Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De tanto y de tan poco devendrá cansancio

La telenovela que transmite Cubavisión fracasa en intentar presentar un mural abarcador de la mujer y de la familia brasileña de hoy

Autor:

Joel del Río

En los primeros 15 o 20 capítulos no sabía qué ocurría, si era la telenovela o era yo quien patentizaba una flagrante incapacidad para la comunicación plena. Me parecía cansona y predecible, superficial y bobalicona, aunque confiaba en que el decursar de los episodios me conquistara de algún modo. Luego, mi opinión ha empeorado al punto de que apenas puedo echarle un vistazo para ver por dónde se va empantanando el cauce sembrado de interminables meandros. Lo peor es que, a juzgar por la presentación y la despedida, por el título, y por la amplitud de clases, razas, situaciones y tendencias sexuales incluidas, se aspira a presentar un mural abarcador de la mujer, y de la familia, brasileña de hoy día.

Hace cuatro o cinco capítulos comprendí de una vez que esta intención demagógicamente abarcadora, y el denonado esfuerzo por hostigarnos con eso que llaman «lo eterno femenino» viene a ser lo que más me molesta en tanto espectador. Me fastidian las atroces simplificaciones del mundo femenino (girando en torno al romance o a las urgencias vaginales), como si no hubiera otro modo de concebir los personajes femeninos, en esta suerte de melodrama con bocanadas sociológicas y pretensiones sicologistas. (Si bien debo aclarar que no están escritas para eso, las anteriores palabras son de las que provocan airadas cartas de los lectores, proponiéndole al director mi expulsión del periódico, pues algunos asumen la crítica a la telenovela como si se tratara de ofensas directas a su familia más querida. Calma, que no pretendo molestar ni ofender a nadie, sino tratar de compartir ideas que, ojalá, no resulten demasiado consabidas).

Las telenovelas brasileñas, las contemporáneas al menos y más las exhibidas en horario estelar, sobresalen sobre todo por la habilidad de los guionistas para que el espectador sienta, piense y reinvente las paradojas de la existencia individual. Debe divertir, sorprender, hacer pensar sobre la vida cotidiana, generar emociones fuertes, y en todo ello juegan principalísimo papel los actores. Buen guión y estrellas de probado brillo garantizan el éxito, independientemente de puestas en escena diseñadas más para endosar lo espectacular que para alimentar lo artístico. Aquí, el principal escritor (el muy famoso Manoel Carlos de Por amor, Lazos de familia y Felicidad, entre otras), junto con sus tres o cuatro colaboradores, operan por acumulación horizontal, pues no se profundiza verticalmente en ningún personaje o subtrama. Asegurar que la validez de la telenovela consiste en su enumeración somera de problemas cotidianos sería como asegurar que un maestro dio clases luego de entrar en el aula y solamente pasar la lista.

Cabe la posibilidad de que mi lector esté ahora mismo entusiasmado con Mujeres apasionadas, pero de seguro la ocasional apoteosis devendrá cansancio —son nada menos que ¡¡¡180 capítulos!!! en su versión original— y el cansancio se disipará luego con unos cuantos golpes de efecto, la mayoría forzados y con algún tipo de «mensaje» molesto por su extrema obviedad. Después del golpe de efecto sobrevendrá casi el hastío con tantos cambios de pareja y secretos de alcoba, hasta que lleguemos todos a la gran final, ya sea boda, cumpleaños, o fiesta de graduación (como es el caso). Allí, en unos minutos, toda oveja encuentra su pareja, en tácita comulgación con el más tranquilizador e insolente de los happy end, porque no hay tiempo para más, y habrá que recolocar corriendo, y sin traumas, los afectos y «apasionados» deseos, deberán empatarse forzosamente todos con todos, para no dejar en solitario a ningún personaje simpático, se resolverán en un pestañazo los infinitos tríos o cuartetos presentados, con la simple recolocación de los vértices, como si se tratara de pura aritmética y no de sentimientos humanos, como pretenden hacernos creer. Y a esas alturas, comprenderán que han perdido muchas horas quienes esperen de las telenovelas algo más que entretenimiento evasivo y taciturno.

Pero para llegar a tales epifanías conclusivas, nos restan decenas de episodios en este cuento cuasi infinito, colmado de cenicientas, blancanieves, bellas durmientes, Gretel, Alicia y rizitos de oro, y otras heroínas de ensueño, nada que ver con mujeres en quienes uno pueda adivinar la carne y el hueso, la inteligencia y el aliento de mujeres reales, como aseguraba la propaganda de O Globo en su momento de inicio promocional. Mujeres apasionadas estremeció el rating brasileño porque, oh, milagro, la telenovela de horario estelar se permitía aludir a problemas y conflictos reales, algo bastante inusual en Brasil, que no en Cuba, independiente de las muchas manquedades que caractericen nuestro audiovisual. No soy capaz de adivinar las causas de tanto éxito, pues las historias o relatos principales, por muchas vueltas que les doy, me parecen opacos, lentos, monótonos e irritantes, sobre todo en cuanto a su eje central: ruptura de Helena (Christiane Torloni, inexpresiva, solemne, casi siempre impasible) con su marido casi angelical (Tony Ramos, tan dúctil y profesional como siempre, aunque le sobren algunas caritas de santurrón medio gratuitas) y su retorno, aparentemente «estremecedor», con su antiguo enamorado, el médico (José Mayer, todo el tiempo distante, externo, como si estuviera obligado a desempeñar un papel de galán otoñal que no le gusta por su falta de contenido dramático).

Para que no existan malentendidos fomentados por la publicación de una sola opinión, por muy profesional o «autorizada» que esta sea, corresponde insistir en la auténtica suerte que representa el disfrute de lo mejor producido, actuado, escrito (lo más popular), de la telenovela brasileña contemporánea, fórmula audiovisual idónea para la construcción y el fortalecimiento de una identidad cultural nacional, e incluso latinoamericana. Pero esta verdad tiene su reverso: me parece una catástrofe intelectual que tanta gente malgaste tantísimo tiempo, y energía, en aprenderse los nombres, esclarecer los conflictos, sufrir y alegrarse con un escuadrón de mujeres presentadas solo en su faceta romántica, histerizadas por sus deseos de amar y ser amadas, obnubiladas por la irrealización de sus hormonales idilios.

Si el lector se cuenta entre aquellos que la ven todos los días, y alcanzan a nombrar completa a esa comparsa de personajes, para comprobar que no me equivoco del todo dedíquese a contar cuántas de estas mujeres representan la feminidad circunscrita a la simplonería romanticoide de yo-amo-no-me-aman, como si una mujer, un ser humano, incluso un personaje de ficción telenovelero, estuviera imposibilitado para trascender semejantes límites.

Y no le estoy reclamando yo a la telenovela que se convierta en un tratado verista sobre cómo ser mujer y no morir en el intento, ni que aborde de frente verdades brasileñas, y universales, como la exclusión social, la discriminación sexual y racial, la corrupción, pero muy bien le hubiera venido a este dramatizado —si las pretensiones realistas y sociológicas hubieran llegado más allá de la propaganda— un mayor detenimiento en las aristas profesionales, sociales, culturales, conductuales y psicológicas.

Es cierto que parece rebosado el inventario de situaciones problemáticas (relaciones envejecidas, diversidad de edades en la pareja, posesividad y celos, relaciones difíciles con los ancianos, alcoholismo, violencia contra la mujer, lesbianismo, prostitución, el amor por un sacerdote), pero el tratamiento de cada uno de estos asuntos es trivial y bosquejado, cuando no didáctico o sensacionalista, y el conjunto termina siendo bastante desabrido, papilla sentimentaloide que nos lanzan a la cara en inmensas porciones. Apenas se transmiten otros conflictos, problemas, ideas o preocupaciones que no provengan del mundo romántico y sentimental, cuyo peso en la vida no solo de la mujer, sino también del hombre, no pretendo negar para nada, pero molesta, incluso irrita, el fariseísmo de maquillar, y aplicarle cirugía estética a temas que merecían otro tratamiento, más allá de la desfiguración aligerante y embellecedora.

El escritor Manoel Carlos opina que las telenovelas no deben ser mero entretenimiento, sino que deben informar de problemas reales y criticar la sociedad. Supongo que tales preocupaciones se pondrán en práctica tal vez en su próxima propuesta, porque aquí construye una suerte de catálogo, alcanza atraer a todo tipo de público por la sola mención de múltiples y delicados problemas, pero nunca se afrontan con rigor y profundidad, ni mucho menos espíritu revelador y anticonformista. ¿No será que en el fondo se pretendió solamente ofrecer un producto comercial que pudiera motivar, como ocurrió, a casi todas las mujeres brasileñas, de cualquier raza, edad o clase social? ¿De verdad que Manoel Carlos y sus colaboradores creerán que las vecindades turísticas de Leblon, Ipanema y Copacabana funcionan para simbolizar un país como Brasil? ¿Por qué no se aprovechó la riqueza conflictual inherente a universos profesionales tan «cargados» como una escuela o un hospital? ¿Acaso es el triángulo amoroso el único modo efectivo de reactivar el melodrama? Y si todos sabemos ya que no es así, ¿por qué el 95 por ciento de los personajes están metidos en alguna situación de triángulo, o incluso de figuras geométricas con mayor número de vértices? En fin, ¿por qué tenían que ser tan irremisimiblemente pesadas, egoístas, irresponsables, incoloras, víctimas o victimarias nada simpáticas, la mayoría de las mujeres presentadas?

Todas mis reservas no significan que sea yo insensible a la nómina de fotogenias, bellezas, gracia y elegancia, masculina y femenina, que despliega Mujeres apasionadas. Con un elenco de 104 actores con texto, sobresalen en el conjunto la graciosa veteranía de Susana Vieira (Lorena) (que hace casi siempre el mismo papel, pero en verdad no lo hace, lo borda, lo vive); los galanes de Rodrigo Santoro y Marcello Antony (Diogo y Sergio, el primero confiriéndole amplio margen de naturalidad y humor a su personaje, el segundo envarado, hierático, pasivo); Carolina Dieckmann y Regiane Alves (Eduviges y Doris, ambas bellísimas, una repitiendo su muchachita cándida y pobre, la otra, una malvada de antología capaz de cualquier villanía). Notables Giulia Gam (Heloísa) y Vera Holtz (Santana) como la celosa y la alcohólica, entre otros muchos intérpretes que pudieran destacarse en un elenco multiestelar, como ya es costumbre.

Aseguran algunos teóricos que la telenovela latinoamericana contemporánea evidencia una fuerte tensión entre elementos de novedad y la repetición, pues el público disfruta lo diferente cuando se le suministra dentro de un esquema narrativo familiar, conocido, predecible. Mujeres apasionadas representa el calco enésimo, saturante y monocorde de una serie «matriz», casi ancestral, atávica, que pudo llamarse Más de lo Mismo, por mucho que consiguiera satisfacer las demandas del público mayor, cumpla con eficiencia los principales requisitos del entretenimiento audiovisual y hasta mantenga una cierta dignidad técnica y artística. A mí me abruma, me aturde y, además, me deja siempre esperando más. Pasa igual con las ensaladas cuyo exceso de aliño no consigue disimular el irremediable desabrimiento de la verdura primordial.

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