No puedo pensar en esos días sin conmoverme, por más que lo intento no logro hacerme idea cabal de la desolación de tantas y tantas familias que luego de una noche de zozobra y terror (así lo confesaron muchos hombres con quienes hablamos), descubrieron que lo habían perdido todo, y entre nosotros decir todo es… ¡tanto!: es lo conseguido durante toda una vida de trabajo, de sacrificios, de renuncias a favor de los otros.
Durante gran parte del camino de ida hacia Maisí no podía hablar ante el espectáculo dantesco de la naturaleza arrasada, de las casas desaparecidas o drásticamente mutiladas, de los kilómetros de tendido eléctrico enredados entre las ramas y troncos arrancados por el meteoro.
Recordé otro año, otro ciclón, otras tierras entrañables de mi occidente natal, y al pasar por Boca de Jauco pensé en Caridad, quien pocos meses después de ver arrasado su jardín, su trozo de monte en medio del pueblo de Viñales, murió de tristeza; y La Máquina me recordó a La Palma y los amigos que allí tengo, y la geografía maisiense toda se fue identificando con la del norte de Pinar del Río, montañoso y feroz, o aquel Guanahacabibes que parecía no iba a recuperarse nunca. Parecía. Por eso sé que saldremos también de esta, y porque conseguimos hacer reír a los pobladores de aquella serranía, y hasta que hicieran chistes a costa del huracán y de sus miedos. Por eso y porque la solidaridad de muchos ya está allí aunque aún escaseen los recursos.
Esa semana corté leña, cociné cegado por el humo, tomé ron con sabor a keroseno, canté con los muchachos de la AHS (Asociación Hermanos Saíz), dije mis poemas a los trabajadores y habitantes de las comunidades que visitamos y hasta me convertí, por un momento, en narrador oral —sin vergüenza de que me escucharan Emilio, Yoandra y Yanet— ante los ojos y oídos ávidos de los niños de Sabana.
Esa semana pensé todos los días en Antúnez y su gente, allá en mi pinareña Mantua, y agradecí a la Asociación, que lleva el nombre de dos muchachos de mi pueblo, que me regresara, como lo ha hecho, ya ni sé cuántas veces, a los 20 años, quizá porque con ellos vuelvo a dar sin medir, a emprender y alcanzar metas difíciles, a fortalecer ese humanismo que nos singulariza.
Mucho habrá que trabajar para que Maisí y Baracoa vuelvan a ser lo que eran antes de Matthew, para que sigan creciendo, pero la ruta está abierta, todo ha comenzado, ¿quién duda del futuro? (José Raúl Fraguela, escritor, editor, miembro de la Uneac)
VIENTOS DE ESPERANZA
Después que el huracán Matthew dejara un cuadro de devastación y desastre en el municipio de Maisí, el más oriental de la provincia de Guantánamo, otro huracán llegó allí; pero esta vez trayendo vientos de esperanza, amor y arte.
Lugares como Sabana, La Máquina y Punta de Maisí, donde el fenómeno meteorológico fue más cruel, recibieron el embate de unos jóvenes y de otros no tanto, que decidieron dejar sus tareas cotidianas y embarcarse en una cruzada de ayuda para salvar el alma. Lo primero era ayudar a limpiar, cargar escombros, recuperar tejas y después brindar aquello que era acogido por todas las personas, principalmente los niños, los que más se divertían con nuestro trabajo artístico.
También compartimos nuestro quehacer con habitantes de Haití, quienes habían llegado a nuestras costas días antes para refugiarse del huracán; junto a ellos cantamos, declamamos e hicimos un nexo entre nuestra nación y la suya.
Ahora hay otros artistas en Maisí, porque se trata de mantener vivo el legado que con tanto amor hemos cosechado: permanecer unidos, como cubanos que somos, es lo que nos hace tan humanitarios. Ya lo dijo Silvio Rodríguez en su canción: Solo el amor convierte en milagro el barro. (Jorge Serpa, trovador, miembro de la AHS)