Septeto Onilé, perteneciente a la compañía folclórica Onilé. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 11/08/2020 | 10:18 pm
«Zabala». Basta con pronunciar tan sonora palabra para que de inmediato se esté hablando de auténtica cultura popular, de música contagiosa. Y Edilberto Carlos Agüero Rodríguez tiene plena conciencia de ello, porque ese vocablo que en Las Tunas todos conocen de memoria, constituye marca de familia, una marca de identidad.
Con tal «carga» espiritual, de tradiciones bien afincadas, de amor, ha vivido desde siempre Eddy Zabala, como le denominan por ser miembro de tan ilustre linaje, cuyos representantes nunca conocieron mejor juguete que tumbadoras, campanas, bombos… Es que «el Viejo» fue el creador de la comparsa Estampas tuneras, institución cultural indiscutible de este pueblo.
Y como la vida es como es, no solo el Viejo y el primogénito portaban, por obra del sabio destino, los mismos nombre y apellidos, sino que ambos nacieron un 24 de febrero, que, como asegura quien recibiera el poderoso batón que le entregó su padre, no es cualquier día en la historia gloriosa de Cuba.
«Mi padre, el gran Edilberto Agüero, siempre se preocupó porque nosotros fuéramos músicos; decía que esa resultaba la forma más elegante de defender la cultura, que la cultura es la base fundamental de cualquier lugar. Como si fuera poco, entre la nuestra y la de los Márquez, otras de las familias de músicos más ilustres de aquí, existieron relaciones muy cercanas, a partir de que el notable director de orquesta, compositor, profesor, promotor y arreglista Cristino Márquez, se convirtió en mi tío, al casarse con la hermana de mi mamá. Este hecho afianzó en nosotros el amor y el respeto por la música. Al final, de cuatro hijos, tres seguimos los pasos del Viejo, que si no es un récord, sí un buen average».
Cuenta Eddy que su padre les enseñó que «solo se emprende algún proyecto cuando se hará bien, de lo contrario mejor no comprometerse. Y nos dio su ejemplo entregándose en cuerpo y alma a Estampas tuneras, esencia misma de las tradiciones de la provincia. Ya a muy temprana edad, me pedía que anduviera con él. Tenía problemas de logopedia, era gago, y entonces me llevaba prácticamente obligado a las reuniones que se daban en el Partido, en las comisiones del carnaval, para que le sirviera de “intérprete”, así empecé a ganar en responsabilidad, en disciplina, a aprender sobre cuestiones organizativas… Por tal razón, desde joven me confió la agrupación sin separarse totalmente de ella, tenía plena confianza en que podía asumir esa gran empresa, porque, además, estaba acompañado por mis dos hermanos pequeños.
«Me inicié en el mundo aficionado. Digo dondequiera que pertenecía a Grandes alamedas, uno de los mayores exponentes de ese movimiento; gracias a ese grupo conocí a importantes figuras de nuestro país y del ámbito internacional. Luego formé parte del conjunto campesino Cucalambé, por aquel entonces un sello distintivo del territorio. Después hice una “locura”: abandoné Cucalambé para acompañar a otro loco, Ernesto Márquez, de los Márquez de Holguín, en un proyecto llamado Timbre cubano, con el cual tuve mi primera experiencia fuera del país.
«Más tarde me sumé a Sonoc, otra aventura inolvidable, que me aportó mucho en lo musical y lo personal; un grupo con el cual permanecí en el exterior entre 1994 y 2001. Lo único que no me gustó de esa etapa fue no ver crecer a mis hijos. Radicábamos en Alemania, en Frankfurt, y desde allí nos movíamos por toda Europa. En el último viaje a Cuba me conquistaron con la posibilidad de materializar un añejo sueño: trabajar con Barricada, donde me desempeñé como vocalista y percusionista.
«Pensé que envejecería con Barricada, pero por un tiempo la oferta laboral se puso difícil y me encontraba en casa sin hacer prácticamente nada. Entonces se me iluminó el camino cuando me llamaron, primero como asesor musical y luego como asesor general, de la compañía folclórica Onilé, dirigida y fundada por Josefina Taylor. Allí también me dieron la oportunidad de recuperar un septeto de música tradicional, ideado en un principio para que cultivara el folclor campesino, sobre todo los bailes populares de Las Tunas: el papelón, el chivo, etc., y me encantó la idea.
«Me apasioné con ese pequeño formato. Ya mi hijo mayor, Reynier Agüero Díaz (bajo y voz), se hallaba en la compañía cuando llegué; el segundo, Edilberto Agüero Machado (tres y voz), se incorporó después. Músicos de academia los dos, con ideas muy frescas, me ayudaron a revolucionar el septeto, a cambiarle la imagen, sin que con ello perdiera su función fundamental dentro de la compañía. Lo integran, además, Glennis Téllez Rojas (cantante), Iván Valdés Oliva “Chino” (percusión), Elio Castillo Gutiérrez (guitarra y cantante) y David Marcos San Juan Díaz (violín). Nuestro espectro musical es muy amplio, el único requisito es que sean obras de excelencia».
—Son extraordinarios en verdad los arreglos de la música que interpretan. ¿Cómo lo hacen, cómo trabajan el repertorio?
—Aunque me dicen el viejo peleón, soy muy abierto a escuchar criterios, a asumir otras ideas, eso no está divorciado con velar por la disciplina, con exigir responsabilidad (sonríe). Por lo general el repertorio lo escojo yo, porque no quiero que se pierda el sello de cubanía. Los muchachos vienen con los temas, los escucho y digo sí o no, y cuando aparecen dudas las llevo al colectivo. En cuanto a los arreglos, les doy la confianza para que me presenten proyectos, yo me encargo de purificar, de pulir.
«Interpretamos también temas foráneos, de cualquier género, pero en algún momento, aunque sean cuatro compases, buscamos la posibilidad de que Cuba se haga notar a través de sus ritmos. Por eso mucha gente reconoce al septeto como Zabaleando, pues dice que se nota el sello Zabala, a pesar de que el septeto se llama Onilé».
—También te has acercado al mundo del teatro y la composición, con el grupo Teatro Tuyo, por ejemplo. Cuéntame de esa experiencia.
—Mi primer reto en la compañía folclórica fue enfrentarme a Bembé. Para mí era fundamental respetar la autenticidad de lo yoruba pero también velar porque estuviera presente lo popular folclórico. A la hora de concebir un espectáculo de este tipo, la cultura popular resulta esencial, pues el público no tiene por qué ser un experto en las especificidades del panteón yoruba; ah, pero muchos conocen esos cantos que se escuchan el 17 de diciembre, o cuando se celebra a Santa Bárbara.
«Bembé constituyó mi primera prueba de fuego en Onilé y se dice que hacía rato que no se veía un espectáculo tan conciso, donde la danza y la música estuvieran tan bien imbricadas. Ciertamente es mucho más fácil crear cuando se cuenta con un coreógrafo de la talla de Wilberto Alicio Kindelán… En esa misma época de Bembé, nuestro orgullo del arte del clown en el país, Teatro Tuyo, se hallaba inmerso en la preparación de su exitoso Superbandaclown.
«Coincidió con que su director, Ernesto Parra, andaba pensando en su espectáculo justo cuando yo montaba en mi comparsa parte de la idea que él quería. Al presentarle el proyecto me dijo: “Ahora estás obligado a trabajar conmigo”. Se trataba de hacer una fusión de lo cubano con una de esas obras que ya constituyen clásicos universales, en este caso la 9na. Sinfonía de Beethoven... Lo conversé con nuestra directora, Josefina Taylor, porque de aceptar la invitación de Parra debía enfocarme, dedicarle muchas energías, y la maestra me apoyó de inmediato.
«Fue muy satisfactorio “fajarse” con esos artistas, magníficos en la actuación, mas nunca se habían enfrentado a un instrumento; cuanto más alguno había tocado un poquito de guitarra como hobby. Una notable maestra de canto como Aleivis Arauz Batista, profesora de la Escuela de Arte El Cucalambé y directora del coro Euterpe, me desbrozó muchísimo el camino. Me da mucha alegría que muchos de los premios de Superbandaclown tengan que ver con la música, de veras».
—Para algunos ser comparsero es de baja cultura...
—Haber nacido donde nací y ser hijo de quien soy, es mi orgullo mayor. Me siento orgulloso de defender con el alma, con el corazón, con mi talento, con mi intelecto, la cultura popular folclórica, cuyos enormes valores aprendí a respetar; valores que a veces se ignoran en las escuelas de arte, como si no le dieran importancia a las raíces, a esa semilla a partir de la cual empezó a crecer el país, a encontrarse, a conformar su propia identidad. Esto te lo aseguro: mis hermanos y yo, como los tres mosqueteros, defenderemos siempre esa cultura cubana que nos honra.