En esta Isla mestiza y complicada, no existen muchas cosas más polémicas que la pelota. Vivir por y para el pasatiempo nacional de los cubanos, suele proporcionar un enorme placer espiritual, pero a su vez, lleva implícito una gran carga de responsabilidad. Significa, entre tantas cosas, colocarse por voluntad propia en el ojo de un huracán, de cuyos vientos muy pocos salen completamente ilesos.
Así es, y seguirá siendo, porque el béisbol constituye un fenómeno cultural por estas tierras. Es precisamente su carácter identitario, su popularidad y pluralidad, lo que lo convierte en un manantial inagotable de controversias.
En pelota, los cubanos lo cuestionamos todo. Desde un simple conteo, hasta el momento más idóneo para ordenar un «sacrificio». Y en cada debate enarbolamos esas teorías particulares que nos construimos desde la cuna, y suponemos únicas y válidas para un deporte de tantas probabilidades.
Pero si hay algún tema que jamás escapará a la controversia, ese es la conformación del equipo «grande», el de las «cuatro letras», el que paseará nuestras pasiones más allá de las fronteras.
«No sé que hace fulano en la preselección», «qué tiene que hacer mengano para que lo lleven», «hasta cuándo llamarán a siclano» son las frases habituales del momento en peñas, esquinas, y hasta en la cola del pan.
El nuevo llamado a filas no ha sido la excepción. Tal vez rebajar la gran bolsa de 77 aspirantes hasta los 56 «sobrevivientes» que ahora se alistan hubiese sido menos traumático, sin añadir algunos nombres que no aparecían en el listado original. Sin embargo, reconozco que es humanamente imposible confeccionar un grupo acorde con todos los intereses y gustos de especialistas y aficionados.
Sin dudas, el proceso es lo suficientemente complejo como para jalarse los pelos. Llegar hasta el selecto grupo puede ser un estímulo tan grande como la desmotivación que genera el olvido o la marginación, con o sin explicación mediante. Cualquiera temblaría ante tan colosal compromiso.
Durante mucho tiempo utilizamos el rendimiento como requisito indispensable para ganarse el puesto, y la vida, tan sabia como es, nos hizo ver una y otra vez que las frías estadísticas y sus interpretaciones entrampaban las posteriores decisiones, y viceversa.
Por eso, en estos casos prefiero confiar en el sentido común, la sabiduría, la experiencia y la buena fe de aquellos que tienen la responsabilidad de armar un equipo competitivo, capaz de enfrentar a los más exigentes rivales.
Como muchos, disiento en alguna que otra nominación, pero en sentido general, comulgo con el criterio de selección acuñado por Víctor Mesa y Jorge Fuentes —si fueran ellos los únicos implicados—. Nunca imaginé que desde caracteres desiguales se entonaran las mismas tesituras conceptuales.
Sin ápice de conformismo, siento un gran alivio al notar que tal vez sea esta la única nación con total libertad para escoger a su equipo de béisbol. Pero más tranquilo me siento al saber que, aun cuando defienda con mayor o menor pasión una preselección, siempre me tocará moverme por la periferia de tantos ciclones beisboleros. Aunque eso no me garantice que vaya a salir ileso.