Ulises asegura que Huevos confirma su vocación de dramaturgo y la significación del teatro en la sociedad. Autor: Hugo García Publicado: 08/03/2025 | 10:55 pm
MATANZAS.— Ulises Rodríguez Febles (Cárdenas, 1968) es dramaturgo, guionista, narrador e investigador, y el director fundador de la Casa de la Memoria Escénica, institución miembro de la Red Latinoamericana de Archivos de la Escena. Su vasta obra literaria y su amplia labor cultural-comunitaria lo hicieron acreedor de un homenaje en el capítulo matancero de la 33ra. Feria Internacional del Libro que desde el miércoles y hasta hoy acontece aquí.
Licenciado en Español-Literatura, y Máster en Estudios Sociales y Comunitarios, sus obras para adultos, niños y con títeres han obtenido los más importantes premios del país. «Desde niño, escribía y hacía teatro. Escribía mis propios espectáculos en la secundaria, donde varios muchachitos y muchachitas creamos un grupo llamado Los Dacios.
«Pero los dos momentos más significativos fueron, más allá de premios en festivales estudiantiles y talleres literarios, la publicación de mi cuento El señor de las tijeras en las revistas Vigía y Letras Cubanas, y posteriormente en la antología Los últimos serán los primeros, novísimos narradores, de Salvador Redonet, aunque en esa etapa, principio de los 90, me definí por el teatro», cuenta a Juventud Rebelde.
—¿Qué enamoró a Ulises de la dramaturgia?
—Las primeras representaciones teatrales, y los primeros libros que leí, comprados por mis padres, que tienen el mérito de todo. Ese amor por la dramaturgia surge de algo, un encuentro, que propicia que nazca y evolucione esa necesidad de comunicarte con los otros, de crear historias, personajes, que viven en la escena, en la energía del cuerpo de los actores; una luz renovada, que tiene que ver con una realidad iluminada por las metáforas de la representación.
—¿Cuál consideras tu mayor reto como escritor?
—El reto es la hoja en blanco, la lucha hermosa y heroica por crear una obra que tenga cierta trascendencia y le diga algo a nuestros contemporáneos y sirva de legado para el futuro.
—¿Tus escritos se los enseñas a alguien o los guardas un tiempo?
—A ciertos amigos y colegas, que durante años han contribuido a escuchar o leer mis textos con sensibilidad y sentido crítico. Depende de las circunstancias, del tipo de escritura, porque no es lo mismo en el teatro que en la narrativa. Es importante no sentirte solo, sino acompañado del criterio de otros que no seas tú mismo.
—¿Cuál es el encanto de una buena lectura? ¿Acaso lees más de una vez algún título?
—La lectura es una necesidad para quien descubre el placer que te ofrece un libro. El que lee tiene mayores ventajas sobre los demás, porque la lectura te convierte en un ser diferente, abierto a otras experiencias, inclusivo, libre.
«En mi caso, mis lecturas nacen de los intereses profesionales y también de los personales. Siempre leo dos o tres cosas a la vez, precisamente por la mezcla de esas razones profesionales, libros que tengo que leer por cuestiones de trabajo y otros que quiero leer por placer. La lectura es una manera de vivir otras vidas, de ser libre y transgredir todos los límites…».
—¿Qué hay en tus obras del niño que nació en el campo?
—Todo. Ese niño campesino del Valle de Guamacaro, que leyó libros imprescindibles muy cerca del olor particular de la tierra y que descubrió el teatro, al menos como un primer encuentro, en espacios rodeados del paisaje de los cañaverales (un patrimonio paisajístico y espiritual de la nación), se encuentra en la esencia de lo que soy, multiplicado en los otros en que uno se va convirtiendo.
—Mencionas a Huevos como una obra muy querida…
—Lo sigue siendo, por las experiencias como creador y ser humano que he vivido con los espectadores y los lectores de Huevos, en diferentes espacios y circunstancias desde que la escribí en 2004 hasta ahora, que se publica como libro independiente por Ediciones Matanzas, con un prólogo del Doctor José Luis García Barrientos, una cronología de lo que ha ocurrido con el texto, notas críticas, entrevistas y fotos.
«Huevos confirma mi vocación de dramaturgo y la significación del teatro en la sociedad, aquella que me relaciona con otros colegas desde la antigüedad y hasta ahora, que han defendido el acto sagrado del teatro como un lugar de encuentro, transgresión y belleza».
—¿La novelística suya ha desplazado de alguna manera al escritor de obras teatrales?
—Me ha gustado escribir una novela como Las últimas vacas van a morir, pero mi obra narrativa siempre va a dialogar con mi dramaturgia. Creo —y también lo creen los que me estudian—, que mis dos novelas conocidas están habitadas por el dramaturgo que soy. Quiero decirte que una de las cosas de las que me siento orgulloso es de haber escrito una novela rural como Las últimas vacas…, por lo que cuenta, por la manera en que lo hace, por los personajes y los espacios de la ruralidad que recrea, porque en ella están las voces de antepasados y el presente de muchos, en una nación agraria.
—¿Podemos afirmar que has sido más exitoso con la dramaturgia? ¿Acaso eso te pudiera preocupar?
—Soy un dramaturgo que escribe para adultos y niños, que ha tenido experiencias con el teatro de calle y, según las circunstancias, escribo en solitario o trabajo el proceso de creación con un director y un equipo artístico, como me está ocurriendo este año. Un dramaturgo que ha escrito novelas, cuentos, ensayos, poemas… pero un dramaturgo. De hecho, existe una resistencia a considerar a los dramaturgos como escritores.
—¿Cuáles son tus sueños inmediatos?
—Terminar ciertos procesos de escritura que tienen que ver con proyectos teatrales y me resultan muy interesantes actualmente; además, concretar otras puestas en escena que van a ser esenciales desde muchos puntos de vista, para mis objetivos del año. Estoy muy ilusionado con los libros que deben salir en la Feria, especialmente con La doncella errante y otros monólogos para actrices, con cinco de mis textos, escritos y representados desde 1993 hasta 2024, que cierra con el que le da título, que fue de lo último que he escrito, y se encuentra inédito, sin estrenar. También sale a la luz mi texto teatral Béisbol de manera digital por Cubaliteraria, la reedición de El señor de las tijeras, y Huevos, como libro documento, un texto que considero muy importante para mi dramaturgia. Tengo en realidad muchos sueños, y fe en ellos.
—Anímicamente, ¿cómo te sientes con los homenajes a tu obra?
—Me lo anunciaron desde el año pasado, y me hizo muy feliz, por cada uno de mis libros, teatrales o narrativos, por sus personajes e historias. Feliz por Francisco de la Cal, por el Jonhy, Pablo, Emilia, La maga… Por todos esos seres que forman parte de mi imaginario creativo.
—¿Qué significado tiene en tu vida y para la cultura nacional dirigir un centro como la Casa de la Memoria Escénica?
—Significa defender el patrimonio escénico, concebir un espacio Casa como un hogar, aunque no lo sea, porque solo es un fragmento, también significa un desafío al tiempo, un respeto a la memoria del presente y el pasado teatral para construir un archivo vivo del futuro.
«He pasado ahí, en ese lugar hermoso y simbólico, más de 20 años, y he comprendido la importancia que tiene el patrimonio, que es espíritu de muchos, la responsabilidad que entraña cuidarlo de todos los enemigos, las bacterias, la humedad, los seres humanos. Significa especialmente confianza y respeto por nuestro trabajo».
—Tu obra puede considerarse como una biografía de la sociedad contemporánea.
—Cuando la estudias con seriedad, como lo han hecho algunos investigadores, incluidos los que participan en el coloquio homenaje que me realizan en la feria, vas a encontrar esas otras narrativas de la Historia que la dramaturgia cubana, cuando se le estudia, propone. Hay momentos que son esenciales para comprender y reflexionar sobre zonas de la sociedad contemporánea, que han impactado de diversas maneras en nosotros, los diferentes éxodos ocurridos, la realidad de un mundo agrario, el béisbol y sus conflictos, las cuestiones de la identidad, lo irracional de las sociedades.
«Mis textos provocan, inciden en otras perspectivas para ver la sociedad, muy diferente a las maneras en que parte de la sociedad se está viendo a sí misma. El teatro es acto estético, pero también denuncia, cuestiona, refleja el desequilibrio y el caos. El teatro que no es complaciente siempre propone una perspectiva plural y democrática e inclusiva de cómo debíamos ser… Lo que no quiere decir que así seamos».