunciaba un discurso.
El 11 de septiembre de 1980, balas asesinas acabaron con la vida de Félix García. Era el primer diplomático acreditado en la ONU asesinado en los Estados Unidos. El terrorista que le disparó fue Eduardo Arocena, dirigente de la organización de la ultraderecha cubanoamericana Omega 7, que durante años operó en EE. UU. con total impunidad.
Solo en la más cosmopolita ciudad estadounidense —Nueva York— descuellan 19 ataques ejecutados principalmente contra la sede de la Misión Cubana ante la Organización de Naciones Unidas y contra el consulado. También se anotan cuatro en Miami, y dos en Washington, anteriores al tiroteo reciente contra la embajada.
Fuente: ACN y Archivo de JR