Se mezclan en grupo apretado las estudiantes venezolanas de tercer año, futuras médicas integrales comunitarias, y sus profesoras de Venezuela y de Cuba. Autor: Alina Perera Robbio Publicado: 21/09/2017 | 06:58 pm
ESTADO DE MIRANDA, Venezuela.— Un golpe de calor me hace tomar reposo entre vecinos del municipio de Acevedo, a la sombra del Centro de Diagnóstico Integral (CDI) Caucagua, donde trabajan juntos profesionales de la salud de Cuba y de este hermano país.
Historias se escuchan. Un señor de apellido Marrero, quien se declara «paciente crónico», pues siempre viene al médico, lidera narraciones para asombrar y entretener a sus coterráneos: que si el vecino tal compró urna y consiguió confesión del cura, todo para su madre, pero él se fue primero; que si a una señora, por influencias del hijo, la fueron a enterrar a Caracas por todo lo alto y ahora nadie puede ir a llevarle flores, pues nadie sabe dónde está...
Mientras el calor todo lo enlentece, Marrero canta pícaro: «A mí que me entierren hondo, hondo…». El día ha transcurrido en paz, como casi todos. Aquí no se vivieron las confrontaciones que han sacudido a otros escenarios durante el mes de abril. Las personas son alegres, ocurrentes, cualquiera que pase frente al CDI es un suceso para pobladores como Marrero, que parece tener todo el tiempo del mundo.
A solo metros de donde estamos, horas antes de que me sentara junto al ocurrente contador de historias, conversé con un grupo de estudiantes venezolanas, quienes se están formando como médicas integrales comunitarias.
Ha sido en la Universidad Chávez-Fidel, lugar donde teoría y praxis se funden. Las jóvenes salen ahora camino a casa y dicen adiós a los vecinos. Pero todas juntas, siendo estudiantes de tercer año, me han hecho preguntarles por qué si están en el mismo momento de la carrera tienen edades diferentes.
La respuesta en voz de Alismarvis Villarroel, de 33 años, explicó en pocas palabras la naturaleza del centro de altos estudios: las alumnas son de raíces humildes; antes no pudieron matricular en universidades de élite, de «hijos de mamá y de papá». Por eso las animan la gratitud y una esperanza que solo habita en quienes le han encontrado sentido a la vida.
Alismarvis, nacida y crecida en Miranda Este, me confesó defender a capa y espada su carrera, su universidad. No hay quien le venga con comentarios negativos sobre la experiencia académica que está viviendo. Mientras, con diez años menos, Marilín Marén contó de su enorme gratitud, porque ella «quería estudiar Medicina y no encontraba la oportunidad; entonces me puse a trabajar, pues vivo con mi mamá y mi hija».
Cuentan con profesores cubanos y venezolanos. Los han calificado como muy buenos y amables, como personas que siempre quieren ayudar. Yomarli Flores, de 30 años, habló de una carrera que las ha «concientizado mucho: Hay personas que llegan, hablan con una y se les explica. A veces se desahogan espiritualmente. Me han llegado niños que los he sentido como míos, pues soy madre de cuatro hijos, y me siento muy identificada cuando ellos llegan al CDI muy mal, o cuando llegan personas mayores con problemas de hipertensión o convulsionando. Siento que debo ayudar».
A sus 20 años, Bárbara Blanco confesó tener un hijo muy pequeño, y que le encantaría especializarse en la rama de la pediatría: «Pasé curso de paramédico, en adiestramiento para ser bombera. Y ahí le agarré amor a la carrera. En realidad todavía no había empezado a estudiar. Pero a estas alturas la idea de salvar vidas le da sentido a todo».
«Mientras yo tenga vida y salud voy a seguir», me dijo Esther López, de 22 años. Ella tiene sus razones: «No es solo por mí y por el sacrificio que he hecho, sino también para apoyar las ideas de Chávez y de Maduro, que son los que se han esforzado, además de mis padres, para que tengamos este beneficio y esta oportunidad de poder estudiar».
Una voz joven salida de entre las demás se escuchó resuelta durante el diálogo en la Universidad Chávez-Fidel: «Nosotras… para adelante con el Gobierno, y no vamos a dar un paso atrás; muchas personas nos necesitan».
A la hora en que me he sentado a escuchar al señor Marrero —que solo así quiso presentarse— y a sus vecinos desgranando historias, se van mezclando en mi memoria las ocurrencias de los pobladores, tan curiosos y frágiles, y también la firmeza de esas futuras doctoras que darán todo de sí para que se hable más de amparos y menos de las soledades o de las ausencias.