Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Adela

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Su estirpe y su mirada continúan incólumes. Las de Adela Legrá. No importa que el sombrero haya quedado en la memoria, que las cejas glamorosas luzcan otras serenidades. A un ícono no lo rinde el tiempo.

La tengo frente a mí,  en su casa de Cuabitas, en las afueras de Santiago de Cuba. Es mi vecina. Me reprocha mis ausencias con cariño, con un gesto cinematográfico. Y en el aire hay algo de la belleza agreste de Manuela, de la tierna osadía de Lucía.

La  descubrió un día en la Villa Primada un joven cineasta, un jovencísimo Humberto Solás. Ella no conocía a nadie que se llamara Icaic y se vistió de miliciana para ver a «aquellos blanquitos» que la procuraban. Si el cine lo hacían mujeres de carne y hueso, ella también podía hacerlo, se dijo con arrojo. Y comenzó en 1966, a todo riesgo, su entrada triunfal a la pantalla de Cuba.

La tengo frente a mí, repito. Rodeada de dos de sus hijos, Carlos y Alberto. Rodeada de la fragancia del marañón, del café, del anón. No  puede vivir sin las plantas, sin el verde, esta dama nacida en La Zona, Puriales de Caujerí, Oriente adentro.

Pasado y presente se trenzan, flotan los recuerdos en lontananza, las filmaciones, los nombres sagrados del cine cubano. Adolfo Llauradó le hace temblar los labios. Y afloran los retos de ahora mismo, que incluso un mito como ella, comparte con este simple mortal.

Toma su pomo de agua como arma, cuando insisto en renombrarla. Ni leyenda ni estrella, me advierte. Ha transitado por estos caminos, renuente a cualquier vanidad, a cualquier pose. No ha sido la suya una vida fácil: ha estado delante, detrás y fuera de la pantalla con la misma dignidad. No hay ningún celuloide como la vida.

Adelaida López Legrá es una flor rara, un soplo de la Sierra, un hilo inasible con la auténtica grandeza.

Por un instante se arraciman todas las imágenes: la joven campesina en las filas rebeldes, la venganza, el amor, la cabellera como lluvia. La pasión femenina frente el machismo secular, la carrera indetenible en las salinas, las ganas de morder, de volverse una ola. La gran rebelión. Carmen, la madre que va en andas, a rencontrase con su hijo, allí donde las aguas de Oshún se unen con las aguas de Yemayá. La cobija de un niño, el dolor, las cartas a escondidas. Y ese barrio gigante, irrenunciable, con sus quebrantos y sus lumbres, que se llama Cuba.

Pudiera estar aquí toda la tarde escuchándola, sin decir una palabra, una sola palabra. Una sinceridad a todo trance es su carta de presentación. Harían falta muchas Adelas.

Ella se suelta el pelo para mí, echa un chal sobre los hombros, me abraza. Es subir al plató. Es la mismísima gloria. ¿Hasta cuándo se le escatimará el Premio Nacional de Cine? El séptimo arte en Cuba no puede pasarse sin aquella mirada, sin la fiera mirada debajo del sombrero.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.