La noche en Santa Lucía ha perdido su principal atractivo. No se distinguen las luces de Tegucigalpa, a solo ocho kilómetros al noroeste de allí. El barrio colonial de casitas blancas y techo de tejas de barro tiene un aire fantasmal. Solo el firmamento ilumina al país secuestrado desde el pasado 28 de junio por Micheletti. Acto 1: La detención
Allan MacDonald ha salido al portal para tomar fresco. La pequeña Abril se acurruca a su pecho. Intenta dormir. El sonido de unas fuertes pisadas viola la aparente quietud. Un grupo de hombres vestidos de verde olivo y con pasamontañas empujan el portón. Se aproximan. Ahora el caricaturista del Heraldo, periódico nacional, quiere controlar el miedo para que la nena no se asuste.
«Acompáñenos, ha violado el estado de sitio», ordena una voz cortante. Allan se pone de pie, quiere coger los biberones de su hija de año y medio. El militar pide que la niña se quede y él se niega a dejarla. A tientas busca agua para la pequeña, caen al suelo los bocetos de trabajos, dibujos, la computadora... “no hay nadie más en casa solo busco los biberones” dice. Los guardias entran, están parados encima de sus caricaturas. «Tiene que acompañarnos», insiste el militar.
Atrás dejan la casa, el agua y la leche de Abril. Tendrá que bajar una cuadra para llegar a la camioneta que les aguarda. El motor del vehículo se enciende e inician el viaje hacia lo incierto. Van sentados en el piso de la parte trasera junto a los militares. Estremecen los ojos huidizos de estos hombres. ¿Cómo serán sus rostros...? De repente el vehículo se detiene. Su destino es un edificio donde se agrupan casi cien personas, entre ellos está un diplomático venezolano. El policía con linterna les guía el camino hacia las gradas. Muchos de los detenidos se comunican por celular con sus familiares y amigos. También Allan lo ha hecho, por eso su caso se sabrá en el mundo. Los sitios digitales de Rebelión y Juventud Rebelde se solidarizan con él y su pueblo. Salvo por la sed, la pequeña Abril está tranquila; papá le tararea la canción de Silvio Rodríguez que inspiró su nombre. A las cinco de la madrugada todos están libres; callados montan el microbús que los llevará de vuelta a casa. La mirada de los militares les obliga al silencio absoluto. Cuadra a cuadra se queda uno, luego otro... El centro de Tegucigalpa es la última parada. Allí desciende nuestro entrevistado. Allan se niega a callar y mediante el correo electrónico revela la verdad de su país.
—Ha transcurrido un mes del golpe de Estado y de tu detención. ¿Cómo te sientes?
—Impotente, aunque la solidaridad a nivel mundial me da fuerzas. Mi periódico es golpista. Ya no hay censura porque la gente se ha expresado pidiendo libertad para mi trabajo.
—Todavía lo hacen.
—Sí, al no ver mis caricaturas publicadas ellos las reproducen en las paredes. Eso es lindo para un artista. Nunca vi esto en el mundo. El pueblo exige mi trabajo, por eso El Heraldo lo publica, pero de tamaño pequeño. No se puede hacer más que cambiar el estilo.
—¿Más sutil?
—No, ahora los dibujos son más fuertes. Hago la línea gráfica más gruesa y el texto más grande para que se lea mejor.
—¿Cómo ves las cosas?
—Hace un mes creímos que el golpe duraría una semana. Hoy, los grupos armados pertenecientes al Frente Lorenzo Zelaya se organizan para luchar contra los golpistas. A esta gente solo las balas los sacan.
Acto 2: De tal padre...El caricaturista Allan MacDonald junto a su hija Abril. «Mi padre se llamaba Víctor McDonald, era un pintor social que para darnos de comer tuvo que pintar paisajes y bodegones con sandías y zanahorias. Además de pintor era un hombre rebelde. Se involucró en la lucha contra las dictaduras de los años 70, cuando yo aún no había nacido. En El Salvador convivió con doña Clementina Suárez, considerada la poetisa de Honduras, también fue amigo de los poetas Roque Dalton y René Castillo, perseguidos por sus ideas revolucionarias. Papá pudo escapar a México antes que ejecutaran a Roque y René. Allí desarrolló su obra y dio clases de sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Volvió a Honduras clandestinamente a ver a su familia, en esos años nací yo, en octubre del 74. Mi papá venía siempre con la esperanza de reunirse con sus amigos, mas casi todos fueron asesinados».
El padre guió las lecturas del niño. A los siete años Allan leyó su primer libro: El hombre mediocre, texto que formó gran parte de su vida. Luego le seguiría: Así se templó el acero, La madre, Pacifismo burgués y pacifismo proletario, Marxismo e insurrección... entre muchos más.
Al respecto comenta: «las urgencias de hacer un dibujo para comer, me obligaron a olvidar qué otros libros leí, pero de mi infancia clandestina recuerdo también los poemas de Roque Dalton que llegaban en medio de pasquines de Disney».
A los nueve años el pequeño ganó el primer premio de un concurso nacional de caricatura, en el que participaron más de 1 200 obras. Por esa vía se agenció el puesto de caricaturista editorial del periódico El Heraldo, donde aún trabaja: «Me entregaron el premio y la plaza sin verme, pensaron que era una persona adulta. Gané con una caricatura de Reagan lanzando su candidatura en la boca de un cañón que decía Nicaragua».
Acto 3: Resistencia—¿Cómo te mantuviste tantos años en El Heraldo, incluso después del golpe?
—El Heraldo tiene una virtud que he admirado desde que empecé a trabajar, y es que nunca hubo censura, y debo decir que he hecho caricaturas impublicables en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, este golpe ha despertado a todos, a la izquierda dormida y también a las fieras del poder fascista. Han censurado toda clase de comunicaciones y El Heraldo no está exento.
«Si me mantuve tantos años fue gracias a mi madurez política. En Honduras la caricatura trata temas muy sociales, no políticos. Pero no concibo la vida sin una ruta, sin un pensamiento radical. Nada debe ser gris, por eso mi caricatura es fuerte e ideológica. Aquí la ideología es una especie de sortilegio político, un acto subversivo, y la gente te ve como un delincuente ilustrado. Por esta razón me pagan menos que a los demás. Los sueldos de los caricaturistas son de hambre, y por ser consecuente con mis ideas políticas soy el que menos gana. Te podrás imaginar».
—¿Qué estudiaste? También escribes con marcada ironía, ¿acaso no te basta con imágenes?
—Hice estudios de sociología, en el dibujo soy autodidacta. Me formé en la vida a puros libros y dudas. Creo que las cosas tienen que decirse claras y de todas las maneras posibles, la literatura para mí es solo ese hilo conductor que sigo para encontrar la utopía entre el dibujo y las letras.
—En mayo de este año el presidente Zelaya te entregó el premio nacional de caricatura...
—Me entregaron el premio, que lleva el nombre: Orden Clementina Suárez. Ella fue una poeta laureada en México donde vivió gran parte de su vida. Clementina solía decir: «este país es una selva», y no se equivocó. Después de una larga vida en México llena de arte rebelde se vino a Honduras y acá fue asesinada brutalmente dentro de su propia casa.
«En la premiación solo se leyó mi discurso, que planteaba cambiar la constitución, un discurso donde reto a los poderes fácticos que gobernaron desde siempre. Mis palabras no se publicaron en ningún medio, el premio es el primero en su estilo, y creo que será el último, la derecha no considera la caricatura, ni la cultura como un procedimiento intelectual. Seguro será sustituido por el nuevo premio: colt 45.
—Tu propuesta de Constitución pudo ser el motivo de la detención.
—No creo, mi detención solo es una amenaza para neutralizar.
—¿Qué diferencia existe entre el Gorilazo de los 70 y este?
—Las diferencias son muy pocas. En aquella época gobernaba un militar nacional y en esta un militar del pentágono. Así parece ser el escenario, el estilo no cambia, solo las tácticas; más finas, pero igual de cínicas y sangrientas.
Acto 4 y final: Cuba en AllanEl pueblo reproduce en las paredes los personajes del caricaturista. Cuando la revista norteamericana Forbes incluyó, ofensivamente, al Comandante en Jefe Fidel Castro en la lista de los hombres más ricos del mundo, Allan manifestó su indignación ante tal desfachatez. Sus trazos hablaron por él. Esa caricatura fue calificada por la revista Life como la mejor realizada al líder cubano. Forbes contactó al hondureño y puso precio a la obra: «Les dije que se las regalaba, que mis derechos eran gratis para ellos. Con mi actitud demostraba que mis valores son los mismos que los del Comandante», rememora.
Durante nuestra comunicación Allan MacDonald manifestó su interés de visitarnos. «Para mí ir a Cuba es primordial, porque debo crear allí un frente común de caricaturistas latinoamericanos contra las agresiones internas y externas a cualquier país del continente. Quiero contar en Cuba mi experiencia del golpe, exponer mi obra allí. Esa es mi meta, mi batalla y mi revolución de amor y humor».