Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Yo no quiero ser grande

Los niños siempre nos sorprenden, por eso nunca deberíamos subestimarlos ni emplear con ellos métodos alejados de la verdad

 

Autor:

Osviel Castro Medel

 

Prácticamente desnudo andaba el emperador por la ciudad y nadie se atrevía siquiera a murmurarlo. Incluso, surgían a su paso frases de admiración y adulonería.

Es que se había anunciado que el flamante traje del soberano, confeccionado durante largo tiempo por unos pillos tejedores, poseía una extraña propiedad: solo era visible a los ojos de hijos de padres honrados.

Ni bufones, emires, visires, caballeros o plebeyos del reino divisaban ropa alguna sobre el cuerpo del monarca, pero admitirlo significaba reconocer públicamente la desvergüenza de todos y cada uno de sus progenitores.

Tuvo que ser un niño (que no entendía de conceptos puritanos, de moral o cosas por el estilo) quien destapara la verdad y de paso el escándalo:  «El rey anda en calzones! Miren, el rey no tiene ropas!».

Solo después de estas frases los adultos fueron capaces de «descubrir» la desnudez de Su Majestad, quien, sonrojado, corrió a tal velocidad que rompió los récords de los mismísimos atletas de la antigua Atenas.

Lecciones

Así, como en el cuento del danés Hans Christian Andersen (mostrado aquí en versión libre) ha ocurrido infinidad de veces a lo largo de los siglos: los niños, llenos de un desenfado sin límites, les han dado extraordinarias lecciones a los mayores o les han enseñado que la vida tiene tantos colores y detalles que son imposibles de vaciar en una ánfora de convencionalismos.

Resulta que estos seres no temen cortarse con el filo de las palabras, se atreven a saltar abismos y se ríen de los rituales, los mitos y los dogmas.

Mientras los adultos van a la playa para tostarse, despejar o practicar piropos, ellos acuden en busca del tesoro que enterró algún pirata en la arena, o de la voz de alguna sirenita herida.

Mientras los adultos miran las estrellas como trozos de luz en la lejanía, ellos insisten en contarlas, las ven volar a menudo y no vacilan en conversar con ellas.

Mientras los grandes reposan el almuerzo ellos procuran empinar un papalote, esconderse en el armario, jugar a ser doctores o personajes del futuro.

Mientras los mayores se preocupan por los malabares de la economía hogareña, ellos dibujan barcos y casitas o coleccionan bolas, chapas o estuches.

Son tiernos, incansables, caprichosos y, sobre todo, impredecibles.

Universo complejo  

El mundo de los niños posee incontables complejidades y laberintos, casi siempre ignorados hasta por los propios padres.

Varios autores señalan los errores que se cometen con los pequeños en aspectos relacionados con los castigos, sus aficiones, la manera de darles noticias desagradables, de imponerles hábitos, etc.

En el volumen de psicología infantil Los que saben querer, compuesto por diez pequeños tomos, Jorge Román Hernández, por ejemplo, se refiere a unas 50 frases empleadas por los adultos para intentar «dominar» a los niños.

Se les suele amenazar con:  «No te voy a querer más si no haces la tarea”, “te voy a dar un… “,  «a que te traigo al Coco”, «ahí viene el viejo que se lleva a los niños”, «el médico te va a inyectar si…»

Asimismo, es frecuente anunciarles la muerte de un familiar con «tu tía se fue de viaje», «tu abuelito está enfermito en el hospital y pronto va a venir”, «ella voló a lo más alto».

En cualquier caso, será mejor siempre decirles la verdad, no subestimarlos, intentar entender su mundo.

Otras expresiones que usamos con ellos son: «Te dije que no y ya», «no quiero juegos de esos en mi casa», «a tu edad yo ya…», «tú vas a saber lo que es bueno».

Casi todas estas frases, lejos de implantar la autoridad, dañan la fantasía y el mundo mágico de los niños. Sucede que a los «grandes» se les olvida con frecuencia los tiempos de su niñez, en los que las «personas responsables» no los entendían.

Breves historias

 «Oye, Yoli es más picúa, lo mal que me cae, se cree que es bonita, con el pelo ese to’ ripiao» (Camil, cuatro años).

 «A mí lo que más me gusta es jugar FIFA player, pero nunca he podido comprar a Messi. Yo no tengo novia, tuve una cuando tenía seis años y le regalé un dibujo con una flor. La gente quiere que crezca, pero yo no quiero ser grande» (Francisco, ocho años).

 «Me encanta declamar y leer en los matutinos, pero me pongo nerviosa, me tiemblan las rodillas. Nunca me he fajado en la escuela, ni en el barrio, pero hay algunas pesadas que no me caen bien. Juego mucho a la casita, cuando mi mamá estuvo lejos le eché menos» (María, 10 años).

 «Me pelaron, viste? Yo no bailo. Tengo tres años, así (enseña tres dedos). ¿Te hago un cuento? Era una vez que Meñique iba en caballo, y corría y corría y el caballo hizo así y se cayó pa’ trás. Y ya» (Alejandro, tres años).

Epílogo

Son ellos los saben arreglarnos el día con una frase corta, los que nos hacen reír con travesuras que no debiéramos tolerar, los que les dan sentido a nuestra ruta.

Deberíamos elogiarles la candidez y la imaginación no solo un domingo de julio u otra fecha del año porque ellos hacen eterno lo sencillo.

Su felicidad nos mueve las entrañas, sus avances nos inflan de orgullo, su amor nos alumbra la vida.

 

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