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Un joven remero llamado Rafael Trejo

El 30 de septiembre marcó otro hito indeleble en la tradición de luchas de la Colina universitaria. Ese día, de 1930, es asesinado Rafael Trejo González. Como homenaje a quien se convirtió en el primer mártir de la FEU en la lucha machadista, en esa fecha los estudiantes que ingresan a la Educación Superior reciben el carné de miembros de la organización

Autor:

Víctor Joaquín Ortega

Entrena para una cercana justa de remos en la que representará a la Universidad. Pero Rafael Trejo también quiere mostrar el tórax y los brazos poderosos que esculpe bajo el sol jornada tras jornada. Y se ha enamorado de… ¡Esas camisetas blancas, azules...!, la de color vino…! Si el dueño de la tienda me fiara...».

Una amiga de ambos interviene y varias de esas prendas ya acarician su piel. Tendrá que pagar dos pesos a la semana durante buen tiempo. Dejará de merendar y, alguna vez, hasta de almorzar. No se inmuta por eso. Ahora anda muy alegre: su canoa triunfó en la regata y, después, estrenó una de sus nuevas camisetas y sorprendió las miradas de las muchachas sobre los músculos que posee. Vamos a ver a Felo cuando niño.

Amargor para el dulcero atrevido

«Coquito acaramelado, panetela borracha, boniatillo...». El niño escucha el pregón pero no le alimenta lo goloso. Recuerda lo planteado por su profesora Francisca Morrillo en la clase: «Hay un dulcero que mancilla la bandera cubana: la usa como si fuera un trapo para tapar la mercancía. No podemos permitir ese ultraje». El pequeño Felo Trejo convence a los condiscípulos. Rodean al vendedor quien piensa que, con esa clientela, el tablero va a quedar vacío y cargará los bolsillos. Despierta de su equivocación con los gritos de repudio.

«Déme la bandera», exige el líder de la protesta. El vendedor cede. El muchacho. El aula. Penetra raudo. Detrás, el colectivo. Entrega lo rescatado a su maestra. Se abrazan. Lágrimas recorren ambos rostros. Él se siente mambí; ella tiene de Mendive. Todos cantan el Himno Nacional.

Hable usted, María Luisa

La revolucionaria María Luisa Lafita, fallecida el 22 de diciembre de 2004, lo conoció muy bien. En una ocasión me lo caracterizó así: «Un atleta, lo que se dice un atleta: del equipo de remos de la Universidad de La Habana, nadador, jugaba ajedrez. Seis pies de estatura, complexión fuerte. De piel broncínea: trigueño tirando a rojo. Linda dentadura, ojos negros, pelo no frondoso de igual color. Hablaba inglés correctamente. Tocaba violín y piano y cantaba: con su voz de barítono nos acompañó a su novia Ada y a mí en interpretaciones de música clásica».

Le dije entonces, la etapa que vivió no le permitió pensar en Juegos Olímpicos ni certámenes de arte. ¿Cómo contender en la cita de Ámsterdam 1928, a la que solo concurrió por Cuba el velocista José Barrientos, milagrosamente y sin poder hacerse justicia?

Ella agregó: «Aparte, Felo prefería otros campos, otros lances. Leía textos de Martí, de José Ingenieros. De ideas progresistas, ocupaba el cargo de vicepresidente de la Federación Estudiantil Universitaria en Derecho. Su espejo era Mella; su corazón, el Apóstol; quería ser como los mambises. Batallaba por la unidad en las filas revolucionarias, presente no solo en las acciones estudiantiles: muy ligado a las proletarias. Jamás olvidó a los de abajo, de donde surgió: la madre, educadora de primaria: el padre, tabaquero que, con tremendo esfuerzo, se graduó de abogado. Rafael le aseguró a su amigo Raúl Roa: Mi ideal es poder defender algún día a los pobres. Mi toga estará siempre al servicio de la justicia».

Hacia el 30 de septiembre

Rafael Trejo González nació en San Antonio de los Baños (municipio de la actual provincia de Artemisa) el 9 de septiembre de 1910. Veinte años y unos días después integraría la vanguardia del pueblo en acción. Termina de vestirse. Se coloca su sombrero de pajilla en la cabeza que tiene varios brochazos de pintura muy brillante desde su participación en la huelga de los sombrereros. Se acerca a la pared, le arranca la hoja del día al calendario, y la sitúa en el sombrero. «Te voy a poner aquí porque tú, 30 de septiembre, vas a entrar en la historia de Cuba».

En la víspera, los organizadores de la tángana habían acordado que si Machado ocupaba militarmente la Universidad, se reunirían en el Parque Eloy Alfaro para salir en manifestación y llegar a casa del digno profesor Enrique José Varona. Se hará así.

El comandante Ainciart, asesino de marca mayor, ordena detener a Pepelín Leyva y a Trejo: sabe que están entre los dirigentes de la acción. Los guardias intentan prender a los dos jóvenes que corren hasta  una casa de la calle Infanta; entran en ella, suben a la azotea, desde allí lanzan piedras, palos, tejas a sus perseguidores. No los pueden prender. A los 15 minutos, descienden al llamado de varios compañeros.

La caminata combativa empieza. Trejo y Pepelín, en la primera fila. El corneta Oliva, veterano del Ejército Libertador que trajo Alpízar, pregunta qué toca.

Pepelín le dice: «A degüello...» Obedece. El choque con los esbirros. Un grupo porta la bandera cubana. Es agujereada a tiros. Pepelín y el as de boxeo Rodolfo de Armas hacen daño con sus puños. Pablo de la Torriente Brau, después de golpear a varios enemigos, cae con la cabeza ensangrentada de un toletazo. El profesor Juan Marinello es apresado al tratar de auxiliarlo. El comunista Isidro Figueroa recibe un balazo.

Trejo se enfrenta en un cuerpo a cuerpo con un policía. Antonio Díaz Baldoquín acude en su apoyo. El guardia saca el revólver. El disparo. Díaz Baldoquín, desde el suelo, observa la escena: el abrazo de odio del que formaba parte antes de ser lanzado por el polizonte quien tiene, ahora, el arma en la mano derecha. Teme que... Respira algo más tranquilo cuando ve que Felo se dirige hacia un zaguán. «Fue al aire. De todas formas hay que llevarlo al hospital, el tipo se dio gusto dándole con el palo».

Aprovecha la estampida del caballo para escapar del jinete quien lo amenazaba machete en mano: Al lado del amigo. «¡Me han herido!», exclama Rafael. «No, viejo, son los toletazos». Trejo se saca la camisa, le enseña la herida. «Ves que no miento». Su interlocutor sí lo hace mientras trata de ocultar la palidez que lo ataca. «Es un roce sin importancia, no te preocupes». Y sabe que es muy grave...

En el auto del doctor Busquet. Hacia el Hospital de Emergencias. Camilla. Médicos. Carreras. Shock. Transfusión de sangre. Laparotomía exploratoria. Ciertas esperanzas. Fantasías por amor. Treinta horas más tarde, Trejo cae en coma y muere. La autopsia revela que, además del plomo mortal en el pulmón, los golpes propinados habían dejado huellas terribles en el cráneo y en el hígado. No podía salvarse. Nombre del criminal: Félix Robaina Crespo.

Repite el trago…

Antes de obedecer, pasa el paño por el mostrador. Luego, busca la botella de ron. El que le pidió la repetición del trago, dice con voz seca:

— Félix Robaina...

— ¿Qué...?

— Tú eres el asesino de Trejo. Aquí tienes recuerdos de él.

La pistola, desde la mano, ruge varias veces. El tipejo cae sobre las botellas que se derrumban y rompen: el alcohol se confunde con la sangre.

La sobrevida

El gimnasio y cuadrilátero Rafael Trejo de La Habana Vieja sigue siendo cantera y forja de boxeadores, que ya no son carne de cañón para el encerado sino los mayores conquistadores de medallas olímpicas para la Mayor de las Antillas. Entre esas cuerdas, en el cartel nocturno del 25 de julio de 1953, debía pelear Giraldo Córdova Cardín, un púgil welter aficionado invicto, pero perdió por primera vez al no presentarse, dejar sin su cuerpo la flamante bata comprada por sus amigos y causar gran rechifla: prefirió atacar el cuartel Moncada la madrugada del 26.

Como señaló Fidel en el manifiesto ¡Revolución no, zarpazo!, a pocas horas del golpe del 10 de marzo de 1952: «Cubanos: Hay tiranos otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras». Los hubo. Y el remero Rafael Trejo González mantuvo y mantiene potente la boga de su embarcación.

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