La salida debe ser la vía pacífica, y la única vía pacífica que existe en nuestros países para devolverle a los pueblos sus derechos soberanos y su oportunidad de construir un mundo diferente y mejor, son las urnas; ahí mismo los vamos a hacer retroceder, asegura Patricia Rodas. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:34 pm
La vía pacífica mediante las elecciones, con todos los desafíos que entraña asumirlas en un terreno desigual: ese es el único camino para el pueblo de Honduras. Patricia Rodas lo hace saber dulce y sonriente, pero de manera tan vehemente y combativa como la vimos en las pantallas de los televisores, cuando denunciaba el golpe de Estado contra el Gobierno de Manuel Zelaya.
Afable, trata a la periodista como una conocida a la que explica, entre sorbos de café, una convicción que marca el devenir del país, su futuro inmediato y la propia vida de ella. «No existe por ahora ningún otro terreno de batalla para hacer retroceder a la derecha que no sea la voluntad expresada en la urnas». Esa «es la voluntad manifestada democráticamente por nuestro pueblo; aunque el régimen le haya quitado el derecho, a través del fraude».
Hacía tiempo no se le veía en un espacio público, de modo que su presencia en una importante reunión regional de partidos de izquierda en La Habana, a casi cuatro años del zarpazo militar del 28 de junio en Honduras, sorprende a los periodistas.
Muchos se habían preguntado durante este tiempo por el destino de la ex Canciller que, con tanta entereza y fidelidad, no vaciló en revelar a viva voz la calaña gorilesca de los golpistas que pretendieron disfrazar la asonada como un proceso legal, avalado por un legislativo y un poder judicial donde estaban los mismos violadores de la institucionalidad. Fue el preámbulo de los denominados «golpes suaves» como el que después defenestraría a Fernando Lugo en Paraguay, y que hoy continúan planeando como una amenaza sobre los procesos de cambio en Latinoamérica.
—¿Por qué ya no la vemos?
Sonríe. Patricia Rodas sigue inmersa en la lucha «de forma permanente». Una participación que, dice, tiene «un bajo perfil en términos de opinión pública», pero «es profunda».
«La vida nos coloca por momentos en la palestra pública y, en otros, en las batallas silenciosas», dice.
«El proceso de vuelta del presidente Zelaya y de todos quienes fuimos expulsados por la fuerza militar de nuestro país se da a partir del llamado Pacto de Cartagena, y también involucra una serie de condicionantes tácitos que tienen que ver con la posibilidad de reconstrucción política dentro de Honduras, y la capacidad o la oportunidad de poder tener participación político-electoral en los comicios del próximo 24 de noviembre, y llevar una candidata, Xiomara Castro, compañera del presidente Zelaya».
Cuando habla de ese regreso alude a quienes «antes, durante y en los meses posteriores al golpe, hemos manifestado clara y contundentemente nuestras posiciones no solo frente a esta ruptura violenta del orden constitucional y de la violación de los derechos soberanos de nuestro pueblo, sino, además, nuestras posiciones ideológicas al respecto: el involucramiento del imperio y de las derechas continentales en la fragua de este golpe y en su ejecución.
«Obviamente —afirma— también se paga un precio que asumimos a mucha honra, y es el hecho de que nuestra presencia de repente asusta a determinados círculos políticos, y no nos permiten avanzar con la velocidad que debemos para derrotar el golpe de Estado en la misma urna que eligió a Manuel Zelaya, esa urna que desde entonces es espuria».
Así, Patricia Rodas hace filas hoy dentro del Frente Nacional de Resistencia Popular —«una expresión de movimientos sociales que no tienen únicamente la labor política y electoral, sino más bien los procesos de reivindicación y defensa de sus conquistas sociales»— como miembro de su comisión política, y también en la del partido Libertad y Refundación (Libre), que es su brazo político, y adonde están dirigidos ahora, fundamentalmente, sus esfuerzos.
«Estamos en la defensa, en la construcción ideológica permanente; conscientes de que es un largo proceso el que transitaremos para construir el socialismo con nuestras potencialidades y nuestro instrumental popular; pero sabiendo también que debemos contribuir a que ese horizonte no solo no se pierda, sino que se consolide».
Posteriormente, asegura, vendrán otras tareas. «Y, si no, pelearemos con nuestros compañeros por esos espacios en busca de la nueva Carta Magna de la República: nuestra nueva Constitución, que expresará los profundos sentimientos de solidaridad de nuestros pueblos y la necesidad de la cooperación y de la complementariedad como principio de integración. Pero, fundamentalmente, plasmará la construcción de un país donde las instituciones y sus leyes respondan realmente a la justicia social y la equidad entre nuestros compatriotas».
Capacidad táctica y tolerancia
Madre en una «familia chiquita» unida por convicciones profundas que constituyen «la argamasa de nuestra felicidad», Patricia Rodas se ve satisfecha cuando habla del hijo de 25 años dedicado al estudio de la Biología y quien «sabe que la humanidad se salvará solamente si es capaz de producir los alimentos necesarios»; del compañero que le ha dado un apoyo incondicional sin el cual «no habríamos podido vencer las batallas que se han alzado con infamia contra nuestras vidas» y, en general, de esa familia militante «dentro de toda la diversidad que produce nuestra sociedad: desde la ciencia, desde la religión; como el caso de nuestras madres, que son revolucionarias, cristianas, y solidarias y militantes desde la política y desde la acción».
—Usted ha hablado de derrotar en las elecciones al golpe de Estado, pero también de una urna espuria. ¿Consideran espurio el mandato de Porfirio Lobo? ¿Por qué entonces Libre acude, bajo esas condiciones, a los comicios?
—En otro momento y con otra correlación de fuerzas dentro del país, hubiésemos podido apostar a la necesidad de una Asamblea Nacional Constituyente de manera previa a un proceso electoral. Porque solo con una Constituyente, donde todos los poderes del Estado asumen su mandato, es que puede reconstruirse nuevamente, de alguna manera, el hilo constitucional; y queda en manos de ella el poder que legitima jurídica, política y socialmente el proceso electoral, y no en las de los gobiernos que surgen de procesos espurios.
«Pero tenemos que reconocer, además, que este camino para el retorno del presidente Zelaya, de los equipos: para el reconocimiento del Frente de Resistencia como fuerza beligerante en términos sociales y de su brazo político como fuerza deliberante y beligerante en términos político-electorales, constituye un proceso que requiere también de una amplísima capacidad táctica, de tolerancia y de reconocimiento. Nada de eso pudiera ser posible sin la participación de este Presidente que ha surgido de unas urnas organizadas y vigiladas por un régimen espurio, es cierto; pero había que dar cierta legitimidad. El presidente Zelaya decidió darla, para poder dejar que pasara la Resistencia hacia la construcción de una alternativa política de transformación.
«Vivimos en un mundo donde las armas se silenciaron, donde la lucha político-militar ha quedado atrás, donde se trata en forma pacífica de resolver los grandes conflictos de nuestras sociedades. Pero lo pacífico no quita lo valiente y tampoco lo pacífico debe ser motivo para cederle espacios al enemigo. Entre los espacios más importantes, que fueron conquista de nuestro pueblo, especialmente centroamericanos y de América del Sur contra las dictaduras militares, están los espacios democráticos en las urnas.
«Desgraciadamente, esa conquista popular fue secuestrada por las oligarquías y por los grupos de poder económico y el imperio, que es su jefe.
«En esta ocasión, se trata de buscar una solución pacífica a través de esas mismas urnas para seguir recuperando el espacio que nos fue secuestrado, y arrebatárselo allí a la derecha… Ahora pagamos el precio para recuperar nuestras urnas. Es la voluntad expresada democráticamente por nuestro pueblo. No hay otro terreno de batalla.
«Es por eso que agradecemos a nuestro pueblo que haya comprendido que la calle es un espacio de lucha; pero que en este momento ese espacio está en la máxima organización electoral para vigilar no solo el resultado, sino que cada voluntad expresada en las elecciones sea totalmente respetada, porque esa es la forma en que vamos a recuperar ese terreno de batalla que pertenece a nuestro pueblo».
A contracorriente
No desconoce, sin embargo, que esa confrontación pacífica también será difícil y dura para las fuerzas populares; que la derecha intentará acortar las distancias porcentuales y podrá, incluso, elaborar discursos de no reconocimiento que marquen planes desestabilizadores después del ejercicio del sufragio. Pero asume que «esa es la batalla y nuestra obligación es enfrentarla; elaborar los escenarios y las respuestas frente a cada uno de ellos».
«No estamos ajenos a que el sistema tiende sus trampas, y lo hace de muchas maneras. Ellos son dueños del espacio mediático: hegemonizan, monopolizan, usurpan, manipulan, secuestran la palabra de nuestro pueblo, la articulan y la construyen de la manera que les conviene; sabemos que también a través de ellos, grandes sectores de la población terminan asumiendo el lenguaje del enemigo aun sin darse cuenta. El gran opio de nuestros pueblos es el monopolio que ejercen los grupos de poder económico a través de sus medios de comunicación.
«Si a eso sumamos que la estructura creada en los organismos electorales de nuestro país es para favorecer a los capataces que desde la política cuidan los intereses de los grupos económicos, también allí tendremos problemas. Pero no hay alguna situación que no seamos capaces de resolver cuando hay una voluntad política; y existe un pueblo detrás de esa voluntad. De manera que esto es un nuevo espacio, una nueva batalla, un nuevo terreno.
«Sabemos que ganaremos de espacio en espacio, paso a paso, de batalla en batalla, de camino en camino, de casa en casa, de pueblo en pueblo, pero estaremos siempre obteniendo victorias, y nuestro pueblo a la vanguardia: nosotros no somos más que su retaguardia».