Con el apagado del pebetero olímpico tras 19 días de competición, el mundo y los sueños fueron uno, y Beijing entró a la historia con la satisfacción de haber celebrado los mejores Juegos Olímpicos de la historia.
Los presentes en el legendario Nido de Pájaro fueron testigos nuevamente de una ceremonia que mezcló las artes modernas con la milenaria cultura china.
Así, por primera vez en la historia el protocolo del desfile final se convirtió en sana confraternidad entre todos los pueblos, con justo reconocimiento a una representación de los voluntarios, fuerza imprescindible para el desarrollo exitoso de esta cita.
El titular del Comité Olímpico Internacional, el belga Jacques Rogge, expresó por su parte en su discurso de clausura de los Juegos: «Gracias a todo el pueblo de China aquí se reunieron atletas de 204 comités olímpicos nacionales. Ellos compitieron, nosotros compartimos sus lágrimas y alegrías, y siempre recordaremos los logros alcanzados aquí, porque estos fueron unos juegos excepcionales».
La ciudad de Londres, heredera del espíritu olímpico por los próximos cuatro años, recibió la bandera que la acredita como sede de la próxima cita cuatrienal en las manos de su alcalde, Boris Johnson.
Felicidad, tristeza, nostalgia, y la satisfacción de haber competido en busca de la mayor gloria deportiva a la que un atleta puede aspirar se unieron cuando la llama finalmente se extinguió en el pebetero, y por ese glorioso instante, el mundo cupo en un Nido de Pájaro.