Uno de los jóvenes venezolanos egresados de la Escuela Latinoamericana de Medicina que partieron de regreso a su país ofrece sus impresiones a Juventud Rebelde
De rasgos duros y evidente ascendencia milenaria, en su hablar rebelde y optimista Joel José Caraballo no se asemeja en nada a ese estereotipo fomentado por la cultura occidental del indígena callado y obediente que habita Nuestra América. Nacido hace 24 años en Tunapuy —«Tuna» (árbol medicinal), «Puy» (árbol maderero para la construcción de viviendas)—, un poblado del municipio Libertador, en el estado de Sucre, este joven es uno de los 92 estudiantes venezolanos de quinto año de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), que partieron hace unos días de Cuba para incorporarse a ese incipiente ejército de batas blancas que intenta de una vez por todas revolucionar el sistema de salud pública en su país.
Horas antes de partir, Joel confesó a este reportero que ha tenido suerte en la vida. Su madre no tenía todavía 14 años cuando lo parió accidentalmente en Caracas, la capital, adonde había emigrado en busca de trabajo y mejoras. «También se enfermó, entonces nací yo. Pero enseguida me llevaron para Tunapuy, donde éramos humildes, pero estaba toda nuestra familia».
Quizá la suerte lo tocó desde el propio nacimiento. Joel vino al mundo «enmantillado», así le dicen en Venezuela a los niños que nacen envueltos en la placenta. «En Cuba, le llaman enzurrado, en zurrón», me aclara.
—Dicen que da suerte...
—Eso dice la gente.
—Pero sin duda la has tenido, ¿pensaste alguna vez que podrías ser médico?
—Realmente muy pocas veces. Porque en Venezuela, para la clase muy pobre, era muy difícil que un estudiante pensara en ser médico. Mis aspiraciones eran estudiar Educación —era un boom por allá— o Informática; fui un poco más ambicioso y llegué a pensar en algún tipo de Ingeniería.
—¿Cómo fue tu formación?
—Me crió una familia que no es mi familia biológica. Mi madre me parió a muy temprana edad, así que no me pudo sostener. Por tanto me crió otra familia; ellos sí habían estudiado en el Pedagógico, pero no tenían trabajo. La situación en Tunapuy no era muy buena, a pesar de que ya se hacían sentir los nuevos programas de la revolución. Así que en la casa donde me crié, mi familia hablaba de todas esas cosas. Y a pesar de que en los primeros años pasaba mucho tiempo con mi familia biológica, que vivía al lado, siempre me identifiqué con la manera de pensar de ellos, que leían, visitaban a los presos políticos, discutían sobre la situación del país. Y eso me llegaba.
«Pero lo más importante fueron las experiencias personales. En el liceo donde estudié, era constante escuchar las inconformidades del pueblo. Así me di cuenta de que había mucha injusticia, corrupción, burocracia... Y de la noche a la mañana llegué a ser el delegado general del liceo, que tenía como 600 estudiantes. Por supuesto que eso me marcó, porque tenía que defenderlos en medio de un sistema que se maneja por intereses. De tal manera que quien salió de Tunapuy, no fue solo el Joel graduado de bachiller, sino que ya conocía un poco de la realidad política y social del país».
—¿Sabías algo de Cuba en aquel momento?
—Lo único que conocía de Cuba era al Comandante Fidel, que es famoso en todos los pueblos y pueblitos de América Latina y del mundo. Y algunas otras cosas, casi todas malas, de acuerdo con lo que salía por la televisión. Era lo que transmitía y todavía hoy transmiten sobre Cuba las transnacionales de la información en mi país.
«Cuando vi que existía la posibilidad de venir a estudiar a Cuba, comencé a buscar información. Más del 70 por ciento era mala... Claro que también encontré páginas en internet que hablaban bien de la Revolución Cubana. Entonces, ya tenía información en la mano para hacer un análisis. Y me dije: mejor me voy y vamos a ver».
—Así te enfrentas a la realidad cubana...
—Llegué a Cuba a principios de marzo de 2002. Y ya desde que llegamos a la ELAM nos dimos cuenta de que la realidad cubana era muy diferente de la que nos pintaban los medios en Venezuela. No tanto por las cosas materiales como por el trato con la gente. Poco a poco me fui dando cuenta de que había muchos elementos positivos logrados por este país con su Revolución que nos faltaban a nosotros. Porque me daba cuenta de que aquí había una cobertura y acceso a la educación, a la salud y a la cultura que allá no teníamos como un derecho de toda la sociedad. Además, de manera gratuita. Y entonces un poco que se me volteó la tortilla, pues.
—¿Y cómo fue que te convertiste en dirigente del movimiento estudiantil venezolano en Cuba?
—No fue que se enteraron de que yo lo había sido en mi liceo. Solo que en nuestras reuniones yo expresaba mis opiniones, ayudaba a mis compañeros. Así que ya desde el Premédico decidieron ponerme de representante de la delegación, y a partir de ahí han sido seis años representando a los venezolanos en Cuba.
—Tremenda responsabilidad política y humana esa de convertirte en voz de más de 4 000 estudiantes que están fuera de su país con diferentes intereses y preocupaciones.
—Por supuesto. Por ejemplo, ya era el representante cuando ocurrió en Venezuela el golpe de Estado del 11 de abril de 2002. Solo teníamos un mes en Cuba. Y como veníamos motivados porque la mayoría coincidíamos en que lo que estaba pasando en nuestro país era lo mejor, que el presidente Chávez estaba cumpliendo con lo que quería el pueblo, aquel día 12 de abril, cuando todo parecía que estaba acabado, nos fuimos a nuestra Embajada, aquí en La Habana, y tomamos partido.
«Lamentablemente, nuestra delegación se dividió. En aquellos momentos críticos llegaron muchas amenazas y argumentos atemorizantes de que nos quitarían la nacionalidad, que tendríamos que quedarnos en Cuba para siempre. Algunos muchachos lloraban mucho, había mucha confusión. Pero recibimos mucho apoyo de las autoridades cubanas. Recuerdo que la doctora Mercedes Gámez, del Instituto Superior de Ciencias Médicas Victoria de Girón, nos decía que en Cuba siempre tendríamos las puertas abiertas. Después vino el día 13 y lo festejamos.
«En realidad, mi función principal nunca fue la de dirigir, sino la de ser el vocero de inquietudes, opiniones, problemas e iniciativas de los estudiantes, ante nuestra Embajada y ante los funcionarios del Ministerio de Educación Superior de Venezuela. Así coordinamos proyectos comunitarios no solo con estudiantes venezolanos, sino también con estudiantes de otros países, los cuales presentamos ante la Junta de Naciones de la ELAM, enmarcados dentro de los objetivos de nuestra escuela de ir a trabajar a cualquier oscuro rincón del mundo.
«Con la experiencia de los años fuimos perfeccionando los proyectos y te puedo asegurar que también yo crecí mucho. Esa función me dio la oportunidad de conocer a los venezolanos de todos los lugares del país: el occidental, el oriental, el indígena, el blanco, el negro. Porque debía escucharlos a todos y en ese proceso creo que envejecí muy rápido. Porque tenía que orientarlos, e incluso a veces hasta tuve que aconsejar a compañeros de mi propia edad».
—Aunque no te gustan las comparaciones, ¿podrías señalar diferencias entre la enseñanza de la Medicina en Venezuela y en Cuba?
—La formación de médicos en Venezuela no dista de la formación de los médicos en toda América Latina. Estudian para insertarse en un sistema de intereses económicos, donde lo primordial es garantizar un estatus social que les posibilite las mejores condiciones de vida, aunque no significa que incumplan con su trabajo, que puede ser dentro del sistema público.
«Pero falta un elemento para que esos médicos sean integrales, para que esos médicos trabajen de corazón por el pueblo. Son precisamente los principios del sistema de salud cubano: la solidaridad con los pueblos, y no es solo decirlo. Porque allá solidaridad es sinónimo de hacer obras de caridad. Muchas veces se confunde con dar lo que nos sobra. Y aquí aprendimos que solidaridad es dar, compartir lo que uno tiene.
«Otro es el internacionalismo. Allá uno sale del país a hacer un posgrado en alguna prestigiosa universidad del mundo. Aquí te forman para ir a ayudar a tanta gente humilde que vive en los países pobres. Aprendimos del internacionalismo del Che, de los cubanos. Eso lo asumimos de este país, lo heredamos, y lo llevamos para nuestros países de América Latina. Y hoy en día no tenemos ningún temor de irnos a cualquier país del mundo a trabajar.
«Desde que llegamos a Cuba supimos que el principal objetivo del proyecto ELAM era formarnos como médicos para regresar a las comunidades más pobres de nuestros países, principalmente, y del mundo, para trabajar y poner nuestros conocimientos al servicio del pueblo.
«Otra de las ventajas de estudiar acá es la posibilidad de convivir con los jóvenes cubanos. Y compartiendo con los cubanos vemos cómo ellos se han formado desde su Educación Primaria con una filosofía, con unos conceptos de la vida casi totalmente distintos a los nuestros. Eso nos va enriqueciendo mucho. Entonces no es solamente estudiar los libros de Ortopedia o de Medicina Interna, sino que la formación médica en Cuba también sabe a pueblo. Y aprendes muchos principios y valores que, como los conocimientos, también nos hacen mucha falta».
—¿Después de seis años en Cuba, acaso no la extrañarás?
—Bastante. Una de las cosas que más voy a extrañar es la seguridad ciudadana, algo que tenemos que acabar de resolver en nuestro país. Otro es el carácter público de las instituciones. En el caso cubano el sistema de salud pública y la cobertura es impresionante. Y a mí no me extrañaría que en Venezuela, a pesar de que nosotros estamos en un programa de la revolución que ha dado muy buenos resultados y que los va a seguir dando, haya unas cuantas fallas. Pero para eso estamos. Además, dejo muchos amigos aquí. Algunos que considero mi familia.
—¿Has pensado en cursar alguna especialidad dentro de la Medicina?
—Claro que cuando comienza la carrera uno piensa en la posibilidad de hacer una especialidad luego de graduado. Lo que pasa es que poco a poco te vas encontrando con tus principios revolucionarios, y te vas dando cuenta de que lo que hace falta es ir para Venezuela y meterse en las comunidades, que es donde se hace la revolución. Y si los Comandantes Chávez y Fidel te dieron la posibilidad de participar en un proyecto tan noble como este, de estudiar Medicina General Integral para ir a ayudar a nuestros pueblos, entonces no hay dudas de que eso es lo que hay que hacer.