Registro musical del alma de Cuba. Autor: Angelito Baldrich Publicado: 28/01/2021 | 09:16 pm
Era como ver a mi abuela amada, como abrazarle y encontrarme con ella. Cuando tenía a María Teresa Linares frente a mí me daba un gusto doble: disfrutar del conocimiento profundo de nuestras cultura e identidad, transitando el camino fascinante de la música y, al mismo tiempo, sentirme acariciado por esa señora de voz dulce que los años habían hecho más sabia y bella. Por eso aprovechaba la primera oportunidad que se me presentara para dialogar con uno de los pilares fundamentales de la musicología nuestra junto al que fuera el amor de su vida, Argeliers León, al lado de Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Odilio Urfé… Su muerte me ha llenado de dolor.
Me hubiera encantado alguna vez preguntarle a nuestra Teté, premio nacional de Música y de Investigación Cultural, sobre su especial relación con Argeliers, pero, la verdad, nunca me atreví. Su alumna aventajada, Miriam Escudero Suástegui, le «arrancó la confesión» en la que nos enteró de cómo se entendió ese dúo que tanto le aportó a la cultura nacional.
«Queriéndolo mucho… El amor fue una premisa siempre… Nosotros parecíamos gente muy seria, nunca nos cogimos una mano, ni nada de besitos… Pero nos quisimos entrañablemente. Él tenía muy mal carácter, y creo que yo también. Decía que yo trataba de dominarlo, y yo le replicaba que él no trataba, sino que siempre me dominaba… Pero a mí me encantó mucho dejarlo que me dominara, y llevarle la tacita de café a la cama mientras él dormía un poquitico más. Eso a mí siempre me encantó, y no me pareció nunca que fuera la mujer servil del hombre, ni nada por el estilo. Yo fui su mujer, y lo hice sin entrar en competencia, sin pensar que yo fuera más que él o él más que yo…
«Firmaba mis primeros artículos —que todavía están por ahí, en la revista Vanidades— como María Teresa Linares de León, porque estaba muy contenta de ser la mujer de él y ponía De León. Y me dijo: “No, no, tú eres mi mujer, pero tu nombre profesional debe ser tu nombre y tu apellido. Tú eres María Teresa Linares y yo soy Argeliers León”. Él me revisaba mis trabajos y me daba sus trabajos para que yo se los revisara. Y hasta discutíamos sobre la música que él componía.
«No quiere decir esto que no hubiera una gresca de cuando en cuando… Mi madre me dio un consejo: “Cuando tengas ganas de discutir, coge un buche de agua y no te lo tragues, quédate con él en la boca”. Y te aseguro que yo tuve más de tres días un buche de agua —claro, idealmente, no real— en la boca… Y ya al tercer día, él estaba desesperado por hablar, por discutir… hasta que se aflojaba, y ya. Jamás en la vida yo le eché en cara nada, porque en muchas ocasiones llegó a darme la razón. Pero no le decía: “Anjá, no ves que yo tenía razón y tú no te diste cuenta”, sino que le proponía algo: “Mira, prueba esto que estoy cocinando”. Cualquier cosa… Fue una vida de más de 50 años luchando uno con el otro, o los dos a la vez…», le contó a la autora de El archivo de música de la iglesia habanera de La Merced. Estudio y catálogo quien en todo momento reconoció que su interés por la investigación y por la música cubana apareció por influencia de Argeliers, cuando este era discípulo de don Fernando Ortiz.
Heroína del Trabajo de la República de Cuba, Teté era una apasionada del rigor, de las que se especializó en utilizar estrictamente todas las formas de investigación: de campo, elaboración de fichas, la metódica y el orden de sus conocimientos. Para la Linares resultaban primordial el método y el respeto al informante y a la manifestación de la cultura. «Cada informante tiene su verdad, pero para descubrir un hecho cultural hay que hacer la misma pregunta a muchos informantes y la misma pregunta a ese informante en ocasiones diferentes, de manera que él pueda volver a concentrar su pensamiento y expresar sus criterios de forma más clara y confirme las veces anteriores, así es como únicamente se puede llegar a una verdad. Después esa verdad hay que comprobarla con el hecho cultural en sí», explicaba.
Esta tierra le estará en deuda por discos como Viejos cantos afrocubanos y Cancionero hispanocubano. Todavía recuerdo su regocijo contagioso cuando vio la luz Serenata cubana, que recoge las melopeas de Ignacio Cervantes, esa joya que tuvo como protagonistas a los maestros Luis Carbonell y Ulises Hernández. «Soy la persona más feliz del mundo y espero que los cubanos reciban también esta felicidad, porque este es un acontecimiento insólito, que soñé mucho tiempo, desde que revisaba en el museo aquellas partituras celosamente guardadas», le dijo a JR esta trabajadora incansable.
«Pensaba que la institución cumplía con la función de conservación, pero que el tesoro que guardaba debía estar en manos de los músicos. Me decía: Los jóvenes de hoy no han tocado todavía la obra de grandes compositores nuestros y no conocen en su totalidad la de los músicos que están aquí. Siempre quise tener un sello discográfico del museo y una pequeña editora. Por suerte, estamos viviendo una época de notable progreso tecnológico que ha abierto muchas posibilidades.
«Serenata cubana es una ilusión que me hace sentir feliz… millonaria. Este tríptico, todo un estuche de oro, es uno de los empeños globales más importantes que se han producido en el campo de la música en Cuba. Es el inicio de un camino estupendo de labor científica y concienzuda. Me parece que soy yo la que está haciendo esto, la que está empujando desde mi casa».
Esa fue una de las grandes preocupaciones de la encumbrada musicóloga: intentar recuperar una parte significativa de la historia musical de nuestro país, un largo proceso iniciado hace muchos años y que aún no termina. Parte significativa se materializó en la Egrem, donde llegó proveniente de la Academia de Ciencias, convidada por el entonces director de la institución, Medardo Montero. «Desde que entré pude realizar discos a importantísimos exponentes de la música cubana que estaban a punto de fallecer, así como a otros que ya habían fallecido. Me tocó la dicha de preparar el último de María Teresa Vera, a quien acompañé hasta el final de su vida. Yo la había escuchado interpretar canciones extraordinarias que no se conocían, y le solicité hacer un álbum en el que no estuvieran Veinte años, Santa Cecilia ni Longina. Eran canciones del siglo XIX y de inicios del XX. Ese es un disco entrañable como el de Barbarito Diez defendiendo temas de Graciano Gómez.
«Luego Medardo me pidió que permaneciera en la Egrem, no solo involucrada en los discos que solicitaban los comerciales, sino también emprendiendo excursiones a distintas provincias, lo que me permitía realizar grabaciones in situ. Estaba en los festivales de la trova, de la rumba, de canciones, de danzones... A veces no teníamos ni hoteles, comíamos mal, pero veníamos con la maleta repleta de grabaciones importantes. Algunos discos resultaron un fracaso muy grande. Pero siempre fui muy cuidadosa en las grabaciones que yo hacía, de manera que conservaran su espontaneidad como valor de expresión…».
Las Tunas, mi ciudad natal, que le entregó la réplica de la pluma de marfil que usara el poeta Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, se esmeraba por tenerla, encabezando la Jornada Cucalambeana. Y es que su acercamiento a la tradición musical campesina fue extraordinario. «Adoro el punto cubano y lo disfruto tanto como la música sinfónica, de concierto, electroacústica, y demás. Pero el punto cubano lo llevo intrínsecamente en mi cultura. A veces me pregunto: ¿Por qué tiene que ser la misma vertiente? En la radio tú cambias de una estación a otra y oyes la misma melodía repetida. ¿Por qué no se pone música campesina en un horario preferencial, o a jóvenes interpretando este género, si los hay brillantísimos?», señalaba la Miembro de Mérito de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) que llevó con orgullo la distinción Maestro de Juventudes que le otorgó la Asociación Hermanos Saíz (AHS).
«En este momento contamos con un sector joven fuertemente capacitado técnicamente, que está validando la música tradicional y la actual, la nueva. Eso es estupendo. Y es estupendo porque tiene una base técnica muy severa, y porque ellos tienen la juventud y, desde luego, el respeto por esa tradición, que saben valorar».