Teatro de las Estaciones está cumpliendo 15 años y anda atareado con la celebración. El diligente colectivo matancero, que lidera Rubén Darío Salazar, ha preferido el laboreo al jolgorio y es por ello que viene regalando estrenos de lujo para significar la fecha.
Entre los espectáculos llevados recientemente a las tablas se cuenta Federico de noche, un texto de Norge Espinosa que tiene como protagonista a un niño imaginativo y tierno, el cual no es otro que Federico García Lorca.
La obra, escrita pensando precisamente en el elenco y la estética del prominente grupo, acude a lo onírico con un tono entre lírico y retozón. Un niño que duerme —y desde ese activo estado se involucra con el mágico mundo fabulado por el descollante poeta y dramaturgo granadino— resulta el centro de la historia. Precisamente, la cualidad surrealista de los sueños sirve de pretexto a Espinosa para hacer desfilar varios de los símbolos preferenciales de Lorca. Las imágenes cambiantes, los episodios yuxtapuestos, el ritmo raudo o el aura poética típica del autor de Bodas de Sangre, anidan también aquí.
El recurso del teatro dentro del teatro que dinamiza el relato —a la par que sirve para remitirnos a piezas como El retablillo de don Cristóbal—; el embeleso que provocó en García Lorca la visita a nuestra Isla o la presencia de Salvador Dalí, amigo y compañero de la Residencia y de la aventura altruista de La Barraca; o el juego violento típico de los títeres de cachiporra, contribuyen a crear una atmósfera ambivalente donde confluyen ficción y realidad.
Rubén Darío Salazar nos agasaja con un montaje cuyo acento en la visualidad termina siendo su sello distintivo. Al igual que en La caja de los juguetes o Los zapaticos de rosa, la palabra acompaña en un plano de igualdad al resto de los lenguajes que intervienen en el espectáculo. El director apela —amén de las figuras— a la máscara y el esperpento para graficar las visiones hijas del ensueño, imprimiéndole a la puesta el sentido lúdico que se hace palpable en el retozo visual que propone. Este aspecto es apreciable, por ejemplo, en el excelente uso de la iluminación que va de la luz negra al subrayado de siluetas o figuras que grafican el discurso oral, o la exposición del firmamento y su luna tutelar, contentiva de significativos guiños. Una vez más, el líder de Teatro de las Estaciones consigue forjar una propuesta armoniosa y seductora, capaz de dialogar con espectadores de las más disímiles edades y dueña del singular encanto de lo auténtico.
Zenén Calero contribuye decisivamente a la creación de un ambiente de mascarada, dotando a la propuesta de un encanto inusual a partir del uso inteligente del color, las formas o las soluciones agilizadoras. Su responsabilidad en Federico... es extensa e intensa, pues se hace cargo de la escenografía, el vestuario, las luces, las máscaras y las figuras. También fraguó junto a Rubén Darío Salazar la visualidad del espectáculo. Dicho de otro modo: su aportación ha sido decisiva para la concepción del aire travieso y fastuoso que recorre al espectáculo.
He insistido en el carácter lúdico de esta propuesta, que es reforzado, además, por la banda sonora ideada por Elvira Santiago. La creadora urdió un entramado musical que echa mano a géneros diversos y hasta contrastantes para recrear un universo de sonidos que empasta perfectamente con el espíritu que anima a la puesta.
Intérpretes experimentados comparten la escena con otros más jóvenes sin que se resienta la labor del conjunto. Yerandy Bazar se cuenta entre los últimos y asume el reto de incorporar al protagonista, lo cual hace con ingenuidad y desenfado. Limpieza en la manipulación, buen trabajo con la voz y naturalidad, son otros de sus méritos. Los fogueados Fara Madrigal, Migdalia Seguí e Iván García, laboran con su habitual destreza, mostrando con su accionar varias de las razones por las cuales Teatro de las Estaciones es considerado, con razón, una de las mejores agrupaciones teatrales del país. Contención, una gestualidad precisa, candor, junto al oficio depurado en el día a día sobre las tablas, devienen sus mejores argumentos.
Entre los principales ganchos de Federico... está el aliento tierno y cálido que proyecta sobre la platea y esa teatralidad de fina estirpe que consiguen sus hacedores. Dos contundentes razones que se suman a las consignadas con anterioridad y que conducen a sustentar el criterio de que se trata de uno de esos espectáculos de innegables valores, que perdurarán en la memoria.