En el Santiago Bernabéu de la capital española, Álvaro Morata vivió lo que nunca soñó. Moldeado en la cantera del Real Madrid, siempre aspiró a ser un temible goleador, pero jamás que sus dianas aniquilarían algún día al club de sus amores. Y menos en una semifinal de la Liga de Campeones, frente a un graderío que añoraba la remontada.
Pero los destinos del «negocio» le llevaron hasta Turín, y vestido con la camiseta del Juventus el muchacho encarriló este miércoles al equipo piamontés hacia la final de Berlín el próximo 6 de junio. Lo hizo —como antes en la ida— con un gol imposible de celebrar por respeto al pasado, con el tanto que necesitaban los suyos para optimizar el triunfo por 2-1 que habían conseguido hace una semana.
Hasta ese minuto 57, los dirigidos por Carlo Anceloti navegaban con el viento a favor. Más que el acierto en la seguidilla de pases, fue el inexplicable atropellamiento de Quiellini a James Rodríguez dentro del área lo que les puso con la final a tiro. La limpia ejecución de Cristiano Ronaldo desde el manchón parecía el inicio de un final feliz.
Sin embargo, los de casa perdieron la brújula. No por mucho tiempo, mas el suficiente para que el enemigo aprovechara la distracción, y en la ida y venida del balón por el aire, le tocó a Morata apuntar al arco. Titubeó Toni Kroos en la disputa, y por más que Casillas acertó en la trayectoria —y en muchas otras—, el gol puso cuesta arriba a las aspiraciones del vigente rey del torneo.
No hubo remedio, ni con las cabalgatas de Bale, ni las arremetidas de Marcelo. La entrada del «Chicharito» por Benzemá no fue la solución del puzzle, y sin poner el autobús delante de la puerta, los visitantes dejaron en escaramuzas cada intento de forzar la prórroga y salvar el trono. Entonces el árbitro detuvo el reloj y la Juve terminó por poner las pastas en el festín definitorio contra el Barcelona. Y en Madrid quedó la certeza de que no hay peor cuña que la del mismo palo.