El oro de Ismael en Río de Janeiro 2016 fue la culminación de una unión exitosa con Leonel Pérez. Autor: Getty Images Publicado: 27/06/2020 | 06:23 pm
Leonel Pérez Almeida es su nombre, pero pareciera que solo lo usa para cuestiones meramente legales. En su casa del Cerro Pelado todos llaman Moro a este hombre que lleva más de 50 años dedicado a la lucha.
Su día a día empieza sobre las nueve de la mañana, y durante las siguientes dos horas está ahí al borde del colchón orientando a sus alumnos con una intensidad que resulta envidiable a sus 66 años.
Pionero del estilo grecorromano en Cuba, Leonel conversó con Juventud Rebelde acerca de su recorrido y también de su futuro, ese que todavía sigue planificando como si la despedida no fuera a llegar jamás.
«Comencé alrededor del año 1967 en Matanzas, mi ciudad natal. Solo tenía 13 años cuando me sumé a este deporte siguiendo los pasos de los veteranos hermanos Saso. Poco tiempo después me seleccionaron para la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) Marcelo Salado, de Cárdenas, y posteriormente fui ascendido a la entonces Escuela de Perfeccionamiento Atlético (ESPA) nacional.
«Cuando empecé, aquí solo se practicaba la lucha libre, pero ya en la ESPA decidieron crear el plantel de grecorromana y me eligieron como uno de sus fundadores. Al principio yo estaba incómodo, porque no quería hacer el cambio, aunque luego entendí lo importante de esa nueva aventura. Entre los muchachos de aquel equipo estaban nada menos que Raúl Trujillo y Carlos Ulacia, junto a quienes trabajo actualmente en el Cerro Pelado, como parte del colectivo técnico de la lucha grecorromana».
Mirando en retrospectiva a sus años en activo, el Moro reconoce la enorme competitividad que existía, no solamente a nivel nacional, sino incluso en cada provincia.
«Antes no era como ahora, en que los atletas del equipo nacional se eliminan entre ellos. Entonces había que competir en tu territorio y así ir ascendiendo hasta ganarse el puesto entre los mejores del país. Allá en Matanzas tenía rivales como Fernando Landa, mientras que a nivel nacional estaban el habanero Rolando Wanton, el santiaguero Jorge Boris Alá y el pinareño Senén Reyes, todos capaces de complicarme la competencia».
Leonel (derecha) estuvo en el Mundial sub 23 de Hungría 2018, en donde su alumno Daniel Gregorich fue subcampeón. Foto: Daniel Gregorich
Los comienzos del estilo clásico en Cuba fueron difíciles, pues al llegar nuevos a esa modalidad, nuestros representantes debieron pasar un largo período de crecimiento antes de comenzar a ser considerados como rivales serios.
«Recuerdo que íbamos a Europa y solo peleábamos, máximo, un par de veces en cada torneo. No obstante, después de que éramos eliminados nos íbamos a la grada a aprender de los mejores y desde ahí logramos sacar muchas lecciones valiosas. Posteriormente, comenzaron a venir técnicos, sobre todo soviéticos, quienes nos fueron formando no solamente como atletas, sino también como futuros entrenadores de este deporte en el país.
«Nuestra generación cumplió su función como iniciadora de la greco, y aunque no alcanzamos los grandes premios que sí consiguieron nuestros sucesores, abrimos un camino que en la actualidad nos ha convertido en uno de los deportes más exitosos y estables del país».
De toda su carrera, cuyos detalles parece recordar como si hubieran pasado ayer mismo, hay un momento específico que al Moro le será imposible olvidar.
«Nunca estuve en unos Juegos Centroamericanos y del Caribe, pero en Panamericanos sí. En 1975 formé parte del equipo que compitió en la edición de México, y entonces alcancé la medalla de plata, tras caer contra el estadounidense de apellido Mello. Perder contra él en los 75 kilos me dejó con la espinita de la revancha, pero resulta que eso nunca volvió a pasar, pues cuando volví a encontrarlo ya se había retirado».
No obstante, cuatro años más tarde Leonel ganó el oro en esa misma división durante los juegos de San Juan 79, y en el verano siguiente estuvo en las Olimpiadas de Moscú 80, única cita olímpica en la que pudo estar presente como atleta.
«Tal vez soy demasiado optimista, pero me gustaría pensar que tal vez para los próximos Juegos Olímpicos me toque participar como entrenador. Creo que sería mi última oportunidad, pues debido a mi longevidad siento como si se me acabara el tiempo para lograr ese sueño».
Después de un par de décadas en las filas de la escuadra de mayores, llegó el momento de pasar al rol para el que, de una forma u otra, siempre se había estado preparando.
«Desde que me retiré, comencé a trabajar con la misma división en la que yo competía: los 57 kilogramos. Eventualmente, me dieron la responsabilidad de trabajar con los 130, los 82 y los 90, tres pesos en que hubo que sacrificarse mucho para lograr que ascendieran a planos estelares».
Muchos deportistas notables han perfeccionado su técnica y estilo gracias al rigor y la disciplina impuesta por Leonel sobre los colchones. Entre ellos estuvieron, por citar un par de ejemplos, Héctor Milián, campeón mundial y olímpico en los 100 kilogramos, y Reinaldo «Pititi» Peña, subcampeón mundial en 1990.
«He tenido muchos discípulos buenos en todas las épocas, pero de todos ellos mi mejor alumno ha sido Ismael Borrero, monarca del orbe en 59 y 67 kilos, y rey olímpico también en los 59.
«Nosotros empezamos a entrenar mano a mano en 2014, después que él se proclamó campeón nacional y ahí nos dedicamos a perfeccionar e incrementar su arsenal técnico, con el objetivo de sacarle provecho a su gran talento. Tras llegar su triunfo de 2015 en Las Vegas, supe que estaba listo para dominar en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
«Durante la etapa que estuvimos trabajando juntos, logramos tener una gran confianza y compenetración, tanto a nivel profesional como personal. Aunque estuve con él solamente hasta 2016, creo que sus éxitos posteriores también han sido en parte el resultado de lo que hicimos ambos años atrás.
«También hay que decir que un atleta no depende solamente del talento que venga con él de la cuna. En el caso del mismo Borrero, quien resulta una estrella en todos los sentidos, es posible que no hubiera llegado tan lejos de no ser por su esfuerzo diario y su disciplina, dos cualidades que considero las más importantes que debe tener todo deportista».
Actualmente, Leonel Pérez Almeida trabaja con los 60 kilos, categoría en la cual aparecen Luis Alberto Orta y Javier Duménigo como principales figuras.
«Ahora mismo tenemos a Orta y Duménigo, cuya rivalidad favorece mucho el nivel de la división. Sin embargo, contamos además con otros muchachos que vienen en ascenso, como es el caso de Kevin de Armas y Leonardo Herrera, cuyas condiciones físicas y disposición indican que pudieran ser el futuro de los 60 kilogramos».
Si bien el Moro tiene una gran familia en el gimnasio, en casa también cuenta con personas que le han brindado toda su vida el apoyo y el entendimiento necesarios para llevar adelante su carrera.
«Paso más tiempo aquí en el Cerro Pelado que en mi casa y a veces ni siquiera estoy en Cuba. Por eso es que tengo tanto que agradecer a mis seres queridos, quienes han estado siempre dispuestos a colaborar con mi trabajo y a la vez con el de-
sarrollo de la lucha cubana».