La brutalidad no doblegó la entereza del líder congolés. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 06:24 pm
Quizá a los más jóvenes su muerte —o incluso su nombre— nos parezca lejana y confusa, como enredada entre las páginas de un libro de Historia Contemporánea. Otros sabrán mejor de él, del independentista del Congo Belga, del insigne Primer Ministro elegido por su pueblo en la República Democrática del Congo (RDC), de Patricio Lumumba, el hombre indoblegable que confió en el futuro de su país y su continente.
«África escribirá su propia historia, y, tanto al norte como al sur del Sahara, esta será una historia de gloria y dignidad», afirmó en una carta a su esposa escrita días antes de su asesinato el 17 de enero de 1961, crimen del cual mucho se ha dicho y se ha callado y del que no fue, sino hasta 2001, que los culpables comenzaron a declarar.
En la muerte de Lumumba estuvieron implicados, junto a los rebeldes opositores a su Gobierno dirigidos por el golpista Joseph Desiré Mobutu, las tropas belgas, la CIA norteamericana e incluso soldados de Naciones Unidas, fuerzas que se mantienen inmunes ante los reclamos de todo un pueblo y los intentos de procesos legales iniciados.
La justicia simula ser otra vez David contra Goliat, aunque la metáfora resulta dolorosamente conocida para todos aquellos nacidos en la zona más explotada y saqueada del planeta. «Un día la historia nos juzgará, pero no será la historia según Bruselas, París, Washington o la ONU, sino la de los países emancipados del colonialismo y sus títeres», expresó Lumumba en la mencionada carta. Su historia, o al menos este fragmento, escrito por los liberados, inicia el 30 de junio de 1960, día de la independencia de la República Democrática del Congo….
Crónica de una muerte manipulada
Hacia el inicio de la década de 1960, el Congo era el más grande y rico de los 16 Estados africanos que habían conseguido su emancipación del coloniaje. La creación de un país independiente frenó la explotación y el saqueo por parte de Bélgica, la antigua metrópoli, de los recursos naturales que abundan en el territorio: minerales como el coltán y el niobio —imprescindibles en la industria telefónica— además de oro, diamantes, cobre y estaño.
Las intenciones de entonces del reinado europeo eran claras: dejar un ejecutivo títere que garantizase sus privilegios económicos adquiridos tras años de dominación, por lo que se creó un Gobierno heterogéneo con una mayoría fácilmente manipulable, pero en el que destacaba Patricio Lumumba en el cargo de Primer Ministro, con una intención de integración africana y deseo de prosperidad para todo el continente y su gente.
En el acto de inicio de la República, el líder rememoró 80 años de colonialismo en los que el sufrimiento fue tanto «que todavía no podemos alejar las heridas de la memoria. Nos han obligado a trabajar como esclavos por salarios que ni siquiera nos permiten comer lo suficiente para ahuyentar el hambre, o vestirnos, o encontrar vivienda, o criar a nuestros hijos como los seres queridos que son. Hemos sufrido ironías, insultos y golpes día tras día solo porque somos negros», dijo.
También presagiaba un futuro de democracia e igualdad, de prosperidad y autodeterminación: «Nosotros, los que vamos a dirigir nuestro querido país como representantes elegidos, que hemos sufrido en cuerpo y alma la opresión colonial, declaramos en voz alta que todo esto ha terminado ya. Se ha proclamado la República del Congo y nuestro país está en manos de sus propios hijos». No podría imaginar lo poco que duraría la paz.
Con los objetivos económicos en peligro, nada detuvo la inminente guerra civil que poco tuvo de interna. La estrategia seguida por las potencias neocolonizadoras no era nueva, pero sí eficiente, lo había probado ya en muchas otras circunstancias: el apoyo a movimientos separatistas de «casualmente» importantes provincias del país, la intervención en «defensa» de sus ciudadanos, la oportuna «neutralidad» de organismos internacionales.
De esta manera, Bélgica incentivó la secesión de Katanga, área geográfica rica en minerales, y retiraron a sus técnicos y especialistas con la finalidad de provocar un colapso económico total. Luego, bajo el pretexto de proteger las propiedades de los belgas residentes en el país, Bruselas envió contingentes de paracaidistas para ayudar a consolidar la desintegración iniciada en el territorio.
En tanto, los servicios de Inteligencia norteamericanos y de otros países europeos, como el MI6 británico, comenzaron a subvencionar a congoleses traidores que se prestaran a colaborar contra el ejecutivo recién elegido; mientras, ante la imagen pública, el presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, se negaba a brindar ayuda al Congo.
Lumumba recurrió a Naciones Unidas para expulsar a los belgas, renuentes a evacuar el país, y ayudar a restaurar el orden. Sin embargo, el organismo internacional, creado con el objetivo de evitar la guerra y contribuir a la paz, envió tropas «neutrales» con la orden de no intervenir, al tiempo que desarmaron al ejército congolés, con lo que solo incrementaron la desestabilización e impidieron el enfrentamiento a los rebeldes.
Ante la inminente pérdida de parte del territorio nacional y el peligro de ocupación, Lumumba solicitó ayuda a la Unión Soviética, sin que ello representase la identificación con una ideología marxista. La llegada al Congo de asesores militares soviéticos, en medio de un contexto de Guerra Fría, aceleró la actuación de los países occidentales.
Presionado externamente, el presidente Joseph Kasavubo destituyó de manera ilegal a su Primer Ministro. En respuesta, Patricio Lumumba se negó a abandonar el cargo. El 14 de septiembre, nueve días después, el coronel Mobutu, jefe del ejército, tomó el control político en la capital tras un golpe de Estado y desató una ola de represión contra las organizaciones gubernamentales.
Paralelamente, una unidad secreta de la CIA recibió el encargo de eliminar al líder del pueblo congolés, en colaboración con el Gobierno de Bruselas. En su libro El asesinato de Patricio Lumumba, el investigador español Ludo de Witte relata que a finales de 1960 un telegrama de Allen Dulles, en aquella época director de la CIA, indicaba la conclusión alcanzada de que su derrocamiento debía ser «un objetivo urgente y prioritario de nuestra acción encubierta». La CIA puso en marcha entonces la Operación Wizard, destinada a apartar a Lumumba del poder y acabar con su movimiento. Para ello se envió al país africano al agente Frank Carlucci, que años más tarde sería secretario de Defensa durante el Gobierno de Ronald Reagan.
El 10 de octubre de 1960, el ejército y las tropas de la ONU detuvieron a Lumumba, pero este logró escapar el 17 de noviembre y huir en avión hacia su principal base de apoyo en Kisangani para ser nuevamente detenido el 2 de diciembre por el ejército y torturado ante la vista de las fuerzas de Naciones Unidas, siempre con órdenes de no intervenir.
Lo asesinaron en la noche. Amarrado a un árbol, junto a dos de sus seguidores, se enfrentó al pelotón de fusilamiento. Un equipo de policías belgas desenterró luego el cadáver y lo disolvió con el ácido sulfúrico que proporcionó una compañía minera para que no quedaran pruebas de su muerte. Tenía 35 años y apenas había permanecido tres meses como Primer Ministro.
Epílogo de un crimen
En noviembre de 2001, el Gobierno belga reconoció vagamente su responsabilidad en el asesinato de Patricio Lumumba y continúa negándose a investigar en profundidad lo sucedido y a reparar a los familiares. Los hijos del Héroe Nacional de la RDC, como fuese nombrado en 1966 por el mismo Mobutu a causa de la presión popular, han iniciado un proceso legal y presentaron en 2010 una denuncia contra 12 ciudadanos belgas —policías, militares y funcionarios—, a quienes acusan haber participado en el crimen de manera directa.
Luego, el Departamento de Estado norteamericano, en el texto Relaciones Exteriores de Estados Unidos, Volumen XXII, Congo, 1960-1968, develó documentos sobre sus operaciones secretas y reconoció su implicación en el derrocamiento y asesinato del líder congolés.
Por su parte, el antiguo comisionado de la Policía de la nación africana, Gerard Soete, relató cómo, tras el desmembramiento del cadáver, le mostró a los periodistas dos de sus dientes y una bala extraída de su cráneo. También afirma que guardó como recuerdo dos huesos de los dedos de Lumumba. Añadió que los cabellos de la cabeza, y la barba, les fueron arrancados mientras estaba todavía vivo.
Pero junto a las crueles declaraciones, quedan pruebas de la entereza de Lumumba. Escribía así a su esposa, en medio de las atrocidades que sufrió: «Ninguna brutalidad, maltrato o tortura me ha doblegado porque prefiero morir con la cabeza en alto, con la fe inquebrantable y una profunda confianza en el futuro de mi país, a vivir sometido y pisoteando principios sagrados».
El recuerdo de los próceres africanos atraviesa todavía hoy el estigma de la marginalidad, la colonización y en ocasiones hasta del racismo. Patricio Lumumba y otros como Amílcar Cabral, precursor de la independencia de Guinea Bissau y Cabo Verde —de quien el próximo 20 de enero se conmemorarán 43 años del atentado orquestado por Portugal que le quitó la vida— deben ser rememorados, pero como ellos querían, desde una óptica de liberación que se extienda a todo el planeta.
Debemos luchar todos los emancipados para que Lumumba y otros próceres no queden nunca reducidos a meras palabras que se pierdan en las páginas de un libro de Historia Contemporánea.