Varias generaciones de periodistas se formaron al influjo del ejemplo de Julius Fucik. Autor: Tomado de Internet Publicado: 07/09/2019 | 08:57 pm
Anochece en Praga el 24 de abril de 1942. Los miembros de una célula clandestina que lucha contra la ocupación nazi de Checoslovaquia están reunidos en una casona de la periferia de la ciudad. Hacen planes y conspiran. Desde la calle les llega el alarmante e inconfundible sonido de un carro al frenar. Temen lo peor. «¡La Gestapo!», exclama alguien desde una ventana. Luego, tropel de botas, gritos de mando y chirrido de armas. Una embestida echa abajo la puerta y una jauría con atuendo de uniforme irrumpe en la residencia.
—¡Al suelo todo el mundo! —ordena, vocifera, aúlla una voz, mientras su dueño rastrilla con furia su fusil de asalto.
Los conjurados obedecen. ¿Qué más podían hacer? Ya en el piso, los cachean, los humillan, los ofenden, los esposan y, finalmente, los hacen subir a empellones en la parte trasera del carro que aguarda por ellos en las cercanías. Destino: la tristemente célebre cárcel de Pankrác, tenebroso centro de torturas y guarida de las peores perversidades humanas.
Entre los capturados en el allanamiento hay un destacado periodista local, cuyas críticas literarias y teatrales suelen publicarse en las páginas de los periódicos Rude Pravo y Tvorba. También escribe fogosos artículos de apología al comunismo. Forma parte del Comité Central del Partido Comunista checoslovaco, pero sus captores aún no lo han identificado. Uno de los detenidos flaquea y les revela su nombre a las bestias de la Gestapo. Entonces todo el odio y el rencor de los invasores se lanzan sobre Julius Fucik.
Perfil de un comunista
Julius Fucik nació el 23 de febrero de 1903 en Praga, capital de Checoslovaquia. Desde muy joven mostró tendencias izquierdistas, en especial luego de consumada la Revolución Rusa. En 1921 ingresó al Partido Comunista y matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Pilsen, al tiempo que ejercía su pasión como crítico cultural.
A inicio de los años 30 viajó en secreto varias veces a la Unión Soviética. Lo fascinó la manera en que comenzaron allá a construir el socialismo desde el Primer Plan Quinquenal, y con ese tema escribió un libro que le valió cárcel. En la propia década formó un frente en defensa del pueblo español que combatía contra la dictadura franquista y el fascismo.
Gran parte de su obra periodística de la época la escribió desde las sombras y con seudónimos. Su situación se complicó a mediados de 1939, cuando el ejército nazi ocupó Bohemia y Moravia. Para la Gestapo, el comunismo checo era un enemigo interno que debía liquidarse. Fucik fue uno de los militantes más buscados. Por fin lo capturaron el 24 de abril de 1942, según él, «en una hermosa y templada noche de primavera».
El preso de la celda 267
En la cárcel de Pankrác, sombría y lúgubre, los torturadores se muestran impotentes ante la entereza de Fucik. Le aplican los castigos físicos y sicológicos más refinados para obligarlo a delatar a sus camaradas de lucha, pero en vano. A bastonazos le rompen los dientes. Lo trasladan de prisión, le cambian los verdugos, lo someten a martirios, le machacan los huesos… ¡Y ni una palabra sale de su boca! «¿Cuántos golpes puede resistir un hombre sano?», se preguntaría después.
Una mañana, uno de los guardias que lo custodian entra en su celda a hacer una inspección de rutina. Tiene una manera de comportarse diferente a los demás nazis. Fucik lo describiría así luego: «A primera vista, una persona enigmática. Marchaba por los pasillos solo, tranquilo, reservado, observador, alerta… Jamás se le oyó gritar. Jamás se le vio pegar».
Casi en un susurro, le pregunta al prisionero que si necesita algo, «…por si acaso, si quiere usted enviar un recado para alguien… o si quiere escribir… No para ahora, ¿comprende? Sino para el futuro: cómo ha llegado aquí, si alguien le ha traicionado, qué conducta observaba de éste o de aquél… Para que todo lo que usted sabe no se marche con usted…».
Fucik recela y calla. Le parece un ardid de sus captores para obtener de él información escrita. Pero, con los días, cambia de parecer. Su instinto de conspirador lo induce a confiar. A la postre, el guardia —llamado Afolf Kolínsky— resulta ser un compatriota suyo. Se ha hecho pasar por alemán para ayudar en todo lo posible a los prisioneros checos en Pankrác.
Sin parar mientes en el peligro al que se expone, Kolínsky se encarga de hacerle llegar a Fucik, con suma cautela, un lápiz y 167 tiritas de papel higiénico. Con tan precario material el prisionero tal vez pueda redactar su crónica póstuma. También asume la vigilancia para que no sea descubierto.
Fucik escribiría después en su mazmorra: «Era demasiado hermoso encontrar aquí, en esta casa sombría, a un amigo que, con el mismo uniforme de aquéllos que no tienen para ti más que gritos y golpes, te da la mano para que no perezcas sin dejar huellas, para que puedas dejar un mensaje a los hombres del futuro, para que puedas hablar, al menos por un instante, con los que sobrevivirán y alcanzarán la liberación».
Meses después, Fucik es enviado a Alemania para ser juzgado. «¿Admite haber ayudado con sus actos a la Rusia bolchevique», le pregunta un juez. Y él le responde: «Sí, he ayudado a la URSS y al Ejército Rojo. Es lo mejor que he hecho en mis 40 años. (…) Ahora van a dictar sentencia. Sé su contenido. La muerte a ese hombre. Mi veredicto acerca de ustedes lo he dictado hace tiempo: ¡Muera el fascismo, muera la esclavitud capitalista! ¡La vida al hombre! ¡El porvenir al comunismo!».
Los presos políticos de la cárcel berlinesa de Plötzensee recuerdan que, camino al paredón, y maniatado entre dos miembros de la Gestapo, iba tarareando La Internacional. Muchos de ellos la corearon. Era el 8 de septiembre de 1943.
Reportaje al pie de la horca
En mayo de 1945 el fascismo es derrotado. Gusta Fucíková, la esposa de Julius Fucik, sobrevive al campo de concentración de Ravenbrück. Está al tanto del fusilamiento de su marido y de los rumores de que ha dejado un documento de su puño y letra. Da con el paradero de Afolf Kolínsky. El falso guardia de la Gestapo conserva como un tesoro las tiras de papel higiénico donde escribió el gran periodista y revolucionario. Consiguió sacarlas ocultas de la cárcel de Pankrác.
Entre ambos ordenan el texto y lo publican en una edición rústica en 1952, con portada del pintor comunista mexicano Diego Rivera. Lo titulan Reportaje al pie de la horca, una referencia incluida por Fucik al inicio de su escrito. Según reseña la enciclopedia cubana Ecured, «el reportaje le salió fluido, casi sin errores, con una estructura magnífica donde cabe desde el chiste negro del desahuciado hasta la semblanza de sus compañeros de cárcel; desde el contexto histórico, hasta el análisis síquico del torturador; desde la naturaleza del dolor hasta la empatía con la muerte».
Desde su aparición, el libro tuvo extraordinario impacto en la opinión pública mundial. Tanto que ha tenido centenares de ediciones en unos 90 idiomas y dialectos. Consta de ocho capítulos, y comienza con el relato de la captura del autor por la Gestapo y de las torturas que hubo de sufrir.
El texto denuncia los horrores cometidos por los nazis durante la ocupación de Praga. También deviene antología de frases de esperanza y amor, como esta: «He vivido por la alegría. Por la alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza no sea nunca unida a mi nombre».
Epílogo para un legado
En 1950, el Consejo Mundial de la Paz le otorgó póstumamente a Julius Fucik su principal Premio. Y, desde 1968, cada 8 de septiembre se celebra el Día Internacional del Periodista. Aunque su nombre ya no suele aparecer en el contexto de las principales celebraciones del gremio —cada país las ha adaptado a sus conmemoraciones específicas— la obra de este gran checoslovaco no ha perdido trascendencia.
Sus últimas reflexiones en Reportaje al pie de la horca ponen de manifiesto los sentimientos más nobles que se albergan en el alma de los buenos seres humanos: Dicen: «También mi juego se aproxima a su fin. No puedo describirlo. No lo conozco. Ya no es un juego. Es la vida. Y en la vida no hay espectadores. El telón se levanta. Hombres: os he amado. ¡Estad alerta!».
Fuentes:
Reportaje al pie de la horca, de Julius Fucik
Enciclopedia cubana Ecured
Portada de la primera edición de Reportaje al pie de la horca
(1952).