Tren hacia la dicha, el texto con el cual Amado del Pino iniciara en 1987 su exitoso paso por los escenarios vuelve a ser noticia. A 21 años de su estreno absoluto un grupo de jóvenes espirituanos propician el diálogo entre esta obra y los espectadores que concurren al Teatro Principal de la ciudad del Yayabo. Aglutinados por Laudel de Jesús, la flamante tropa de Cabotín protagoniza con este montaje un momento de interés no solo en el contexto local sino también en el del teatro hecho por los jóvenes de esta Isla.
Con esta pieza, Del Pino concibe una ingeniosa y bien trazada fábula, en la cual busca alternativas para exorcizar la soledad. Un joven recién casado que sube a un tren, cuyo destino es contrario al suyo y que contagia a los pasajeros con su desbordada alegría, resulta el detonante de la acción. Ernesto Cano aspira a que todos compartan su euforia y lo logra; e incluso propicia, a partir del juego del teatro dentro del teatro, que dos pasajeros —al inicio abúlicos e indiferentes— inicien una historia de amor. No obstante, en un segundo momento del relato, luego de buscar infructuosamente por todo el tren a la flamante desposada, Cano regresa defraudado. Entonces se produce un proceso inverso, pues ahora son los pasajeros quienes le contagian su alegría gracias, nuevamente, al «efecto Pirandello».
Amado del Pino nos advierte con este texto que la felicidad colectiva es una quimera posible, al menos en el plano de la ficción. Tren hacia la dicha es una obra plena de sutilezas y de honda enjundia poética, frases chispeantes o giros del habla popular que sorprenden y agradan al espectador, pero sobre todo resulta uno de esos cantos al amor y la esperanza que reconfortan y restañan las desgarraduras del alma.
Esta trama optimista y cálida, que tiene mucho que decirnos a los espectadores actuales es llevada a escena por Laudel de Jesús, líder de Cabotín Teatro. De Jesús consigue recrear el ámbito del tren a partir de la sugerencia, el uso de escasos elementos y el trabajo con los actores. La música y las luces son otros aspectos del espectáculo privilegiados por el director. No hay aquí naturalismo sino estilización y juego teatral que se verifica con desenfado. La búsqueda de imágenes y soluciones capaces de graficar los sentimientos o estados de ánimo de los personajes, junto a un empaque desalmidonado y lúdico, se cuentan entre los principales méritos del montaje.
Creada especialmente para el espectáculo por Juan Enrique Rodríguez Valle, la música es una presencia constante en la propuesta. Lirismo, desasosiego, dramatismo, son algunas de las sensaciones que transmite recurriendo a sonoridades que nos remiten a nuestra mejor tradición trovadoresca o el son. Las luces de Bernardo Rodríguez van de la recreación franca, directa, como es el caso del reflector de la locomotora, por ejemplo, a la alusión o la concreción de una atmósfera intimista que empasta atinadamente con el discurso integral del montaje. En tanto, el ámbito escénico es conformado con inteligencia por el propio director. De Jesús renuncia al decorado e incorpora apenas unas butacas que se transforman constantemente aportando interesantes soluciones, junto a algunos elementos (cesta, botellas, bandeja, etc.) capaces de evidenciar particularidades, gustos o afinidades, de los personajes.
La novel tropa de Cabotín (cuatro de los cinco actores debutan con este montaje) sale bien parada de este empeño, aunque todavía debe pulir varios detalles. Trabajar aún más el ritmo y la proyección de la voz son algunas de las tareas futuras del elenco. No obstante, gracias a un intencionado y preciso uso del cuerpo, la máscara facial o las manos, así como una ingeniosa relación con los objetos o la atinada denotación de los sentimientos que movilizan a sus respectivos personajes, estos jóvenes realizan una buena faena.
En el orden individual debo destacar la labor de Annalie García, quien a partir de las posturas, una coherente cadena de acciones, así como el tono y el ritmo de la dicción nos propone la acertada imagen de una anciana capaz de sacudirse la desesperanza. Naturalidad y creencia resultan puntales en la desenfadada entrega de Alexander Quintana. Roger Fariñas acude, por momentos, a una cadencia acelerada en la elocución o en reiteraciones de poses y gestos que le restan brillo a su trabajo. Si bien es cierto que no desentona con el resto, también lo es que puede mejorar sustancialmente, cosa esta de real importancia sobre todo si tomamos en cuenta que encarna al protagonista. Simpatía y sutileza devienen las mejores armas de Yohanna Días. Saray Rodríguez se mueve con seguridad y desenvoltura, renunciando a los estereotipos y consiguiendo proyectar una imagen creíble y auténtica de la desasida camarera.
El estreno de Tren hacia la dicha nos recuerda la vigencia y oportunidad del texto inaugural de Amado del Pino, al tiempo que permite al novel núcleo de creadores encabezados por Laudel de Jesús encontrarse con una obra con la cual tienen sólidas afinidades. Bien pensada y trabajada con dedicación y esmero es esta una propuesta en la cual alienta el espíritu juvenil de sus hacedores y que constituye un buen momento en el contexto del poco explorado movimiento teatral espirituano.