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Eterna luz

Camilo Cienfuegos agradece en nombre de su puñado de hombres cada gesto de acogida, cada muestra de apoyo, cada abrazo sincero de quienes, sin conocerlo, lo adoptan como a uno de sus naturales

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

Noviembre, 1958. Ha transcurrido poco más de un mes de recibir la Columna 2 Antonio Maceo los afectos de Yaguajay. Los olores de la Sierra Maestra, las huellas de caminar más de 600 kilómetros, incluso bajo las furias de la naturaleza y el cansancio en los ojos por casi no dormir y comer poco, han encontrado refugio en otras tropas y gran parte de un pueblo que sobrevive entre pequeñas elevaciones y la costa norte de Cuba.

Camilo Cienfuegos agradece en nombre de su puñado de hombres cada gesto de acogida, cada muestra de apoyo, cada abrazo sincero de quienes, sin conocerlo, lo adoptan como a uno de sus naturales.

Pero, sabe que el contexto hostigado por un ejército con sed de demostrar superioridad, de no ceder el poder, supera muchas veces a los más desfavorecidos. Le siguen los pasos a su tropa y, en cada encuentro con los vecinos de casas emparapetadas con tablas, techos de guano y piso de tierra, hacen de las suyas. Poco queda en pie, las familias huyen al camino real y unos cuantos perecen como escarmiento.

El terror paraliza y el simpático barbudo de sombrero alón lo conoce bien. La sierra y el llano le han visto su rostro. Son días difíciles por lo que al llegar al batey La Caridad, empotrado en una esquina de la geografía del actual municipio de Yaguajay, tropieza, una vez más, de frente con el miedo colectivo.

En los trillos de tierra color marrón están frescas las pisadas de las botas militares. Ha estado allí por unas cuántas horas, una de las tantas tropas que defiende los intereses del Gobierno batistiano. Convirtió la pequeña área en una especie de cuartel y a su retirada dejó claro el precio a pagar si se cobija al grupo que desde su llegada del oriente del país tiene puesto de cabezas a gran parte de la región central.

Cada detalle llega a oídos del joven delgaducho, que además de su valentía y estrategia militar, se ha echado en sus bolsillos a casi todos los pueblerinos por sus ocurrencias. Da la orden y, en unas cuántas zancadas, se presenta ante los temerosos vecinos.

Siente resistencia. La vida le cuelga de un hilo si decide volver el Ejército batistiano y encuentra al grupo de barbudos en La Caridad. A lo lejos, el sobrevuelo de una avioneta y los ecos de los morteros confirman que no son estériles amenazas.

Mas, una conversación en un lado, la ayuda en las tareas del campo de otro, la sonrisa inmensa frente a cada bohío, la extensión de brazos vigorosos para borrar las señales de desigualdades, miserias, desprotección, hambruna, poco a poco, gana terreno. Aunque, cuentan que el puntillazo final de esa batalla a golpe de «Camiladas» lo da el llamado de hacer un juego de pelota.

En el improvisado terreno de tres bases, salen los dos equipos. Barbudos y pueblerinos. Ovaciones, frases criollas lanzadas a más de 90 millas, públicos enardecidos, jolgorio… Termina el día con una compra casi total de los productos de la bodega. Se reparten de forma equitativa. El semblante de la comunidad cambia, a pesar de la dureza de sus realidades.

Es otra victoria con la firma del hombre que se ganó el título de Héroe de Yaguajay. Y lo mereció, sobre todo, por su extraordinaria capacidad para reaccionar ante situaciones difíciles. Sucedió siempre, sin perder el carisma y ternura, incluso cuando vio, en más de una ocasión, su vida al borde del abismo.

Lo reconoció el propio Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, en una de sus alocuciones más difíciles, el 12 de noviembre de 1959, al confirmar la desaparición física de uno de los hombres más queridos de la nación: «(…) lo único que nosotros podemos pedirle a nuestro pueblo es que cada vez que la patria se encuentre en una situación difícil,  (…) se acuerde de lo que hizo él, se acuerde de cómo nunca, ante los momentos aquellos difíciles, perdió la fe».

Una solicitud necesaria a cumplir en estos tiempos. No existe mejor homenaje o recordatorio que asumir su ejemplo frente a obstáculos que parecen infranqueables. Solo así tendrá sentido tararear: «Te canto porque estas vivo Camilo y no porque te hayas muerto».

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