Todo está dicho en el básquet masculino salvadoreño. El fin de semana la Liga Mayor de Baloncesto (LMB), Torneo de Clausura, puso el punto final a su temporada, con un título sin precedentes para los Halcones de Sonzacate, mejor que el conjunto de Santa Tecla en la instancia clave. Si analizamos bien la connotación del triunfo de los Halcones, se puede decir que fue un ajuste de cuentas de la final del pasado año, cuando los del Santa Tecla se apropiaron del trofeo del mismo torneo en el terruño de sus rivales.
Esta vez los habaneros Orestes Torres y Lisván Valdés no pudieron repetir el cetro con la escuadra tecleña, en una temporada en la que ambos fueron protagonistas en el resultado definitivo de su equipo. Pero Orestes y Lisván regresaron a Cuba con la emoción de haber jugado una final muy tensa.
Los hinchas de los Halcones, según denunció el Santa Tecla en su página de Facebook, mantuvieron durante el tercer partido de la final un comportamiento censurable, tras agredir verbalmente a los jugadores, directivos y fanáticos contrarios.
Además, la nota publicada en la red social añadía que los cubanos Torres y Valdés fueron víctimas de provocaciones racistas y xenófobas. Una fuente que estuvo en ese encuentro declaró a JR que «el problema es que aquí (en El Salvador) la fuerza policial en las instalaciones deportivas es en ocasiones limitada y por eso se demoran más en controlar a los fanáticos. No todas las canchas tienen el espacio requerido entre las gradas y el terreno, por lo que el público te respira casi en la nuca, lo que provoca preocupación entre los atletas».
La violencia en el deporte es un fenómeno de años, y decir que en los últimos tiempos se ha recrudecido sería pecar de especulador. En Cuba, por desgracia, se han reportado incidentes lamentables que involucran a jugadores, entrenadores y directivos, y no solo en el básquet. Mientras que en nuestras gradas, si bien no se puede recitar una conferencia de civismo y reiteradamente se escuchan expresiones soeces y denigrantes, es razonable decir que las actitudes que aquí se presencian quedan pequeñas ante lo que ocurre en plazas internacionales, sobre todo de fútbol.
Para que se tenga una idea de lo complicado que puede resultar todo este tema de la violencia y las conductas inapropiadas, los exhorto a que indaguen sobre los movimientos ultras y hooligans en el fútbol europeo, repletos de actitudes agresivas y comportamientos destructivos. Por ello, sensatez desde la hinchada, más que nada.
En los pocos años, pero intensos, que llevo siguiendo el deporte y acudiendo a instalaciones para disfrutar, fundamentalmente, partidos de baloncesto y béisbol, nunca he presenciado incidentes violentos, en torno a cuestiones inherentes al juego, que involucren a aficiones contrarias.
Eso sí, a menudo he escuchado frases y cánticos ofensivos contra árbitros, atletas y directivos, y aunque aislados, han existido casos de lanzamientos de objetos al terreno, en una muestra grave de indisciplina social y fanatismo feo y exacerbado. Una de las razones que incide en este asunto multifactorial y «antiespectáculo» son las incoherencias organizativas.
En uno de los encuentros de la pasada final de la LSB masculina, entre Matanzas y Pinar del Río, en territorio de los segundos, aproximadamente se esperó una hora para comenzar las acciones en espera del acompañamiento de agentes del orden público. Luego se encauzó todo y así los vueltabajeros lograron la victoria. Al final, nadie pudo evitar la avalancha de fanáticos inundando el tabloncillo.
Evitar los incidentes garantiza un espectáculo deportivo, antes que todo, sano.