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Ladronzuelos

Cada paso que se dé en este país —como ha sido hasta hoy— deberá pensar en primera instancia cómo beneficia o afecta a los más pequeños, esos que crecen en tiempos difíciles y se van pareciendo más a ellos que a sus padres, como reza un viejo refrán

 

Autor:

Dorelys Canivell Canal

 

A cada rato nos roban el sueño, la tranquilidad, el sosiego, la cordura. Nos roban el amor, la paciencia, la vida misma y los hacen suyos porque sí. Y a la vez que nos dejan sin nada propio, nos van colmando el alma de quimeras, de futuros, de alegrías, de un mañana promisorio para que sean lo que quizá, no pudimos ser.

Son ladronzuelos del cariño, de las prioridades, hasta lograr ser ellos los dueños de todo: de nuestros días y noches, de la sociedad, de una nación inmensa que se abre paso contra viento y marea en medio de un contexto interno y externo adverso.

A esos, hijos nuestros, pequeños de casa, entregamos cada minuto de nuestra existencia, cada hálito, respiro, esfuerzo sin medidas, en el hogar, en la escuela, en Cuba. Y tenemos deudas enormes con ellos; millonarias que les garanticen días más felices, noches más reparadoras, aulas más completas, comidas más sanas.

Cada paso que se dé en este país —como ha sido hasta hoy— deberá pensar en primera instancia cómo beneficia o afecta a los más pequeños, esos que crecen en tiempos difíciles y se van pareciendo más a ellos que a sus padres, como reza un viejo refrán.

Son los niños garantía del futuro, sostén emocional muchas veces de la familia. ¿Y para quiénes trabajamos si no es para ellos? ¿Para quiénes soñamos, diseñamos y construimos un mañana? ¿Por quiénes tratamos de ser mejores, de ser ejemplo?

Nadie tiene derecho a dormir tranquilo hasta tanto no se dispongan de todos los recursos que desde la familia les permitan crecer, sobre todo, con dignidad. Y para ello hay que ser dignos toda la vida: tener un hogar digno; una vivienda digna; una familia de las tantas que reconoce el Código, que eduque, que mime, que quiera, que ayude a formar personas de bien.

Alguien dijo que lo más importante era que nuestros hijos, esos pequeños infantes que mañana sostendrán el país y a sus propios padres, fueran buenos hombres y mujeres. Eso solo se logra si desde la cuna les enseñamos valores imprescindibles como la bondad, la empatía, la solidaridad y si lo hacemos también en un entorno favorable, cálido, funcional.

Aunque la infancia tenga su día, todos los días del año debían ser suyos. Es un crimen voltear el rostro al ver un pequeño «pasando trabajo», descalzo, sin asistir a la escuela, pidiendo dinero o vendiendo cualquier cosa para ganarse la vida, y lamentablemente pasa.

Nada se gana si ello no se reconoce o si actuamos como si no pasara. Mucho se pierde si no se enfrenta el maltrato infantil, la violencia, el abuso. No caben estas prácticas en una sociedad como la nuestra y flaco favor se le hace a los niños de hoy, a la Cuba de hoy, si en medio de limitaciones y estrecheces no analizamos con lupa cómo viven y piensan nuestros niños.

Podría sorprendernos cuántos de ellos saben «luchar», cómo «escapar», porque el destino los ha obligado a aprender. Responsabilizar a las familias es el primer paso; que parte también de otorgarles herramientas y oportunidades para que críen de la mejor manera a sus hijos o contar con un futuro Código de la niñez, adolescencias y juventudes como el que será presentado próximamente a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

El Día Internacional de la Infancia es un día feliz, es un día para reflexionar, para responsabilizarnos, para transformar. Cada 1ro. de junio debía recordarnos que una vez fuimos niños y añoramos un beso, un cariño, un abrazo, un dulce, un juguete, un techo que nos diera seguridad, una maestra que educara, un abuelo que consintiera, unos padres que nos llevaran de la mano toda la vida.

 

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