Las inestimables bondades de las redes nos permiten descubrir al alcance de un clic fenómenos que de otra manera no tendrían tal simpleza. Y así, me decidí a hurgar hace días ante la sugerencia de un amigo: el efecto Dunning-Kruger —me dijo— te ayudará a comprender muchas de las interioridades del deporte y los deportistas. Santa palabra.
Entré a donde primero entran quienes ignoran sobre un tema. Con miles de desaciertos y acaso sin la confiabilidad necesaria, todavía Wikipedia ayuda en ciertas búsquedas. El efecto Dunning-Kruger, explica, es el sesgo cognitivo por el cual las personas con baja habilidad en una tarea sobrestiman su propia habilidad.
Y añade, y aquí aparece «el pollo del arroz con pollo», que algunos investigadores también incluyen en su definición el efecto opuesto para las personas de alto rendimiento, es decir, su tendencia a subestimar sus habilidades. Hasta aquí, la parte epidérmica de todo un entramado sicológico.
Cierto es —y los fervorosos seguidores de citas multideportivas no me dejarán mentir— que no siempre vence quien llega a torneos con el ego más elevado. En actividades físicas, más si se desarrollan con carácter competitivo, importa la voluntad, sí, pero también la preparación y el talento.
Pero sobre todas las cosas, la esencia del efecto Dunning-Kruger ensalza todavía más a aquellos atletas que, premiados con el don supremo de las condiciones físicas superiores, dan cabida a la humildad para tomar sus éxitos como algo terrenal y no ufanarse de ello delante de los demás.
Pensé en esta conjetura hace mucho tiempo, mas las tristes imágenes que ha dejado por estos días el incendio que ha sacudido las almas y los cimientos de Matanzas y Cuba en general, me llevaron a retomar el tema. Máxime cuando allí, al pie del cañón, aparecieron dos gigantes con trayectorias muy por encima de lo que ellos mismos creen.
Primero llegó Roniel Iglesias y dijo, casi sin despojarse del cansancio del camino: «el verdadero campeón no soy yo, sino ustedes, los bomberos». Se quitó méritos propios, y no por falsa modestia, para elevar con las palabras de un monarca olímpico la moral de un ejército que, en eso tuvo toda la razón, de glorias ya no habrá jamás quien les pueda ofrecer lecciones.
Luego apareció el mítico Mijaín López, también cargado de afecto y de donaciones materiales para sus compatriotas. Mijaín y Roniel y todos los que de una manera u otra mostraron su solidaridad, pusieron manos en el hombre, sonrieron, casi lloraron a la par de sus seguidores, que en este caso recibieron la admiración de aquellos a quienes siempre han observado con devoción.
Gestos así, honestos, sin falsas modestias, les engrandecen todavía más.