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¿Schengen pierde su visa?

El terrorismo, la crisis migratoria y el desacuerdo se han conjugado para reavivar la polémica sobre uno de los pilares de la Unión Europea: la libre circulación de ciudadanos

Autor:

Enrique Milanés León

Tristemente, parecía una película: un ciudadano marroquí armado con el ya clásico fusil Kalashnikov, una pistola, varios cargadores y hasta un puñal, subió en Bélgica al tren Thalys, que iba de Ámsterdam a París, y abrió fuego sin más, hasta ser reducido por cuatro pasajeros —tres jóvenes estadounidenses y un señor británico— que, aunque estaban allí como simples viajeros, salvaron a Occidente de otro episodio del mal.

Francia puso a la historia un final de créditos y aplausos cuando condecoró a esta suerte de cuarteto de Superman y James Bond con la Legión de Honor, pero una complicada trama política sugirió enseguida que aún queda mucha saga por rodar: los sectores más recelosos de Europa sostienen que el tratado de Schengen, que permite el libre movimiento en el continente, facilitó las cosas al terrorista.

En concreto, los detractores plantean que el acuerdo propicia lo que ellos llaman «terrorismo Erasmus», ejecutado por individuos violentos criados en Europa que viajan de un país a otro con toda comodidad en una zona sin fronteras.

Rápidamente, la Unión Europea (UE) respondió. Christian Wigand, portavoz de la Comisión Europea (CE), declaró que el fallido atentado «no pone en discusión Schengen», sin embargo, sobre el asunto hay de todo menos unanimidad.

El nombre de esta localidad de Luxemburgo de apenas 600 habitantes, ubicada cerca de la confluencia de las fronteras con Alemania y Francia, es todo un símbolo que no caería sin que se pague un gran precio. Wigand lo dijo: «Schengen es uno de los mayores logros de la Unión Europea, y no es negociable».

La distribución de las cuotas de refugiados a admitir ha sido un permanente desacuerdo dentro de la UE. Foto: www.mundo.sputniknews.com

Un sistema de control para los trenes de alta velocidad que van desde Bruselas a París, Ámsterdam y Colonia, con detectores de metales y control de pasaportes —como los vigentes en los Eurostar que van al Reino Unido, país ajeno al tratado— sería posible en lo legal, pero difícil en lo práctico, dada la complejidad para viajeros, frecuencia de trenes y las estructuras de las estaciones.

El ataque trajo otros choques. Geert Wilders, líder del xenófobo Partido por la Libertad (PVV) de Holanda, aspira a convocar a otro pleno del Parlamento para debatir si ese país debe renunciar al acuerdo y reintroducir controles en la frontera holandesa.

La polémica se calentó con un comentario del primer ministro belga, Charles Michel, quien dijo que había que ver si se «adaptaba» el tratado, aunque no dijo cómo, luego del acto terrorista.

Caos migratorio y terror

Dos graves problemas mundiales colocan presión al también llamado espacio Schengen: una crisis migratoria mal manejada y la reiteración de la actividad terrorista en el área de la Unión. En respuesta, tanto algunos gobernantes como líderes políticos han reclamado cambios en el acuerdo e incluso el regreso al sistema de fronteras interiores.

La UE considera que ya tiene mecanismos suficientes y que la amenaza terrorista no se evitaría relanzando las fronteras interiores. El portavoz comunitario admite que si los Estados quieren cambios en los métodos, deben ser «proporcionales a las amenazas».

Hay pesos pesados de la política europea que dudan. El ministro alemán de Interior, Thomas de Maiziere, advirtió que si los Estados miembros no asumen sus responsabilidades en la actual crisis de refugiados y siguen «regateando» por unos asilos al año, puede haber consecuencias. «Si nadie se ajusta a la ley, entonces Schengen está en peligro», afirmó.

Ante la explosión migratoria y la irregular disposición a resolverla, Alemania y Bélgica no descartan reintroducir el control fronterizo para reducir la cantidad de inmigrantes. El acuerdo «está en peligro», insiste Maiziere.

Cuando eliminaron los límites interiores, los miembros de Schengen acordaron coordinar la normativa para las fronteras exteriores, la colaboración y el asilo proporcionado, justo y eficiente. En mayo, la UE presentó su Estrategia de Inmigración 2015, con un sistema de cuotas por países según el PIB, la población y otros parámetros, pero no se ha logrado el consenso esperado, y Europa sigue dividida en medio de la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

Con más de 100 000 inmigrantes en sus costas en lo que va de año, Italia ha llamado a la solidaridad europea; de lo contrario, alerta, habrá incertidumbre sobre el Schengen.

El canciller italiano, Paolo Gentiloni, ha exigido con firmeza la solidaridad real de la Unión Europea frente a la avalancha migratoria. Foto: AFP

El canciller Paolo Gentiloni insistió en que «los migrantes no llegan a Grecia, a Italia ni a Hungría, sino a Europa» y, por eso, las normas de acogida tendrían que ser continentales. Tras reconocer que la búsqueda y el socorro de migrantes en el Mediterráneo «se hayan europeizado», Gentiloni se ha quejado de que sean los puertos italianos los que asilen a los migrantes.

«Europa corre el riesgo de mostrar lo peor de ella misma en materia de inmigración: egoísmo, toma de decisiones improvisadas y disputas entre los Estados miembros», concluye el italiano en un retrato peculiar de la «Unión».

Hasta el primer ministro británico David Cameron —cuyo país no integra el tratado— quiere el fin de Schengen y de lo que él llama entrada masiva de inmigrantes a su país. Fuera del Gobierno, pero no de la política, el expresidente francés Nicolas Sarkozy llamó desde mayo de 2014 a poner fin al acuerdo.

El sí o el no del tratado

No obstante, muchos señalan que el acuerdo de Schengen, firmado en 1985 con cinco miembros (Bélgica, Alemania, Francia, Luxemburgo y Holanda) e integrado hoy por 26 naciones, es un gran sobreviviente de estas crisis. En 2011, tras la oleada de inmigrantes del norte de África, Italia y Francia pidieron su revisión.

Un ciudadano de cualquiera de esos países puede viajar libremente, sin controles, tal y como si se desplazara dentro de su propia nación. Bulgaria, Croacia, Chipre, Irlanda, Rumanía y el Reino Unido, miembros de la UE, no han querido ingresar y consideran los viajes desde un Estado de Schengen como «exteriores», de modo que mantienen los controles en sus límites.

Los cinco fundadores firmaron en 1990 el Convenio de Aplicación, que entró en vigor en 1995, año en que se suprimieron los controles fronterizos entre ese quinteto y España y Portugal, que se habían sumado en 1991.

Aunque ya se sabe que el pánico puede cambiar leyes, muchos consideran improbable la desaparición del espacio Schengen, que significaría una debacle política y social para un proyecto de unidad continental gestado desde los años ’50 del siglo pasado.

Nadie puede negar, en cambio, que la crisis migratoria y la violencia extrema supranacional han cargado de nuevo los cañones de los críticos. Entre el conocimiento y la prudencia, muchos esperan un término medio; esto es, que se atiendan algunas exigencias de seguridad de los sectores alarmados sin liquidar la esencia misma que alumbró este proyecto.

Atendiendo a la realidad regional, el reto que parece haberse impuesto la UE es hacer ajustes sin cambio en la raíz. Ya en febrero del año pasado, Suiza aprobó mediante referendo la restricción de entrada para los ciudadanos europeos, que algunos consideraron «un Schengen capado».

En la política, a veces decide el rumor y, ahora mismo, flota sobre Europa el murmullo de que muchos Gobiernos esperan en las próximas semanas una ofensiva política orientada a recortar el Tratado.

Dentro y fuera, todos saben que, junto con la moneda única, la posibilidad de viajar libremente y tomar cada mañana un tren que lleve al trabajo en otro país, ha sido quizá el orgullo mayor en un continente orgulloso.

Lo cierto es que, cuando a la arquitectura de la gran Europa no le faltan detractores ni agoreros del derrumbe, la zozobra del Tratado de Schengen sería una muestra de que, en casa propia y sin encañonar a Bruselas con una Kalashnikov, el tren grande de esta historia —no el Thalys, sino el otro, el talismán de la Unión— habría sido descarrilado.

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