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Paco Ignacio Taibo II: Soy un ladrón profesional

Experto en escribir novelas que atrapen de inmediato, el intelectual hispano-mexicano asegura que escribe tomando de todos los lados

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Aunque sus primeros años transcurrieron en Gijón, los giros lingüísticos y la entonación de la voz de Francisco Ignacio Taibo hacen pensar que su nacimiento tuvo lugar en México, tierra donde se asentó su familia en 1958, después de abandonar la España fascista. Y sin embargo, su conversar fluido, libre e irreverente, aderezado con palabras «subiditas de tono» para quienes se ruborizan con facilidad, nos remite a la Asturias de su niñez y su gente. Y es que Paco Ignacio Taibo II, como se le conoce en medio mundo, es, además de un escritor renombrado, un hombre auténticamente apasionado.

Con más de 50 títulos traducidos a diversos idiomas y publicados en más de 20 países, este escritor multipremiado por volúmenes como Héroes convocados: manual para la toma del poder, La vida misma, Cuatro manos, La bicicleta de Leonardo, La lejanía del tesoro y Ernesto Guevara, también conocido como el Che, llegó a Cuba para presentar, por medio de la Editorial de Ciencias Sociales, Pancho Villa, una biografía narrativa, durante la 17 Feria Internacional del Libro.

—¿Por qué para usted la novela es el arte más subversivo que existe?

—Es que la novela tiene la virtud, frente a las Ciencias Sociales, de que no solo toma una anécdota histórica, un momento, un período, sino que, además, lo toca diagonalmente: lo objetivo, lo subjetivo, los hechos, lo que se pensaba. La novela traspasa el iceberg: toma lo visible y la parte de abajo del agua; la novela es diagonal socialmente hablando: del palacio a la villa miseria; la novela es múltiple, y con esto hablo de la novela ideal, la que me gusta, no algunas m... de novelas que andan por ahí.

«La novela es un río: muchas historias acercándose a la corriente principal. Su versión pura le vuela las neuronas al lector, lo encariñan, le crea estereotipos, imágenes, hace que durante dos años vaya mostrando una camiseta como la que usaba no sé quien. La novela es un caudal de propuestas éticas. La novela está llena de proposiciones. La novela es el gran detonador de las neuronas. Eres un adolescente y abres una novela, el personaje central: princesa turca p..., y en el tiempo en que estás leyéndola eres ella. Esa posibilidad de ser los otros es una de las claves del fenómeno narrativo».

—Entonces, el novelista es una especie de dios...

—Digamos que si tienes un día bueno puedes serlo.

—Es decir, que la novela puede estar atada también a los caprichos, a los propios defectos del novelista...

—Compadre, toda obra de creación trae la impronta del autor. A veces te dicen: «pero a ti se te nota mucho que eres de izquierda». Bueno, menos mal que se me nota. Si se notara que soy de derecha me pegara un pinche tiro. ¿Y está en mi literatura? Sí que está, no ofreciendo una explicación política, porque para eso escribo un panfleto o salgo a la calle. Pero que soy, soy, y en mi literatura está el que soy. No estoy bendiciendo al novelista, estoy diciendo cuál es el prototipo de novela que muchos como yo estamos buscando».

—Normalmente, a los escritores les gusta dividir los personajes en principales y secundarios, pero usted no está entre ellos...

—Para mí un personaje secundario funcional es dentro del libro un cadáver que te estorba. El uso de personajes secundarios para hacer avanzar la historia tiene un inmenso riesgo: que solo estén ahí para abrir una puerta, darle una camisa al protagonista, ofrecer información sobre una cuenta bancaria de un primo suyo... Soy de la opinión de que cada personaje secundario, en la medida en que entre en el libro, tiene que ganarse el derecho a estar ahí. Entonces, si aparece un vendedor de lotería, tengo siempre la tentación de decir: se llamaba Pepe y cojeaba de la pierna izquierda porque lo había mordido un perro. No lo puedo evitar. Porque me niego a que el vendedor de lotería entre solo a decir: ¿quiere un décimo? Y el personaje central diga: no, hace años que no compro lotería. Odio a la novela de personajes funcionales, odio a Agatha Christie y todo lo que representó durante tantos años. No soporto los minimalistas con sus personajes funcionales que están ahí para mover una cajetilla, son los de la mesa de al lado que se besan, no tienen nombres, no tienen apellidos, no tienen sexo.

—¿De dónde se alimenta para construir sus personajes?

—Soy un ladrón profesional. Tomo de todos los lados. Voy en el metro de México o en el de París y, de repente, veo un negro triste que entristece. Y me digo: coño, esto de ser negro en París debe ser jodido. Y me digo, a lo mejor no, a lo mejor es que él, en particular, es un negro triste. Y empiezo a hacerme preguntas: Por el color de la piel debe ser senegalés, ¿y de dónde saco yo tanta sabiduría negrística? A lo mejor es martiniquense. Tendrá seguramente un empleo asqueroso. Años después, en una novela, Jean Michell, negro martiniquense, está en el metro de París, roba por todos lados y cuando no tiene intención de robar, inventa.

«Inventas, construyes, tomas de todos lados. En la literatura todo se vale. De pronto me pregunto: ¿esto no lo habré leído en otro lado? Pues probablemente. Tengo 59 años, leo desde que tengo cinco, 54 años leyendo ¿60, 70 libros anuales? ¿Cien? Estoy hablando de más de 4 000 libros leídos en toda mi vida. ¿De quién es esta imagen? Dices: es mía, la acabo de crear. ¿Sí? Viene de un Chejov que leíste cuando tenías 15 años. Hay una frase que aparece frecuentemente en mis libros: tenía cara de perro triste. Durante años creí que era mía, luego descubrí que hay una metáfora en Onetti muy similar, pero releyéndolo fue que la encontré, ya no me acordaba haberla visto en el Onetti original. Nada, que vives en un mundo absolutamente intertextual...».

—Asegura que dentro de la novela prefiere la de aventuras. ¿Por qué?

—Acción. La novela de pensamiento, de reflexión, me atrae poco como lector. Soy un lector formado desde la infancia en la novela de acción, y sigo teniendo esa especie de querencia, porque, además, me resulta una novela con un tremendo gancho hacia el lector, lo atrapa. Por eso la practico, me gusta como género, como lector y como autor...

«También lo hago a veces por llevar la contraria. Por mucho tiempo se dijo: las novelas de género son literatura menor. ¿Sí? Pues demuéstrenmelo. El Quijote es una novela de género ¿y es literatura menor? Lo decían gentes que publicaban poemarios que ni regalados me los llevo a mi casa. Es absurdo dividir lo mayor y lo menor por géneros. Cada libro debe someterse a su propia vivencia crítica y no ser calificado o descalificado».

—Anunció que en Retornamos como sombras, la secuela de Sombra de la sombra, iba a escribir todo lo que había aprendido...

—Y lo hice. ¿No se ha publicado por aquí? Sin duda, es mi mejor novela. Ahí puse lo que había aprendido durante muchos años como narrador.

—¿Y qué aprendió?

—Aprendí mucho sobre construir peripecias, historias aparentemente secundarias. Aprendí mucho sobre arquitectura narrativa, cómo hacer el gran edificio de una novela y cómo las partes se entrecruzan. Aprendí mucho sobre economía de recursos: Retornamos como sombras, por ejemplo, tiene como 40 personajes centrales y, sin embargo, es una novela de 400 páginas. Cuando la historia entra en una elipse —una parte que no me interesa—, me la salto alegremente y la vuelvo a retomar en los momentos punta. Retornamos... es una novela construida sobre puntas, no sobre valles.

—Es evidente que las peripecias son fundamentales en sus novelas, pero ¿las peripecias en función de la historia o la historia en función de las peripecias?

—Todo el objetivo final es la historia y eso significa: la experimentación al servicio de la historia; el lenguaje al servicio de la historia; las búsquedas narrativas en maneras de contar, al servicio de la historia; los paisajes, las geografías, las descripciones, al servicio de la historia. Siempre estoy trabajando, o al menos esa es mi intención, al servicio de la historia.

—Todo está primero en su cabeza...

—No, curiosamente no, porque una cosa es lo que quiero y la otra es cómo lo escribo. Yo suelo escribir un libro muchas veces, pero la primera dejo que la imaginación trabaje. Entonces, no sé dónde voy, estoy perdido. Voy contando historias, y en la medida en que voy avanzando, voy creándome los problemas de la interconexión de las historias. Hago un gran trazo, después tengo que explicarlo, y eso me obliga a estar constantemente construyendo puentes, vías de acceso...

—Su primera novela fue rechazada por cuatro editoriales.

—Afortunadamente...

—Entonces, lo agradece...

—Casi me destruye como escritor, no porque la rechazaran, sino porque nunca me pudieron explicar por qué la rechazaban. Esa experiencia te puede destruir. Volví, pero me tomó cinco años reponerme de la herida. La tercera parte de esa novela la reescribí al paso de los años, se convirtió en Héroes convocados, que ganó el Premio Grijalbo. Pero ya yo era más inteligente cuando la reescribí, mucho más.

—Fue durante un tiempo presidente de la Asociación de Escritores Policiacos, sin embargo continúa como el director de la Semana Negra de Gijón, es decir, que tiene autoridad para referirse a la salud del género...

—Todos los años estoy en contacto con lo nuevo que se publica en el mundo hispanoparlante y de otras partes. Sigo con gran atención la literatura nórdica, a los nuevos narradores africanos, los argelinos, los franceses... Creo que es un género que ha tenido, a lo largo de su vida, momentos dorados, y luego valles, pero sí te puedo decir que raro es el año en que no descubra un escritor novedoso, diferente, interesante. El problema está en que es una novela muy canónica. Esa estructura de establecimiento del enigma, desarrollo y desenlace, es muy carcelaria, si a eso unes la inmensa presión del best seller norteamericano: escribe así, escribe así... Esa tendencia es peligrosísima y destruye a cualquier escritor a fuerza de reiteración y simplismo. Sin embargo, te repito, es extraño que no aparezca de vez en cuando algo interesante, lo que me hace pensar que el género sigue gozando de buena salud.

«En América Latina es un género hipercrítico. Yo no tendría duda para decir que en Latinoamérica, al final del siglo XX, la novela social se había depositado en la novela negra, había retornado la novela social como novela negra. El crimen es el vehículo de la crítica social, el crimen es el indicador del estado de salud de una sociedad».

—En el ámbito literario e intelectual donde usted se mueve, ¿tener filo en la lengua puede ser un defecto?

—No sé si un defecto... Ha resultado conflictivo. Tengo acumulados odios por todos lados en México, de una intelectualidad muy conservadora y, además, muy corrupta que ha vivido en los últimos años del cuento, asociando su poder en el mundo cultural con poder político y con negociaciones.

«¡Bah!, ha habido conflictos y hay muchos frecuentemente. Me han cerrado puertas por doquier, pero, en verdad, qué daño te pueden hacer cuando esperan por tus libros cientos de miles de lectores».

—Trajo a Cuba la biografía de Pancho Villa, pero también escribió una sobre Ernesto Guevara. ¿Por qué ese interés en estos personajes?

—Porque corrían el riesgo de quedarse en el limbo de los iconos y de vivir encerrados en camisetas toda su vida. Entonces la manera de rescatarlos era contarlos en profundidad. Mi generación, que había adorado al Che, le había transmitido la imagen del Che a la siguiente generación de un modo absolutamente empobrecido. No podía ser. Había que parársele de frente y decirle: te voy a contar sin autocensura. Ni tú te mereces una biografía endulzada, ni yo me la merezco como escritor, y mucho menos los lectores.

«Bueno, fue un esfuerzo por contar todo lo que encontré y creo que Ernesto Guevara... es el libro histórico más minucioso que he escrito sobre el Che en cuanto a información. Y ya voy por mi tercera biografía».

—¿Y quién es el elegido?

—Guiteras.

—¡¿Guiteras?!

—Sí señor, para aquí puede ser sorpresa, pero en México cuando lo digo me dicen: ¡¿Quién?! Antonio Guiteras, repito, y me dicen ¡¿Quién?! Es un personaje absolutamente desconocido en América Latina fuera de Cuba, y a mí me parecía la gran figura de la revolución latinoamericana junto con el Che y Pancho Villa, incluso tuve dudas: ¿Me voy por Sandino, por Prestes, por Rodolfo Walsh? No, me dije, el que me interesa es Guiteras. Apasionante, ¿eh?, y le va a resultar al lector cubano una sorpresa el Guiteras que sale de ese libro, ¡pero una sorpresa!

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