El reconocido actor ha desarrollado su carrera durante más de cinco décadas entre el musical, el teatro, la televisión, entre otros géneros y formatos. Autor: Roberto Suárez Publicado: 01/10/2022 | 10:25 pm
A sus 74 años, Mario Aguirre, premio nacional del Humor 2022 y un artista muy querido por el público, recuerda claramente cómo se fraguó su gusto por el arte de la actuación durante su infancia en el Cotorro. En su casa no había televisor por aquellos años y, gracias a la ayuda de un vecino que sí tenía, el niño, que luego fue un talentoso intérprete, prefería dedicar sus tardes a ver programas de entretenimiento de todo tipo.
Otros estímulos aparecieron en la escuela. Un profesor notó las inquietudes de aquel joven, lo ayudó a aprenderse un poema que más tarde recitaría en diversas actividades. «A mí no me interesaba nada más», recuerda convencido, quien a la vuelta de los años es considerado uno de los exponentes del teatro musical en Cuba, ha disfrutado en muchos espacios televisivos e integró las filas de Teatro Estudio, bajo la dirección de Raquel y Vicente Revuelta.
Hoy, a lo largo y ancho del archipiélago, el público lo disfruta en reposiciones de telenovelas como El año que viene, de Héctor Quintero, o lo recuerda en personajes gloriosos como Atanasio Pindueles, aquel cantante que no tenía nada que decir y decía mucho. En 2019 recibió el Premio Actuar por la obra de toda la vida, que le otorga el gremio con el que comparte el amor por el arte de la actuación, al que ha dedicado más de 50 años.
En medio de estos días tan ajetreados y tras el paso tormentoso del huracán Ian, JR se acercó a Mario Aguirre para conversar sobre este nuevo reconocimiento de sus compañeros del Centro Promotor del Humor, pero también sobre su estilo en la interpretación y su innegable aporte a la historia del teatro cubano.
—¿Por qué decidió dedicarse al arte y al trabajo actoral? ¿Qué referencias había en su infancia?
—De pequeño recibí clases de teatro infantil con una excelente profesora y actriz de radio, Elvira Cervera. Ella me hizo amar el teatro, su talento para tratar con niños y montar escenas era muy grande.
«Cuando tenía 15 años tuve como profesor a Roberto Garriga, una eminencia y referencia obligada para muchos directores dramáticos que han venido después. Él me enseñó el método Stanislavsky, que pienso debe ser el punto de partida para cualquier actor, aunque haya otros, porque las exigencias de ese método son las más lógicas para poder enfrentar un personaje, pues el actor no representa un asesino, no representa a una señora: es un asesino, es una señora.
«El actor deja de ser él para convertirse en el personaje en cuestión. Si tú tienes que sufrir por una mala noticia que te han dado en una obra de teatro o en una película y no sufres realmente, el público no se va a enterar. Si tú no te diviertes haciendo el personaje humorístico, el público no va a divertirse, porque tiene que ser real y hay que hacerlo con mucho respeto. Reír o llorar, todo es difícil en esta profesión y todo el mundo no puede hacer todas las vertientes que esta profesión lleva porque no todo el mundo tiene talento para todo».
—En su caso, usted no lo ha hecho todo, pero ha hecho mucho.
—Yo quería ser un actor dramático de los que veía en las novelas de Garriga, en los Teatro ICR. Me convertí en humorista por azar. En Teatro Estudio, dirigido por Raquel Revuelta, tuve la oportunidad de hacer mucho teatro clásico cubano, comedias cubanas. En una oportunidad, Raquel le pidió a Héctor Quintero que preparara un espectáculo para la reinauguración de la sede de la compañía.
«Quintero convocó a los artistas del grupo teatral para que propusieran ideas a las cuales darles forma y a mí se me ocurrió un personaje inspirado en todos esos cantantes que venían por aquellos años a festivales en Cuba y en todas las entrevistas decían lo mismo. Así nació Atanasio Pindueles. El personaje gustó mucho y lo llevaron a la televisión. Comenzó un desarrollo y aparecía en otros programas y realicé entonces otras interpretaciones, como la de un niño que tenía una gorra de dos viseras. En poco tiempo gané popularidad entre el público. Esa es la magia de la televisión.
«Mucha gente me recuerda por el personaje de Atanasio Pindueles y con él llegué hasta el cabaré del hotel Capri, donde estuve cuatro años. Pero también me presentaba en las noches en el hotel Habana Libre, el Parisien, el Jagua, de Cienfuegos, siempre con humor, con distintas rutinas e intervenciones. Fue una etapa de mucho desarrollo para mí, incluso en el canto».
—Ha tenido una presencia reconocida en el teatro, la televisión, el musical. ¿Qué personaje ha disfrutado más?
—Antes del personaje de Atanasio Pindueles hice muchas otras comedias. Una que recuerdo con mucho agrado fue un clásico español en verso, Don Gil de las calzas verdes, dirigido por Berta Martínez. El teatro clásico español tiene un formato que me llama la atención. Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, tenían unos códigos similares.
«Está presente el conflicto de la novia y el galán, pero hay siempre un gracioso. El cómico es quien enreda o desenreda conflictos y ese personaje es muy rico; en mi opinión, el mejor personaje masculino de la obra. Casi todos los galanes son siempre iguales: lindos, románticos, suspiran; pero el gracioso es un torbellino en toda la obra y ese fue mi lanzamiento en el teatro».
—Usted aseguraba en una entrevista cuando le concedieron el Premio Actuar que «la creación debe ser tomada con la mayor seriedad y rigor posible». ¿Cómo ha llevado esta idea al trabajo en el humor?
—El rigor con el que enfrento el humor es el mismo con el que interpreto un musical o una obra dramática, porque para mí no hay diferencias. Respeto mucho a los actores humorísticos que crean un personaje a partir de la verdad. Pienso que el primero fue Chaplin y el segundo, Cantinflas. Yo veía que el público se reía en una escena de Cantinflas, donde él suplicaba llorando, diciendo los disparates a los que estaba el público acostumbrado, pero llorando de verdad y con una emoción muy real. A veces para el personaje la situación es desgarradora, pero es graciosa al mismo tiempo por la situación en que está. Otro de mis referentes en Cuba en ese sentido fue Erdwin Fernández: él creó siempre a partir de la verdad.
—¿Dónde se siente más cómodo, en el drama o en el humor?
—El género para mí no es fundamental. Me siento cómodo en cualquier espectáculo donde el guion sea bueno y el director, inteligente. Recuerdo que con Vicente Revuelta hice La dolorosa historia del amor secreto de José Jacinto Milanés, una obra de Abelardo Estorino, y era un personaje completamente dramático, al igual que muchos de mis unipersonales, donde coqueteo con varios géneros. Lo importante es interiorizar el personaje y construir a partir de ahí.
«Creo que he tenido la suerte de trabajar con los mejores, con los más experimentados. Gente como Héctor Quintero, Vicente y Raquel Revuelta me ayudaron a crecer en este arte. Ahora bien, me considero un artista disciplinado, hago mi enfoque de lo que el personaje debe ser, pero el director es quien lleva las riendas del asunto».
—Después de este reconocimiento, el Premio Nacional del Humor 2022, ¿qué será lo próximo?
—Sigo en el teatro. Actualmente pertenezco a la compañía A teatro limpio, dirigida por Hugo Vargas. Juntos presentamos con bastante éxito la adaptación de la comedia francesa TocToc y empezamos a ensayar hace poco una comedia italiana que se llama Perfectos desconocidos. Son dos obras que cuentan con adaptaciones en varios países y la propuesta cubana tiene un valor, desde el punto de vista artístico, muy potente. Puedo adelantar que pronto participaré en un nuevo proyecto televisivo que se está cocinando. Estoy muy agradecido de compartir con todos mis colegas esta profesión y del cariño del público, que estoy seguro es genuino.
«Para lo que más me ha servido este premio es para darme cuenta de cuánta gente me quiere y poder constatar, a mis 74 años, la alegría de mis compañeros del gremio ante este reconocimiento. Pienso que esto ha sido un hermoso regalo después de tantos años de trabajo. Tal vez si me lo hubieran dado hace años no hubiera tenido la posibilidad de darme cuenta de todo el valor que tiene ese cariño.
«Ojalá y después de este ciclón, que nos ha hecho sufrir tanto, podamos reírnos en el Aquelarre con las mismas ganas que teníamos antes de que Ian pasara por nuestras vidas. Yo estoy seguro de que sí, porque los cubanos siempre hemos sido capaces de enmascarar el dolor, seguir luchando y seguir riendo».