El Mejunje ha sido la casa de la trova en Villa Clara. Foto: Ibrahim Boullón No temo al afirmar que no existe a lo largo y ancho del país un lugar tan querido, atractivo y polémico como el Centro Cultural El Mejunje, de la ciudad de Santa Clara. La explicación de que así suceda la ofrece su director, el actor, promotor y Premio Nacional de Cultura Comunitaria, Ramón Silverio. «No hay que pensarlo mucho: se debe a su originalidad, a su seriedad, a haber roto con todo lo que estaba establecido y a tener propuestas culturales de alto valor cultural y estético.
«El Mejunje ha sido un lugar polémico y a mí me encanta, porque los que no son así son casi siempre aburridos. El Mejunje es un lugar sui géneris en el panorama cultural cubano, porque es la diversidad misma. Te puedo asegurar que no hay en Cuba ni en el mundo un lugar tan diverso, donde confluyan tantas personas que, aparentemente, no tienen nada que ver entre sí, y, sin embargo, aquí se unen y comparten, aquí se abrazan y se besan cuando hay una fecha importante, cuando vienen a esperar el nuevo año...
«Esa polémica se ha ido atenuando con el tiempo, porque ha pasado una cosa muy curiosa: los jóvenes todos lo tomaron. Antes, este sitio era un lugar para gente con un pensamiento más avanzado, que retaban al mundo con venir aquí. Ellos se citaban y decían: nos vemos en el lugar, nos vemos en el sitio, porque los padres no lo podían saber. Esa era la clave. Ha pasado el tiempo, todo se ha invertido, ahora los padres llaman aquí para ver si sus hijos están, para darles recados, y están muy contentos de que sus hijos hayan escogido este sitio como medio de diversión.
«Trabajamos con propuestas muy cubanas y estamos siempre a lleno total. A mí no me puede decir nadie que eso no funciona. Yo hago aquí los Lunes de victrola, un espacio con música de los 50, al que pensé que vendrían tres o cuatro amigos míos, y la realidad es otra. Los jóvenes vienen a escuchar a Tejedor, a Orlando Contreras, a La Lupe... Nunca se pone otra cosa, y alrededor de eso montamos mesas de dominó y hago un Bingo a las 12 de la noche.
«No es que yo haya inventado el agua tibia, simplemente he interpretado el alma del cubano. Les propongo cosas que son sanas, que funcionaron siempre y que históricamente van a funcionar. En eso se basa la propuesta de El Mejunje. Los Fakires, un grupo donde todos tienen 70 años y hacen música cubana pura, tienen aquí su espacio, y ¿quiénes vienen?: jóvenes y adolescentes. No vienen viejos. Ahora últimamente se ha mezclado un público de más edad con estos jóvenes, pero mayoritariamente son jóvenes.
«El Mejunje rescató el filin que tuvo en Santa Clara una plaza fuerte, que se dejó perder; personas que estaban en sus casas retiradas, olvidadas, las trajimos hace más de diez años. Lo que empezó con cuatro o cinco gatos, hoy hace que se llenen las gradas. La trova empezó con Roly Berrío en el bar, con tres o cuatro que iban cantando, y aquel fenómeno se fue convirtiendo en algo verdaderamente grande. Ahora cada jueves vienen 500 jóvenes a escuchar la trova, y se saben y cantan todas las canciones. ¿De dónde salió ese público que sigue el Longina, independientemente de la labor que en ese sentido ha realizado Leyda Quesada Quesada, en el Museo de Artes Decorativas que dirige? Siempre somos sistemáticos. Aunque llueva la gente viene con paraguas. Es un nivel de locura muy sana.
«Mira, el ejemplo más elocuente es que siempre, para fin de año, en este lugar se reúnen los intelectuales más importantes de Santa Clara, pero también trasvestis, roqueros, la gente de la calle y el copón divino. Pero cuando llegan las doce de la noche, se canta el Himno Nacional con una devoción que jamás he visto en otro lugar. Y todo el mundo se abraza y se besa de verdad, no hay diferencias. Es un sitio que pasó hace mucho tiempo de la tolerancia a la aceptación, es un espacio que ha influido enormemente en el pensamiento social de Santa Clara.
«Y claro está, El Mejunje ha hecho una contribución muy grande a la familia: aquí han venido los padres a reencontrarse con sus hijos, que habían abandonado, y salen orgullosos. El Mejunje es un hecho cultural, pero también un hecho social inédito».
—¿Cómo se puede trabajar con tanta gente joven cuando no se es joven?
—Mira, yo tengo las mejores relaciones con esos muchachos y me puedo pasar la noche conversando con ellos, porque los escucho. La mayoría de las propuestas juveniles han partido de ellos. Yo solo me entusiasmo y les doy espacio. A mí no me gusta el rock que ellos oyen, pero le damos el audio para que pongan su música. Ahora estamos haciendo una actividad que se llama Cuando éramos chamas, que es la última sensación de El Mejunje. Se hace con la música que ellos oyeron durante el período especial, cuando muchos eran jovencitos. La aceptación ha sido unánime, y cada miércoles hacemos una fiesta house...
«Por ahí van los tiros: darles lo que piden, pero también les mostramos que no es reguetón y salsa lo único que existe. Eso cuesta trabajo. Significa que tengo que buscar qué música pongo; aquí les hacemos escuchar a X Alfonso, Habana Abierta, Kelvis Ochoa, pero también Frank Sinatra, Elena Burke y Barbarito Diez. Solo así se producirá un proceso de asimilación y aceptación. Está claro que no pocos se acercan por otra cosa pero ya se quedan con esa música y la conocen. Quizá el quid está en que no soy un teórico. A mí se me ocurre una cosa hoy y lo pongo en práctica mañana, sin estar viendo el objetivo ni nada de eso. Una actividad está hasta que sea interesante; cuando no lo sea, se va. Ahí está la clave: tratar de superarse a sí mismo; en saber adaptarse sin hacer concesiones. Ah, también hay otro elemento importante: este es un lugar que cobra solo dos pesos, y si no los tienes también entras».
—Supongo que todo eso que usted me cuenta sería imposible sin el apoyo de los artistas...
—Hay un vínculo muy estrecho con los artistas. El Mejunje tiene un nivel de convocatoria que no tiene nadie. Cuando convocamos, la gente viene, porque también hemos sido muy serios con los artistas. Tengo que decir que si no hubiera sido por el Gobierno y el Partido, por la prensa —solamente yo sé hasta qué punto han tenido que defender este espacio—, no estuviéramos hablando ahora de lo mucho que se ha logrado.
Como la vida mismaEl Mejunje por dentro. Para Ramón Silverio, si la vida no es como El Mejunje, no vale la pena. «A mí nadie me dijo que tenía que atender a los roqueros, cuando eso se puso de moda, hacía tiempo que yo lo estaba haciendo.
«Yo pienso que el Curso de Superación Integral para Jóvenes es una de las ideas más brillantes de Fidel en los últimos tiempos. Ha ido al rescate de esos muchachos que no estaban haciendo nada. Muchos de ellos vienen a El Mejunje. Ahora llegan aquí y me dicen: mañana tengo prueba de Historia. Ellos nunca lo habrían hecho si no hubiera sido por esas escuelas. Van como son, no le ponen ninguna condición que no sea estudiar. Por eso creen en esos profesores, en esas escuelas, en la política que tienen esas escuelas.
«El aporte que ha hecho El Mejunje a Santa Clara y al país es que hay muchas cosas que se han empezado a mirar diferente a partir de este espacio. Yo no me he propuesto absolutamente nada, ha sucedido. Cuando leo lo que se escribe es que me percato de lo mucho que se ha hecho, porque para mí lo normal es levantarme todo los días y venir para aquí.
«El Mejunje es un hecho sociológico cultural y político que deberá ser estudiado en algún momento, porque podría dar pie para otras acciones, lo que no implica que haya que hacer un Mejunje en Santiago y otro en Camagüey. El Mejunje son estas ruinas, estas paredes, este espacio y esta gente. La gente me pregunta por qué no quito una de las paredes para ampliarnos, y yo me niego. Aquí está la magia, las alegrías, los sufrimientos, ¡cuánta gente no habrá cantado ahí! Por aquí ha pasado lo mejor de la cultura cubana».
—Pero este no es su único proyecto...
—Efectivamente, llevo más de 20 años metido en la montaña con una brigada artística con la que trabajamos en las zonas de difícil acceso. Recibimos el Premio Nacional de Cultura Comunitaria por esa labor sostenida durante dos décadas.
—Silverio, ¿cuál ha sido su formación?
—Autodidacta. Fui maestro primario y campesino. Nací en el camino real y me crié en el campo, yo soy un producto de la Revolución. Esa ha sido mi raíz, y nunca renunciaré a ella, porque es lo mejor que me ha pasado en la vida: haberme nutrido de esa cultura del campo, que me ha servido para llevarlo a la práctica en la vida diaria, en el trabajo en la montaña. Sin embargo, creo que mi obra mayor es haber creado este fenómeno cultural, y nunca pienso que estoy acabando ni que me queda poco.
«Me levanto con la alegría de un proyecto nuevo y el día que no lo tengo, me lo invento. Mis trabajadores provienen de la marginalidad, mis actores eran gentes que nadie quería, y mejor colectivo no quiero, son incondicionales por una simple razón: creen en mí, únicamente así se pueden hacer todas estas cosas. Yo he visto el mejoramiento humano, por eso creo que a la gente hay que escucharla, oírla, la gente tiene muchas cosas que decir, y tú los puedes guiar, apoyándote en el poder transformador del arte».