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Camino enyerbado hacia Ginebra II

La injerencia extranjera y las divisiones entre opositores y actores regionales dificultan la celebración de la Segunda Conferencia Internacional de Paz para Siria

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

Hasta el mismo Barack Obama parece estar convencido de que la única solución del conflicto en Siria es una negociación política inclusiva. La apuesta militar para garantizar el cambio de Gobierno en Damasco no ha dado los resultados esperados por el Presidente estadounidense, y nadie, ni la incondicional Gran Bretaña, se atrevió a acompañarlo cuando dijo estar decidido a atacar a la nación levantina, lo que de haber ocurrido hubiese incendiado la región debido a la cantidad de intereses de adentro y fuera del patio que se están dirimiendo, cada vez con mayor fuerza, en esta disputa.

La incansable e inteligente diplomacia de Rusia y el papel constructivo que está manejando en las relaciones internacionales salvó a Siria, por el momento, de una agresión extranjera de consecuencias devastadoras. El acuerdo logrado entre Moscú y Washington para la inspección de las armas químicas de la nación árabe, y su posterior desmantelamiento, constituye un buen incentivo a las negociaciones que deben ser llevadas a cabo sin demora.

Sin embargo, el camino a la paz sigue muy enyerbado. Aún los actores de la contienda, por la contraposición de intereses, difieren sobre la forma en que se debe alcanzar la paz, en cómo debe quedar configurada la región geoestratégicamente hablando, o cuál sería el futuro sirio.

Por eso la nueva gira por la región del enviado especial de la ONU y la Liga Árabe, Lahkdar Brahimi, con el objetivo de intercambiar criterios, buscar apoyo a su gestión y acercar posiciones entre algunos Estados, todos implicados de manera directa —unos más que otros— en el conflicto: Turquía, Irán, Iraq, Kuwait, Omán, Jordania y Egipto, antes de llegar esta semana a Siria, donde finalmente se reunió con el presidente Bashar al-Assad.

El Boicot

Pero la gestión de Brahimi enfrenta los mismos obstáculos que encontró el ex Canciller argelino en anteriores periplos por la región: el disenso sobre la participación de Irán en la conferencia de paz, el apoyo logístico y con mercenarios a los grupos terroristas que operan en territorio sirio, y la participación o no de Al-Assad en el proceso transitorio a una nueva Siria.

En esta ocasión el periplo excluyó la escala en Arabia Saudita, uno de los actores más activos en el suministro de mercenarios y armas —incluso químicas— a las bandas antigubernamentales sirias. Esta nación parece llevarse el enojo y el arranque por el acuerdo al que llegó Estados Unidos con Rusia en el tema sirio, así como el prematuro acercamiento entre Washington y Teherán en el camino de la solución de disputas por el programa nuclear persa.

El reproche de los sauditas a su aliado norteamericano llegó al hecho sin precedentes de que la monarquía islámica rechazó el 18 de octubre integrar como miembro no permanente el Consejo de Seguridad de la ONU.

Entre Arabia Saudita e Irán existe una vieja rivalidad regional, que se agudizó tras la agresión estadounidense a Iraq en 2003 que derribó el régimen de Saddam Hussein. Por eso, en el caso de Siria, se opone a la participación de Irán en la conferencia de paz que tendría lugar presumiblemente el 23 de noviembre, en Ginebra.

La petromonarquía se aferra a la caída de Al-Assad, al igual que Turquía y Qatar —independientemente de los intereses particulares de cada Estado— porque ese hecho significaría un duro golpe a la creciente influencia de Irán en la región. Por eso se anota en todo lo que huela antisirio y llegó al extremo de anunciar públicamente que financiaría la agresión estadounidense contra la nación levantina, una vez que Obama y los halcones de guerra se quedaron solos en las pretensiones de lanzar una campaña de misiles.

Los países que financian a los opositores (Arabia Saudita, a la cabeza), o que ofrecen guarida a estos grupos (Turquía), exigen la salida de Al-Assad como una condición previa para abrir el diálogo nacional a cambio de asumir un enfoque constructivo en la crisis.

Una condición inaceptable para el Gobierno de Damasco, sin embargo, es la intromisión foránea en una decisión que solo compete al pueblo sirio.

Además, la conferencia de paz que preparan Estados Unidos y Rusia tiene como objetivo impulsar la implementación de lo acordado por el Grupo de Acción para Siria, en junio de 2012, en Ginebra. El derrotero trazado en ese encuentro, no sin escollos, prevé la formación de un Gobierno de transición que incluya a integrantes del ejecutivo y de los opositores, así como la supervisión del proceso de promulgación de una nueva Carta Magna y la convocatoria a elecciones.

El acuerdo alcanzado entonces no incluía la salida de Al-Assad, como malinterpretó Estados Unidos después, para forzar la renuncia del Presidente.

La Casa Blanca ha tenido que suavizar un poco su retórica contra Al-Assad, sobre todo luego del acuerdo sobre la inspección de armas químicas. El mismísimo secretario de Estado, John F. Kerry, quien hace apenas dos meses defendía la idea de una agresión del Pentágono, pasando incluso por encima del Consejo de Seguridad y del Congreso norteamericano y calificaba a Al-Assad de «asesino», llegó a reconocer públicamente que el Gobierno sirio merece «crédito» por cumplir con la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para la eliminación de las armas químicas.

Lo primero para arrancar una negociación sería el cese de las hostilidades, uno de los puntos recogidos en el plan acordado en la primera reunión de Ginebra. Al-Assad, en breve encuentro sostenido con Brahimi el miércoles, le dejó bien claro al diplomático argelino la necesidad de que los países hostiles a Siria dejen de financiar a los grupos armados. Si Turquía, Qatar y Arabia Saudita continúan su inyección financiera y logística, será muy difícil que estos grupos abandonen su posición beligerante y acepten ir a la mesa de diálogo.

Por el momento, parece que Arabia Saudita no renunciará a su posición. Según el diario Wall Street Journal, el jefe de inteligencia de esa nación, el príncipe Bandar Bin Sultan al-Saud —a quien varios medios de comunicación han señalado como el agente que pertrechó de armas químicas a los denominados rebeldes—, reveló a diplomáticos europeos su intención de trabajar al margen de la cooperación con la CIA para entrenar a esos grupos sirios y cooperar con otros aliados como Jordania y Francia.

Y mientras las fuerzas leales al Gobierno sirio tengan que seguir enfrentando la inestabilidad, el terrorismo y los ataques a la institucionalidad del país, estarán obligados a continuar las operaciones «de limpieza» de estos grupos en diversas ciudades.

Tanto el Gobierno de Damasco como los grupos paramilitares que buscan su derrocamiento tienen sus aliados, los que han dado oxígeno a cada una de las partes en esta crisis. Si las numerosas bandas que operan en el país, muchas terroristas insufladas por Al-Qaeda, siguen siendo complacidas por sus patrocinadores cada vez que piden armas, pertrechos bélicos y apoyo político, continuarán soñando con una victoria frente al Ejército Árabe Sirio y el deseo de conquistar el poder absoluto, y por tanto no comprarán su boleto a Ginebra.

Recordemos que intentos anteriores de llegar a un proceso político negociado fracasaron por el incentivo que dieron naciones vecinas a los grupos antigubernamentales con foros como el mal llamado Amigos de Siria, donde un amplio grupo de naciones que secundan el cambio de Gobierno buscaban apoyo diplomático, material y financiero para las bandas.

Por otra parte, Irán y Rusia deben garantizar la seriedad y el compromiso de Damasco en las futuras negociaciones.

Sin contraparte en la oposición

Pero las diferencias entre actores regionales e internacionales también determinan los escollos que se encuentran hacia lo interno de la nación. Aún Estados Unidos y Europa no logran presionar lo suficiente a la oposición armada para que participe en el proceso.

Ginebra II se enfrenta al boicot desde el mismo momento en que surgió la idea de llevar a cabo la negociación. Hasta ahora el principal grupo opositor, la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria (Cnfros), es reticente a participar, mientras que varios grupos armados de tendencia islamista aseguran que acudir a la conferencia equivale a una «traición», y por tanto emprenden una campaña de chantajes y presiones para impedir que alguno de los grupos que conforman el amplio mosaico paramilitar y terrorista acepte ocupar un puesto en el diálogo.

Antes de partir a Beirut, Líbano, después de la escala en Damasco, Brahimi enfatizó que la Segunda Conferencia Internacional de Paz tendrá lugar únicamente si cuenta con la participación de la oposición siria, según el canal árabe de noticias Al Arabiya.

Se espera que la Cnfros adopte su postura definitiva a finales de esta semana durante una reunión de su ejecutivo en Estambul, Turquía. Se trata de un encuentro que debió celebrarse a finales de octubre, pero ha tenido ya dos aplazamientos, antes para el 1ro. de noviembre y ahora para el día 9, lo que demuestra las discrepancias y luchas internas.

Dentro de esa gran sombrilla de grupos, el Consejo Nacional Sirio (CNS), el más importante de la oposición exterior, se negó a participar en Ginebra II. Su jefe, George Sabra, dijo que asistirá a la reunión de Estambul, pero abandonará la Cnfros si esta decide participar en el diálogo con el Gobierno sirio.

Las divisiones internas de esta plataforma —reconocida por muchos países tanto occidentales como árabes, a pesar de estar minada de Al-Qaeda—, cuestionan su legitimidad como supuesta cabeza de los detractores de Al-Assad. Solo en octubre pasado, unos 70 grupos «rebeldes» del sur de Siria anunciaron que la Cnfros ya no les representa políticamente y le retiran su apoyo, después de que una decena de grupos en el norte del país dieron ese paso.

Son muchos los obstáculos que ponen en duda, no solo el éxito de Ginebra II, sino su celebración. Los únicos que marchan sobre ruedas son los preparativos logísticos, según el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, mientras las contradicciones no se resuelven.

Estados Unidos y Europa, que hasta hoy han alentado la guerra de desgaste contra el Gobierno sirio y las divisiones regionales, deben apretarles las tuercas a los grupos que apoyan, y a los aliados en el Oriente Medio.

Washington tendría que buscar la forma de sumar a Arabia Saudita, aunque sin aumentar sus tensiones con Irán, lo cual es bastante difícil.

Si se quiere que arranquen las conversaciones y lleguen a puerto seguro, la receta está en un diálogo político inclusivo, que respete la soberanía siria, y sin precondiciones como la renuncia de Al-Assad.

Será una negociación incómoda, pero es la única salida.

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