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El renacimiento europeo en el Mundial de Fútbol

Si hasta hace dos días el planeta hacía reverencias al fútbol latinoamericano, ahora la vieja Europa está a punto de conquistar Sudáfrica con un sprint insospechado

Autor:

Raiko Martín

Sube y baja este Mundial con una velocidad de vértigo y hay que pellizcarse para comprobar que no estamos viviendo en medio de un sueño. Si hasta hace dos días el planeta hacía reverencias al fútbol latinoamericano, con brasileños y argentinos a la cabeza, ahora la vieja Europa está a punto de conquistar Sudáfrica con un sprint insospechado.

Después de la estrepitosa caída de Brasil y la supervivencia milagrosa de Uruguay, toda América depositó su fe en Maradona y sus argentinos. La comunión entre técnico y jugadores alcanzaba cotas nunca antes vistas, y las demostraciones previas avalaban la confianza. Encima, el mundo esperaba por la tan cacareada explosión de Messi, y no había mejor escenario que el estadio de Green Point, ni mejor rival que la Alemania responsable de su último traspié mundialista.

Pero sucedió lo peor en apenas tres minutos de duelo. El temprano gol de Müller marcó el inicio del fin para un equipo desbordado y sin respuestas.

Más ligero que de costumbre, el escuadrón de recién estrenados «Panzers» se adueñó del mediocampo, sin apenas resistencia. Y desde allí bombardeó con saña y en todas direcciones.

El gran pecado de los argentinos fue no pelearle a Schweinsteiger el control del partido, y el gran acierto de los alemanes fue la anulación casi total de Messi, sin apenas transgredir las leyes.

Las carencias defensivas de la albiceleste se asomaron con el despiste de Otamendi en la jugada del primer gol, y jamás desaparecieron. Para mayores males, Tévez se gastaba su peor partido del torneo, e Higuaín apenas encontraba algo de oxígeno entre los escasos espacios que ocasionalmente aparecían en la zaga teutona.

Los gauchos pactaron en el descanso el abordaje del barco alemán, pero para cumplir tamaña tarea hacía falta algo más que orgullo y precisión. Necesitaban un líder, les urgía encontrar a un Messi en puro estado de gracia, pero el rosarino nunca alcanzó ni a encender la mecha. Su frustración no fue diferente a la de un equipo que apenas afinó el coro en medio del torneo, y a la de un técnico que encontró en la motivación sus mejores argumentos.

Visto el paño, no hay motivos para desconocer que esta Alemania sui géneris está destinada a cosas grandes. Sus jugadores tienen la oportunidad de cambiarle el final a la pasada Eurocopa, cuando cedieron prácticamente ante el mismo equipo español que vino a Sudáfrica, pero que se ha mostrado diferente a lo largo de todo el torneo.

Sigue siendo histórica esta «Furia Roja», gracias a su inédita llegada a una semifinal mundialista, aún cuando persisten las dudas sobre la posibilidad de igualar sus más recientes tesituras.

Frente a Paraguay, un elenco recio e infatigable, volvió España a enredarse en el sinsentido, y le costó todo un cielo sacudirse los lastres. Los guaraníes pellizcaron la gloria desde los 11 metros durante unos minutos en los que el árbitro guatemalteco Bartres dio rienda suelta a toda su severidad. Desde esa distancia también los ibéricos perdieron la brújula.

A estas alturas, solo a Vicente del Bosque le quedan dudas sobre lo inoperante del «Niño» Torres en su estado actual, por mucho empeño que ponga. Esta vez fue Cesc la receta para destupir las vías, Casillas la tabla de salvación en medio de un océano extremadamente picado, y como siempre, Villa el diestro capaz de capotear al toro y clavarle la estocada.

Va por cinco goles el asturiano, y de seguro Joachim Löw y sus asistentes ya comenzaron a ensayar todas las variantes posibles para cortar su romance con las redes. Será todo un privilegio revivir por estos días aquella final de Viena que entronizó a los españoles.

Los mismos equipos envueltos en corazas diferentes pondrán —por obligación— un finalista europeo en el primer Mundial africano. Y esto sucede cuando muchos pensábamos que el fútbol estaba casi muerto en el Viejo Continente.

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