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Cómo nació el mito (allá en Maisinicú)

Maisinicú, medio siglo después proviene del innegable ennoblecimiento de una variante del documental bastante comercial y serializada, el llamado making of

Autor:

Joel del Río

Cuando en un filme cualquiera se visualiza una pantalla casi siempre se alude a la relación del cine con el espectador, pues se crea un efecto «espejo» muy socorrido en películas dedicadas a evocar la magia del cine. Abundan entonces las pantallas al fondo en numerosas escenas de ese acto de gratitud y homenaje, gesto cinematográfico cargado de sentido, que es el mediometraje documental Maisinicú medio siglo después, una de las obras del Icaic vistas en premiere durante la Fiesta del Cine Cubano, en marzo, y que ahora llega a varias salas mediante el estreno programado para junio.

Aunque después se abandona el tono del viaje documentado, comienza con el regreso a Trinidad de algunos de los principales implicados en la realización de El hombre de Maisinicú, clásico del cine cubano dirigido por Manuel Pérez, quien lleva, con toda razón, la voz solista de toda la narrativa. Sin embargo, el juego entre las imágenes pretéritas y actuales de Trinidad y sus alrededores, tienen un propósito más bien ornamental porque apenas se le saca provecho al regreso del director a los lugares donde rodó la célebre película. Porque el documental alcanza su máxima eficacia en la explicación de cómo se hizo una película memorable, mientras alterna las voces de testigos excepcionales, sus remembranzas y valoraciones, con las vivaces, clásicas secuencias de una película indiscutiblemente importante.

El equipo que dirigió Mitchell Lobaina consigue acercarnos a la época y explicarnos el alumbramiento del mito, mediante el empleo eficaz de un amplio arsenal de recursos inherentes al documental como las voces en off de los entrevistados, los grafismos identificativos o aclaratorios (hay alguno que otro demasiado extenso, o ilegible), las entrevistas mirando a cámara, y sobre todo el abundante y bien seleccionado material de archivo, principalmente fotos inusitadamente ilustrativas, y por supuesto fragmentos muy bien elegidos, por su aire mitológico, legendario, del filme homenajeado. 

Es probable que el entrenamiento de Lobaina en la dirección del espacio televisivo De cierta manera, haya aguzado su destreza a la hora de mostrar, con sonidos e imágenes, la grandeza de nuestro pasado audiovisual, pero lo importante no es tanto el entrenamiento como el resultado, y lo mejor de Maisinicú, medio siglo después proviene del innegable ennoblecimiento de una variante del documental bastante comercial y serializada, el llamado making of, para elevarlo a fuerza de pensamiento, de oratoria bien hilvanada, y de suerte de nostalgia por el pasado que implica el reconocimiento tácito de nuestros valores indiscutibles.

Para profundizar en la historia de una película estrenada a principios de los años 70, para rememorar la manera en que se concebía el cine desde el Icaic, resultaba indispensable que el documental sostuviera cuidadosamente los índices cronológicos, porque al fin y al cabo se está contando un cuento con principio, medio y final sobre unos personajes que filmaron una película y esta finalmente se estrena… pero a veces algún entrevistado se refiere al estreno en medio del relato, y se violan aquí o allá, las reglas de la narración aristotélica, pero estas breves zonas de sombra nunca consiguen oscurecer los logros de este documental, uno de los pocos que se dedica a hablar sobre cine cubano desde un concepto justamente holístico, que incluye decisivos testimonios de  los especialistas en guion (Víctor Casaus), producción (Santiago Llapur, Rafael Rey), dirección de arte (Luis Lacosta) y maquillaje  (Bárbara Galindo). Por supuesto, Manuel Pérez ocupa el protagonismo, pero sus criterios y recuerdos suelen proporcionar la
coyuntura para insertar los testimonios de otros.

Además, la zona en que se habla de los actores puede ser modélica para otros empeños de este tipo. Sergio Corrieri, Reynaldo Miravalles, Raúl Pomares, Adolfo Llauradó, Mario Balmaseda conformaron uno de los elencos más brillantes del cine cubano de todos los tiempos, y todos fallecieron antes de la realización del documental. Sin embargo, todos ellos, sobre todo los tres primeros, están muy presentes en este nuevo empeño de nuestro cine, y nos regalan otra vez su talento y profesionalidad. Al milagro de tal regreso contribuye el montaje, el archivo seleccionado, la posproducción de imágenes, y el hálito nostálgico del relato emprendido por los entrevistados.

Creo que hay otra lección flotando en el aire para quienes intenten realizar otros documentales de este corte. Nunca es preciso ni suele dar buenos resultados, convertir en voces expertas a participantes de muy diminuta participación en el filme original, salvo que esté garantizada una intervención destacadísima, esencial, y aquí no es el caso. Basta con la evocación agradecida de los grandes, y las palabras de los que realmente tuvieron un papel prominente en la creación de El hombre de Maisinicú para que lo menor y fortuito parezca descolocado, innecesario. Esa capacidad de selección les atañe al director y al editor, pero los críticos y espectadores tenemos derecho a opinar sobre lo que creemos que resulta más o menos aportador.

Entre los mejores momentos del documental se cuenta, sin dudas, la intervención de Silvio Rodríguez, compositor e intérprete del reconocido tema, porque a través del sonido se yuxtapone su voz recordando la poética letra, acompasada con la canción tal y como se escucha en la banda sonora del filme. Y precisamente la música, en estrecha conjugación con las virtudes netamente cinematográficas, le suministró al filme esa aureola mítica que permite evocarlo con agradecimiento tantos años después. Y el documental de Lobaina acierta a convertirse en caja de resonancia audiovisual de las muchas virtudes que manifiesta la construcción de un paradigma heroico absolutamente como el hombre sin rostro a quien le canta Silvio, encarna Corrieri, y recrea Manuel Pérez y sus colaboradores. 

En instantes como el mencionado, y en algunos otros, el documental Maisinicú, medio siglo después nos permite asistir, como testigos de excepción, al nacimiento de un mito, en la mejor acepción de este término. Entre pantallas que proyectan imágenes titilantes, entre un puñado de profesionales que aportaron belleza y trascendencia a nuestras películas, el documental recoloca en  nuestra historia cultural el acontecimiento que significó aquella película. Contribuye definitivamente a explicar la sobrevida de aquella manera de entender y de concebir el cine, e indirectamente dibuja otra vez el perfil trágico de un héroe cuya semblanza se construye no solo a través de los actos heroicos, sino también de los gestos tenues de un hombre «sin rostro al contemplar la muerte».

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