Sigourney Weaver, como la teniente Ripley, le confirió notable profundidad psicológica a su personaje. Siempre he tenido la impresión de que en nuestro contexto no se aprecia demasiado la serie de Alien, y suele considerársela un grupo de películas repetitivas, comerciales, algo chocantes y burdamente manipuladoras. Las primeras dos partes fueron vistas en Cuba cuando yo aún no escribía en Juventud Rebelde, y las últimas dos se estrenaron en momentos cuando siempre había otro tema de apariencia más trascendente como objeto de un artículo crítico. Ahora, he perdido el miedo a que me acusen de frívolo, y gracias a la iniciativa de Tele Rebelde, que muy tarde en las noches de entre semana programó las cuatro partes, me decido a compartir con el lector algunas ideas sobre la mejor serie cinematográfica presentada en las últimas tres décadas del siglo XX.
Trataré de explicar racionalmente por qué me atraen estos cuatro fatales enfrentamientos entre la teniente Ellen Ripley y esa especie de insecto-reptil-humanoide feroz y casi invulnerable. En primer lugar, los cuatro filmes componen un estudio psicológico bastante completo acerca del miedo y sus gradaciones, la antología sumaria de actitudes temerosas, la parábola sobre el terror absoluto: el miedo que paraliza al sujeto y lo convierte en criatura inerme; el desasosiego irrefrenable ante la contaminación con dolencias destructivas y mortales; las aprensiones ante una ciencia «civilizadora» que se desentiende del valor de la vida humana; el pánico histérico que reacciona irreflexivamente ante el peligro; el espanto causado por lo desconocido e imbatible, lo oscuro y viscoso, por una entidad de crueldad absoluta, carente de todo principio moral, violatoria de todas las normas, y sometida a otras leyes naturales. El monstruo, espeluznante y voraz, representa el caos, la epidemia, la muerte sin redención, el fin de todo... es el ser idóneo para «encarnar» las aprensiones finiseculares de una humanidad convencida de que alrededor del año 2000 sobrevendría el Apocalipsis.
Además de la eficaz combinación de dos géneros de éxito (la ciencia ficción y el horror) la serie ofrece múltiples apropiaciones, citas, homenajes e intertextualidades diversas que enriquecen su estética. Existen claros referentes a la plástica surrealista —está presente el diseño del pintor suizo Hans Rudi Giger, pero también momentos tributarios de Salvador Dalí y Francis Bacon— y a la literatura (las terroríficas criaturas recuerdan a Lovecraft; la nave del primer filme se llama Nostromo en tributo a la narrativa de Joseph Comrad; se perciben las sombras de Isaac Asimov y Carl Sagan). También resulta evidente la requisa a motivos procedentes de decenas de títulos serie B, de los años 50 y 60, sobre invasiones de monstruos extraterrenales, sin olvidar alguna que otra alusión a clásicos de índole filosófica como 2001: odisea espacial (esa computadora que se rebela a los intereses humanos) o a la inmensa Solaris, por el tremendo aislamiento y vulnerabilidad de la protagonista en medio del «océano interestelar».
A lo largo de los cuatro filmes la indómita Ripley atraviesa de punta a cabo todos los laberintos del pavor, el desconcierto y la derrota, que solo pueden concluir con su autoinmolación (tercera parte) o con la pérdida de casi todos los residuos del espíritu humano primigenio en una naturaleza clonada, gélida, despreciativa y muy familiar a la bestialidad del monstruo aterrador (cuarta parte). Si la humanidad es como es, y actúa con Ripley del modo en que lo hace, nada más natural que reconocer finalmente la línea genealógica que la emparenta al montruo.
Alien (1979) de Ridley Scott, Aliens (1986) de James Cameron, Alien3 (1992) de David Fincher y Alien Resurrection (1997) de Jean-Pierre Jeunet construyen cuadro a cuadro el manual básico de la claustrofobia (a pesar de ocurrir en la época postconquista espacial) y de la distopía (opuesto a la utopía, futurismo pesimista, sin esperanzas de mejoramiento), de modo que compendian las peores pesadillas del espectador, y pueden desatar los fantasmas y temores personales más inconfesables.
En un principio iba a ser un actor tal vez en la línea de Arnold o Stallone quien encarnara a Ripley, pero el director Ridley Scott decidió tomar una decisión que cambiaría el relieve del cine de acción y violencia física, y eligió a la entonces desconocida actriz teatral Sigourney Weaver, quien además de conferirle notable profundidad psicológica a su personaje —su Ripley es vulnerable, frustrada, solidaria, noble, resuelta, distante y extraordinariamente valerosa, una mujer que, sin renunciar para nada a su condición, resuelve y comanda, maniobra y batalla— se las arregló para conseguir la identificación del público masculino con su Ripley, vista finalmente en tanto representación de la humanidad toda, hombres y mujeres.
La Weaver nunca procedió a la manera de otros intérpretes, que reservan sus posibilidades para los filmes llamados serios, y se contienen en estos títulos destinados al entretenimiento masivo. En cada nuevo Alien ella aparecía más sobrecogedora e impresionante, al punto de que en la tercera parte el director le regala merecidísimos y constantes primeros planos, algo bastante raro en la distancia «épica» de la cámara que prefieren adoptar la mayoría de las películas de ciencia ficción. Además, si no bastara con los talentos derrochados en la serie, la actriz pudo demostrar su amplísimo registro y evadir etiquetas para realizar exitosa carrera (El año que vivimos peligrosamente, Working Girl, Gorilas en la niebla, La muerte y la doncella, Copycat, Mapa del mundo) fuera de la penumbras interespaciales impuestas por los Alien.
Desde hace dos o tres años no cesa de hablarse de una quinta y ¿última? parte. Sigourney estaba renuente a seguir en la marcha (nació en 1949) y sin ella no hay Alien que valga, pero le ofrecieron 22 millones y se zanjó el tema. Solo que no aparece un guión que le cuadre a la diva, que a estas alturas tiene el derecho al veto sobre todo lo que tenga que ver con la continuación del negociazo, ni tampoco está en el horizonte el director dispuesto a secundarla, por mucho que Ridley Scott y James Cameron se han mostrado más o menos interesados en reincidir. Nada hay en concreto. Luego del sublime clavado que ejecutara Ripley en el pozo de plomo derretido, no había nada más que añadir, todo estaba dicho, y hubo un cuarto Alien, afrancesado y frenético. Así que nadie deberá extrañarse si continúan dándole largo a una serie cuya edad de oro pasó. Y ahora en la televisión pudimos comprobarlo.