Billetes. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 30/01/2025 | 11:34 pm
La maravilla que une a los periódicos y sus lectores hoy otra vez nos llama. Motivado por la publicación de parte de su historia hace un mes en estas páginas, hoy vuelve Albertico, el adolescente camagüeyano que junto a sus compañeros también luchó por la Revolución Cubana. No es este un testimonio de gloria individual, sino un interés responsable en compartir sus modestas experiencias con los jóvenes que hoy tenemos nuevos combates. Sea, una vez más, homenaje a los héroes que él menciona y que fueron para muchos sus guías en la vida; y sobre todo, para los anónimos trabajadores de las imprentas cubanas, donde tan importantes misiones se llevaron a cabo en la lucha contra la tiranía batistiana.
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Del: Baúl de los recuerdos
A: Daily Sánchez Lemus
Lo prometido es deuda. A tu solicitud revisé unas breves notas que elaboré hace varios años.
Calculo que, a finales de diciembre de 1956 o al inicio de 1957, sostuve una conversación inolvidable con el jefe de la imprenta —Antonio (Tony) Ginestá— donde yo trabajaba como aprendiz.
Te testimonio lo acontecido; puedes hacer lo que quieras si lo consideras útil, al tiempo que te reitero el agradecimiento por la crónica que publicaste en Juventud Rebelde en la edición del pasado 27 de diciembre.
Un abrazo,
Albertico
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En medio del trabajo de la imprenta Lavernia donde yo laboraba como aprendiz, aprovechaba cualquier oportunidad para platicar con Antonio (Tony) Ginestá Almira, jefe del taller gráfico cuando este imprimía en la
máquina número 2 (la más pequeña) que usualmente él utilizaba. Allí conversábamos sobre muchos temas: los orígenes en la profesión, la familia e incluso, a medida que aumentaba la confianza, me llegó a confesar sobre su participación en las luchas contra el Gobierno de Machado a través de las filas combativas de la organización guiterista Joven Cuba, y de que lo tildaban a él de «ñángara» (comunista), término entonces totalmente desconocido por mí.
Se había conformado una comunicación muy amplia y sentía que Antonio, Tony Ginestá, me ayudaba como nadie más en esos tiempos. Él me llamaba por el apelativo de «niño» cada vez que se dirigía a mí; el resto de los trabajadores lo hacía siempre por mi apellido. Así llegamos a intimar y conocí a su entrañable esposa, Ana Hilda Trincado, y a sus hijos Tonito y Tamara, de ocho y cinco años, respectivamente.
Transcurrían los días finales de diciembre de 1956. Una tarde, al filo de las 3:00 de la tarde, me encontraba apoyado —como hacía habitualmente— sobre la pequeña máquina en la que Tony imprimía. Allí se inició una de nuestras acostumbradas pláticas, pero esta vez el tema y el tono resultaron totalmente diferentes.
Sin mucho rodeo, en el curso de la conversación, Tony me preguntó:
—Niño, ¿tú has oído hablar algo de que Fidel Castro desembarcó por Oriente?
Mi respuesta fue concreta, inmediata:
—He escuchado que desembarcó con un grupo de hombres.
Otra vez se escuchó la pregunta de Tony:
—¿Qué tú crees de eso?
Fui afirmativo:
—Si eso es bueno para Cuba, pa´lante, y detrás me brotó una palabrota de hombre mayor: c...
Allí, aquella tarde, al pie de la máquina que había sido testigo de nuestras frecuentes tertulias, quedó sellada mi posición, que Tony supo captar en su condición de miembro y fundador del Movimiento 26 de Julio en Camagüey.
Yo no conocía mucho sobre Fidel, pero su nombre me había llegado en 1954, en los días en que me encontraba
de visita en la casa de un sobrino de mi abuela, de profesión médico, de apellido Cardellá, en Velazco, actual provincia de Holguín; yo escuchaba, a través de la radio, las demandas y llamadas de distintos sectores, particularmente religiosos, al Gobierno, reclamando la excarcelación, la amnistía de Fidel y los demás compañeros que sufrían prisión. Más cercano a la fecha del desembarco del 2 de diciembre de 1956, leí —a través de la revista Bohemia— la sentencia de Fidel desde México: ¡En el 56 seremos libres o mártires! y otra expresión atribuida también a él: ¡Si salgo llego; si llego entro; si entro triunfo! Todo aquello había despertado en mí una admiración y tenía la percepción de que se trataba de una persona honesta, valiente, dispuesta; que era coherente con lo que pensaba, decía y hacía. Eso era lo que conocía entonces; y para mí era suficiente al decidir la respuesta que le di a Tony Ginestá.
De tal modo, a principios del año 1957, con 12 años de edad, me convertí en un colaborador activo del Mo-
vimiento 26 de Julio en mi ciudad natal de Camagüey, en apoyo a la propaganda clandestina que se elaboraba en la imprenta, en funciones de mensajero para llevar notas y armas ligeras, particularmente al mártir Alfredo Álvarez Mola, quien trabajaba en un banco situado en la Plaza de los Trabajadores, en el centro de la ciudad.
Aquel desempeño revolucionario, bajo la dirección de Tony, fue en ascenso y me gané una confianza que jamás defraudé.
La imprenta se había convertido entonces en bastión de la propaganda clandestina en Camagüey y allí también tendrían lugar la planificación y ejecución de diversas acciones contra la dictadura batistiana.