En el corazón de la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Guanabacoa, nació el pitcher José Manuel Pastoriza, un hijo ilustre de esta gloriosa e histórica localidad habanera, donde aún resuenan los vítores y los aplausos de sus coterráneos en sus primeras presentaciones en los terrenos de juego. Su vida forma parte de esas historias que provocan admiración por la figura y que, a la vez, son extremadamente conmovedoras.
Aquel joven alegre, ocurrente y con la originalidad del cubano, dejó una huella imborrable en la historia del béisbol, al punto de ser exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Cubano en 1945. Con una carrera de apenas siete años, Pastoriza alcanzó trece lideratos como serpentinero, una hazaña que resalta su talento. Pero el guanabacoense no solo destacó por el dominio de su brazo, sino por el brillo de su guante en el jardín derecho y el bate en la mano, con el que logró un average de 248, consolidándose como uno de los mejores peloteros de su época.
Desde su debut en el Club Fe en 1889, su trayectoria representó un viaje de superación y éxitos, y en su segunda temporada (1890 – 1891) no hubo lanzador en la Liga Cubana con más triunfos y juegos completos lanzados que Pastoriza. En su corto periplo por el torneo nacional, que también incluyó clubes como Águila de Oro (1892 – 1893) y Almendares (1892 y 1893 – 1895), se situó sexto en partidos completos con 83 y octavo en promedio de ganados con 596.
La temporada 1893 - 1894 se convirtió en un capítulo brillante de la carrera de Pastoriza, en el que su destreza fue imprescindible para que Almendares se alzara con el campeonato. Su calidad en el box guió a su equipo a la corona ese año, tras finalizar como líder en los departamentos de victorias y juegos completos, y obtener el título de mejor pitcher. Así inscribió su nombre con letras doradas en la historia de la Liga Cubana de Béisbol.
Sin embargo, su amor y dedicación al béisbol fue tan grande como su entrega por la libertad de Cuba. Nunca permaneció indiferente a la triste realidad de su tierra. En diciembre de 1896 se vivían días de incertidumbre y terror en Guanabacoa. El teniente coronel español Narciso de Fonsdeviela había comenzado una ola de detenciones contra patriotas cubanos, tras la toma del municipio por las tropas mambisas con Néstor de Aranguren al frente.
Pero a José Manuel Pastoriza no le importó. Su magia en el montículo era solo superada por su coraje fuera del terreno de béisbol y el amor por su madre podía contra cualquier fuerza. No había día del calendario que no la visitara en Guanabacoa y no pasó noche que se fuera a la cama sin besar a su madre, en la casita de las calles Amargura y Amenidad.
En aquellos días de 1896 no fue la excepción. Llegó a su gloriosa tierra natal, besó a su queridísima progenitora y minutos después fue detenido por autoridades españolas en un café, donde disfrutaba con amigos y admiradores. ¿Su «aborrecible» delito? Divulgar el periódico Patria.
Lo trasladaron el día 26, junto a once guanabacoenses, a los campos de La Jata. Llovía intensamente, como sucede en tantas fechas tristes, y fue macheteado por orden de Fonsdeviela. Estos hechos ocurridos durante el 26, 27 y 28 de diciembre, se conocen como los Crímenes de La Jata, y los restos de los patriotas permanecieron a la vista pública como escarmiento a las ideas independentistas.
Dicen que el periodista Calcines le aconsejó no viajar por esos días a Guanabacoa por la persecución desatada, pero a Pastoriza nadie pudo quitarle jamás lo más sagrado: el amor infinito por su madre, un lazo que desafió a la muerte y que demostró con ese beso cada día en su mejilla. Fonsdeviela arrancó despiadadamente la vida al joven Pastoriza. Acabó con su talento y su brillante carrera como deportista. Sin embargo, su mayor crimen no fue ese, sino privar a una madre del beso diario de amor sincero de su hijo, y a la Patria, de uno de sus más valiosos defensores.