El enfrentamiento y adaptación al cambio climático es una tarea compleja sobre la que existen pocos antecedentes y experiencias en el mundo. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:06 pm
Australia se ha convertido en la «zona cero» del cambio climático. Lo que hasta ahora era un concepto lejano y abstracto, ha pasado a ser una realidad temible y acuciante, según destaca un detallado artículo de El Mundo.
Los pavorosos incendios han causado la muerte de al menos 33 personas, han afectado a 480 millones de animales y han arrasado una superficie de más de 10 millones de hectáreas. La sequía dejó paso al récord de temperaturas y a los vientos racheados que convirtieron el sureste del país en una auténtica pira.
Después llegaron la inundaciones y las tormentas de polvo, en una secuencia apocalíptica de episodios de clima extremo. «Australia está en llamas por una sencilla razón: la temperatura de la Tierra está aumentando», advierte el naturalista británico David Attenborough. Los científicos alertan de que lo que está ocurriendo podría ocurrir en esta década y en otras partes del mundo si se supera la línea roja de 1,5 grados.
Los fuegos, la respuesta tardía y las consecuencias
En el 2019, la temporada de incendios se adelantó a septiembre (la primavera austral). Aunque se sospecha que algunos pudieron ser intencionados, la combinación de la sequía con las altas temperaturas tuvo un efecto letal. El 18 de diciembre fue el día más caluroso jamás registrado en Australia, con una temperatura media de 41,9 grados y máxima de 49,9 grados en Nullarbor.
La respuesta ante la emergencia fue muy tardía. El primer ministro, Scott Morrison, se encontraba de vacaciones en Hawai en el momento crítico. Desde su victoria en mayo al frente del Partido Liberal, el político conservador se ha alineado con el presidentes de EE.UU., Donald Trump, y con el de Brasil, Jair Bolsonaro, en el frente «negacionista». En su mensaje de Navidad pidió «paciencia» a sus compatriotas y apeló al espíritu combativo para emular a «pasadas generaciones que se enfrentaron a desastres, inundaciones, fuegos, epidemias y sequías». Morrison se resistió durante semanas a establecer un posible vínculo con el cambio climático y un miembro de su equipo llamó «lunáticos» a los activistas. Australia es el tercer mayor exportador de combustibles fósiles del mundo: entre el 2000 y 2015, sus exportaciones de carbón se duplicaron y actualmente representan el 29% del comercio mundial. Pese a contar con el 0,3% de la población mundial (24 millones de habitantes), es el decimocuarto emisor más grande.
Los satélites de la NASA han detectado cómo el humo de los incendios de Australia ascendió hasta 17,7 kilómetros en la estratosfera y dio la vuelta al mundo en las dos primeras semanas de enero. Se estima que la cantidad d CO2 liberada por los fuegos equivale a las emisiones de ocho meses de Australia. El humo tiñó de gris los glaciares de Nueva Zelanda y llegó incluso a las costas de Suramérica. Los incendios hicieron casi irrespirable el aire en la capital, Canberra, que llegó a registrar niveles hasta 20 veces por encima de los niveles máximos de partículas contaminantes. En Sydney, Melbourne y Adelaida se instaló una capa de smog que obligó a suspender el arranque del Open de Australia de Tenis. El humo de los incendios dejó paso a las lluvias torrenciales, con máximas de 54 milímetros por metro cuadrado en apenas media hora en la localidad de St. Albans. Días después, una nube de polvo de más de 200 kilómetros de ancho (procedente de las tierras agrícolas afectadas por los incendios) barrió gran parte del interior de Nueva Gales del Sur y produjo escenas apocalípticas en poblaciones como Dubbo, Broken Hill, Nyngan y Parkes.
Aún no existe una evaluación de los daños causados, se teme que los incendios tengan un grave impacto en la economía en el 2020. Pese a la sensación de que lo peor ya ha pasado, los meteorólogos advierten que, pasadas las lluvias, puede volver a una situación de alto riesgo hasta el final del verano austral. Un estudio del Instituto de Cambio Climático de la Universidad Nacional de Australia predice que el 2050 no habrá «invierno» en el país (salvo en la isla de Tasmania). El informe sugiere la irrupción de una estación que podría llamarse «nuevo verano», con temperaturas sostenidas por encima de los 40 grados.