Sobraban los motivos para cantar el domingo último en el Teatro Nacional. Amén de la insistente lluvia, el coliseo habanero se rindió ante la Diva del Buena Vista Social Club y un elenco de lujo que convirtió una tarde gris en momento único, insuperable.
Omara de Cuba fue un recital de esos que uno pone en el cajón de los recuerdos más vivos, los siempre presentes. Todo se debió en primer lugar a la selección de un exquisito repertorio, a la empatía que los artistas crearon con el auditorio y a la gracia y el talento de la octogenaria cantante, cuya voz reverdece cada vez que la disfrutamos en escena.
La Portuondo puede interpretar todo y lo demostró en su actuación junto a la Sinfónica Nacional (OSN). Guiada por el maestro Enrique Pérez Mesa, la orquesta dio el pie a Omara para que ella pusiera la nota de Veinte años, de Georgina Aramburu y María Teresa Vera. Esa pieza resultó la entrada de la también llamada Novia del filin al escenario del Nacional y como detalle sobresaliente de ese instante devino el acompañamiento de la niña Anabel Vistel en el violín. Además, la OSN recibió un reforzamiento de lujo con el pianista Rolando Luna, el bajista Gastón Joya, el baterista Rodney Barreto, el percusionista Andrés Cuayo y el trompetista Jorge Alberto Julio, quienes habitualmente forman parte del grupo de la Portuondo.
Al dar las buenas tardes Omara preguntó: «¿Se mojaron mucho?». Cuando escuchó el rotundo y motivador «¡No!» del público, la Diva del Buena Vista Social Club dijo: «Muchísimas gracias a todos por venir», y con ademán de «La vamos a pasar bien», tomó el micrófono en señal de que estaba lista para lo que vendría.
Obra difícil por las pautas que exige a los intérpretes, tras Siboney se escuchó un cerrado aplauso y el público se mantuvo de pie por casi un minuto. Es que la composición de Ernesto Lecuona recibió una magistral versión a dos voces, hecha por Omara y la soprano Bárbara Llanes.
Sensible y con un lirismo hecho plausible por los músicos de la Sinfónica y su director, la pieza Silencio, de Rafael Hernández, fue otro de los puntos de giro del concierto. En ella Omara invitó a la joven cantante Luna Manzanares para reeditar una interpretación que evocó a ese dúo suyo con Ibrahim Ferrer.
No faltaron en el repertorio de esa tarde noche dominical, la Sitiera (Rafael López) y Amigas (Alberto Vera). Fue inequívoca su mención en esta última a esa relación entrañable de la Portuondo con Elena Burke, Aida Diestro, Moraima Secada y su hermana Haydée, quienes integraron las D’ Aida, un cuarteto que marcó en la música vocal cubana.
Pero Omara de Cuba fue mucho más allá de un simple momento para reencontrarnos con la Diva del Buena Vista Social Club. En hora y media también se pudo disfrutar de la Sinfónica en el Vals de las flores, de Piotr Tchaikovsky —una ejecución bella, aunque el diseño de sonido dejara ligeramente altas las trompetas—; Las bodas de Luis Alonso, de Gerónimo Jiménez, y Danzón, de Alejandro García Caturla. Igualmente la soprano Bárbara Llanes y la cantante Luna Manzanares repasaron obras de autores esenciales dentro del pentagrama criollo como Adolfo Guzmán y Manuel Corona. Ellas fueron acompañadas, además de por la OSN, por dos pianistas virtuosos: Fidel Leal y Alejandro Falcón.
Para cerrar, la selección del maestro Enrique Pérez Mesa resultó ser inmejorable: Camerata en guaguancó, una pieza del premio nacional de Música 2015 Guido López-Gavilán que contó con la participación especial de Adel González en las congas.
Valió la pena aguardar por Omara de Cuba hasta el domingo, un concierto que fue organizado por el Ministerio de Cultura y el Instituto de la Música como parte de los festejos por el aniversario 57 de la Revolución y que por las inclemencias del tiempo fue cancelado el 3 de enero. Sencillamente, un momento para evocar siempre.